Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo VIII – Suplicios en la caverna de los centauros

Cloe

Cada segundo en el cautiverio era un suplicio para ella. No tenía cama donde dormir, tenía cuerdas pendiéndoles las manos y los pies. No tenía lugar a dónde ir. No podía escapar. Sus captores de vez en cuando la llamaban para usarla como juguetes para sus acosos. Ya ni siquiera tenía ganas de vivir. No había esperanzas. Solo que la guerra termine de una vez y puedan ir a rescatarla.

Sé que alguien vendrá a rescatarme. Pensaba cada noche. Sé que esta guerra acabará pronto y todos seremos libres.

Puso su mirada en las demás cautivas. Había mujeres tan jóvenes como ellas. Todas esclavas y prisioneras de los asquerosos centauros. Cada una pertenecía a una familia. Y cada una había sido raptada por los seguidores de Nesus.

A poca distancia, estaban Dionne y Cynara. Ambas eran hermanas. Dionne era la mayor. Ella había pasado la madurez hace tiempo. Mientras que Cynara, era aún pequeña. Ambas eran las hermanas que Cloe nunca había tenido. Ella tenía hermanos varones y por lo tanto tenían muchas diferencias.

Dionne y Cynara no se llevaban muy bien. Tenían ciertas discusiones de vez en cuando. Sin embargo, eran tan unidas a Cloe. Ella era la que siempre las ayudaba a reconciliarse.

— Nunca debimos separarnos de mamá — se quejó Cynara.

— Es muy tarde para lamentarlo — dijo Dionne.

Cloe las escuchó y ahogó sus lágrimas. Todas sus compañeras, estaban en la misma condición que ella. Todas habían sido secuestradas por los centauros. Ya no tenían libertad, hogar, familia, posesiones. No tenían nada. Todo lo que habían sido tiempo atrás, había quedado en el olvido. Hasta sus propias identidades.

Cynara se acercó a Cloe y la abrazó. Luego lloró en su pecho.

— Quiero salir de aquí — dijo entre llantos.

Esta vez, Cloe no logró contener sus lágrimas.

— Pronto vendrán a salvarnos, yo lo sé — murmuró.

— Dionne dice que todos están muertos — dijo Cynara —. Que no tenemos esperanza. Vamos a morir aquí. En medio de estas bestias.

Cloe la apretujó fuertemente contra su pecho y trató de calmarla.

— Tu hermana está algo tensa por todo esto — dijo luego — Espera y verás que pronto veremos llegar a los nuestros y nos sacarán de este mugroso lugar.

Ellas estaban en una prisión. Dentro de una oscura cueva. Tan solo tenían unas pocas antorchas. Solo comían una vez al día y no tenían permitido salir. Solo usaban el agua para tomar, ni siquiera tenían derecho a la higiene. Estaban sometidas al peor cautiverio de sus vidas.

De vez en cuando los centauros llegaban a la celda y elegían a cualquier joven con quien divertirse. Aquellas que eran elegidas eran llevadas a un lugar aparte, torturadas, usadas como juguetes y en el peor de los casos, terminaban muertas.

Cloe suplicaba todas las noches a los dioses que nunca le tocara a ella pasar por esas cosas. No estaba dispuesta a perder su pureza aún. Ni tampoco a correr el riesgo de ser torturada o morir. En fin, habían pasado varios días desde su estadía en aquel cautiverio. Y los centauros no la notaban siquiera. Eso era algo ilógico debido a que Cloe estaba dotada de belleza. Tenía el cabello bien oscuro y ondulado, la piel blanca, y sus ojos eran tan celestes como el mismo cielo.

¿Por qué entonces los centauros no se habían fijado aún en ella? Tal vez porque su rostro estaba cubierto de polvo y cenizas. Sus ondulados cabellos estaban en total descontrol. Hacía días que no tomaba un baño y debido a los daños que había recibido durante su captura, su rostro estaba algo herido con cicatrices abiertas y moretones. Su rostro no dejaba de ser bonito. Sin embargo, en aquellas condiciones, no resultaba muy atractiva.

Pensó por un momento en Kletos. La última vez que lo había visto fue en la aldea. Cuando los centauros habían invadido su hogar. La última imagen que tenía de él era su cuerpo siendo atravesado por las flechas innumerables de los centauros. Los gritos desgarradores, las casas incendiadas y las miradas espeluznantes de aquellas bestias.

Su hermano estaba muerto. Al menos ella había quedado con esa idea. Existía la posibilidad de que Evan también lo estuviese.

Ella sin embargo no perdía la fe. En cualquier momento llegaría alguien a salvarla. Tanto a ella como a sus compañeras. Algún día, la guerra se daría por terminada y la paz volvería a las Tierras Áridas.

Cloe no era una pitonisa, ni poseía dones de adivinación. Pero estaba muy segura de aquello.

Sé que vendrán por nosotras. Repetía de vez en cuando en sus pensamientos.

Recordó esta vez a su abuelo. Fineas. Él era un viejo tan sabio. Los dioses se lo habían llevado días antes de que comenzaran las hordas de invasión.

No hay que culpar a los dioses por los males que estemos pasando. Decía el viejo Fineas. Todo en esta vida tiene sentido, hasta las cosas más insignificantes.

Esas palabras desde siempre habían quedado marcadas en el corazón de Cloe. Extrañaba tanto a su abuelo. Sus consejos, sus anécdotas y tantas historias que contaba. Al menos había partido en paz antes de vivir todas las tragedias que estaban viviendo los mirmidones en ese momento.



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En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

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