Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo V – Los monstruos malos nunca mueren

Moloso

Hacía cinco días desde que estaba lejos de su tierra, su familia, los lujos. Lejos de Adrienne. Aquella muchacha era todo lo que le importaba en ese momento. Y los dioses la habían alejado poco después de su compromiso. Aunque aquel compromiso había sido algo informal.

Las noches se hacían tan frías, y las horas parecían eternas. No tenían noción de dónde estaban, de cuánto tardarían en llegar hasta el monte Ossa. Pero nada les impedía continuar el camino.

De pronto llegaron a un lugar algo macabro. Nubes de oscuro vapor taparon el claro cielo. Se podía percibir un olor putrefacto. Aquel lugar parecía un cementerio. Niebla oscura cubría todo el ambiente y hacía casi imposible la visión. Parecía no haber vida en el sitio. Solamente Moloso y sus cuatro acompañantes.

Siguieron caminando un largo trecho. Hasta que de pronto percibieron un pantano. Había árboles alrededor, pero nada de animales. Ni siquiera el viento soplaba por esos lados. Todo era tan siniestro. Parecían estar en el reino del Hades.

Aquel lugar estaba completamente deshabitado. No había un solo rastro de vida.

— Estamos en el panatano de Lerna — supuso uno de los guerreros. No sonaba tan convencido, pero no podía ser otro lugar más que el mismo hogar de la hidra.

— Aquí es donde Hércules mató al dragón de nueve cabezas — supuso Moloso.

— No la mató, solo enterró sus cabezas bajo tierra. El monstruo podría seguir vivo.

Moloso maldijo. La leyenda no aclaraba esa parte. Sin embargo, aquella hazaña era una de las más reconocidas de Hércules. ¿Por qué los dioses permitían que esa monstruosa fiera siguiera viva?

— Si ese monstruo se interpone en nuestro camino, lo vamos a matar — exclamó Moloso — Quiero que todos suban la guardia.

— Somos solamente cinco hombres — respondió otro de los acompañantes — ¿Cómo es que vamos a vencer a un monstruo de nueve cabezas?

— Hasta donde sé, Hércules estaba solo cuando acabó con la hidra. Solamente contó con la ayuda de su sobrino. Yolao.

— Ninguno de nosotros es Hércules.

— Pero somos los mirmidones. Los mismísimos descendientes de Zeus. No somos cualquier pueblo.

Siguieron caminando entonces con mucho cuidado. No debían bajar la guardia en ningún momento.

— Por favor, no se separen — ordenó Moloso.

Llegaron entonces a las orillas del pantano. El frío recorría el cuerpo de aquellos visitantes de pies a cabeza. Entre la niebla, pudieron divisar unas rocas que estaban acumuladas en el pantano.  Ahí había sido enterrada la hidra durante la hazaña de Hércules.

Moloso sintió un inmenso escalofrío recorrer su cuerpo al ver aquello. El monstruo estaba ahí, y podría estar despierto. 

— Debemos movernos con cuidado — dijo —. No hay que despertar a la hidra.

— Al menos ya sabemos cómo detenerla, en caso de que despierte — dijo uno de los mirmidones.

De pronto, las rocas empezaron a moverse y salieron despedidas por los aires. Unas cabezas de serpientes salieron desde lo profundo del pantano dando chirridos. Eran cinco cabezas tan largas. Sobre las cabezas había innumerables cuernos. Su boca era tan enorme, al igual que los amarillentos colmillos que sobresalían de ella. Sus chirridos eran lo más desesperante que se había escuchado. Resonaban en todo aquel pantano.

— Maldición — exclamó Moloso.

Miró a la bestia con pánico. Rogó haber tenido la fuerza de Hércules en ese momento. Se sentía tan mortal, tan impotente. No podía ser el final, su misión apenas iba comenzando.

Uno de los hombres que lo acompañaba salió a correr muy asustado soltando sus armas.

— Vuelve, cobarde — exclamó Moloso.

— Es más inteligente que nosotros cuatro — dijo otro de los acompañantes —. No tenemos oportunidad frente a la hidra. Hércules solo pudo con ella gracias a su ingenio.

— Si se quieren retirar pueden hacerlo, yo no abandonaré la misión — contestó el príncipe.

— Somos mirmidones, estaremos con usted hasta la muerte.

Entonces Moloso arrancó un trozo de la capa que tenía y con ella se cubrió el rostro usándolo como barbijo. Así se protegería del aliento venenoso de aquel monstruo. Luego ordenó a sus hombres que hicieran lo mismo y así avanzaron contra la hidra tomando sus armas. Debían tener mucho cuidado.

Llegaron así hasta la hidra. Esta escupió ácido hacia ellos, pero los guerreros lo esquivaron.

Moloso se adentró al pantano. Luego pegó un salto sobre el lomo del monstruo y así clavó su espada en él. La sangre verde comenzó a brotar del lomo mientras los abrumadores chillidos resonaban en todo el pantano.

Una de las cabezas volteó hacia el príncipe y soltó veneno de su boca haciendo que Moloso caiga en las aguas del pantano. Comenzó a patalear. No sabía nadar, nunca había estado en una situación como aquella. Jamás se había sumergido en aguas profundas. Sin embargo hizo su mayor esfuerzo. Se zambulló esperando escapar de la bestia y comenzó a moverse debajo de las negras aguas del pantano. No sabía a dónde ir ni cómo moverse, sin embargo hizo el mejor intento por hacerlo. El agua estaba a punto de entrarle a los pulmones, debía resistir si quería vivir y seguir con la misión. Su viaje apenas había empezado. Con un poco de esfuerzo logró salir de las aguas y llegar hasta la superficie. Luego nadó hacia la costa. Sus fuerzas apenas daban para moverse gracias al veneno que había inspirado. Tosió un poco, eso llenaba más sus pulmones de la toxina haciendo que su respiración se dificulte. Sentía su corazón latir con más fuerza, estaba tan alterado. No quería que esa fuera su muerte.



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En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

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