Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo XI – La nueva novia del príncipe

Moloso

El príncipe estaba tan nervioso. Ya faltaba muy poco para llegar al monte Ossa. En poco tiempo conocería al rey de los lapitas, el reconocido y nombrado Hipseo. Estaba dispuesto a cumplir su objetivo, suponiendo que lograra convencer al rey de los gigantes de aquella alianza. Seguramente pediría algo a cambio. Ninguna alianza se forja sin que haya intereses. De cualquier forma, Moloso estaba dispuesto a aceptar lo que sea. Como había dicho su padre. Un rey no es rey para sí solo… ¿Era tan difícil comprender eso?

Moloso era el heredero. El primer príncipe. Ni bien estuviera dispuesto debía asumir el trono sería el rey de los mirmidones. Veía tan remoto ese día, sin embargo, ahora era su momento de practicar. Una guerra se avecinaba. Heleno no era un guerrero, por lo tanto no se animaba a ir a la guerra. Moloso, en cambio, había heredado todos los dotes culinarios de su abuelo, Aquiles, y de su padre, Neoptólemo. Ambos fueron destacados guerreros durante el sitio en Troya. Ahora le tocaba a Moloso estar al frente de esta guerra. Una guerra que parecía suicida.

¿Cómo estarán todos por allá? Se preguntó. Mi madre… mis hermanos… Heleno… Adrienne.

Echó un fuerte suspiro.

Ixión se fijó en él.

— ¿Estás bien, joven? — le preguntó.

— Sí, solo son recuerdos — asintió Moloso.

— Creo saber por qué. Hay alguna doncella esperando en casa, ¿No?

— Hay una chica… le prometí que al terminar con esto volvería por ella. Solo espero no llegar muy tarde. Los centauros en cualquier momento llegarán a la ciudad.

— Muchacho, si es para ti, la tendrás. Si no, los dioses dirán.

Moloso soltó una leve sonrisa.

El trayecto se hacía cada vez más corto. Por suerte. Faltaba cada vez menos. Por el camino, Moloso pudo ver a otros gigantes. Hombres y mujeres. Algunos llevaban carretillas inmensas llenas de animales muertos. Era una completa carnicería.

— ¿Por qué llevan todo eso? — preguntó Moloso.

— De eso vivimos — contestó Falero —. Somos cazadores. Las mujeres se dedican a recolectar, y las más osadas a cazar junto a los hombres. También se preparan para la guerra.

— ¿Tienen mujeres guerreras? ¿Algo así como las amazonas?

— Sí. Solo que aquí los que mandamos somos los hombres — agregó Ixión —. Las amazonas tienen otro régimen.

No hacía falta que mencionaran eso. Moloso conocía la historia de las amazonas. Su abuelo, Aquiles, se había enfrentado contra ellas en su sitio en Troya. Por su puesto, esa batalla contó como otra más de sus victorias. El ejército mirmidón había masacrado a todas las amazonas que habían ido a combatir del lado de los troyanos en aquella guerra.

— Mi pueblo debería entrenar a las mujeres para que también peleen nuestras batallas — pensó Moloso en voz alta —. Gracias a eso, la mayoría están en cautiverio.

— Hace años mi pueblo sufrió una guerra por la misma causa — dijo Ixión —. Durante el reino de Piritoo. Él se había casado con Deimadía. En plena boda, los centauros enloquecieron. Ellos comenzaron a beber desenfrenadamente y raptaron a la novia del rey junto con otras doncellas. Una batalla se desencadenó. Los lapitas, contra los centauros.

— Conozco esa historia — alegó Moloso —. Sé que su pueblo ganó.

Los lapitas asintieron.

— Pero la guerra no había terminado — prosiguió Falero —. Nuestros antepasados creyeron que había terminado todo. Que habían exterminado a los centauros. Sin saber que todavía quedaban algunos de ellos.

— Quizás ahora es la oportunidad para que nos ayuden a exterminarlos nuevamente.

Finalmente, llegaron hasta una pequeña entrada. Habían llegado al pie del monte Ossa.

Toda una multitud salió a recibir a los príncipes lapitas y a la embajada de Tesalia. Los hombres tenían el torso semidesnudo y taparrabos. Las mujeres llevaban faldas que les llegaban hasta las rodillas. Era al menos un centenar de gigantes. Moloso se sentía como si fuera una hormiga en ese momento.

De pronto, una joven de cabellos rubios salió al encuentro de ellos. Estaba vestida de una armadura de oro y portaba una corona en la cabeza.

— ¿Quiénes son estos? — preguntó exaltada.

— Son nuestros invitados, hermana — contestó Ixión.

— No pueden traer invitados así como si nada — replicó la princesa gigante —. A nuestro padre no le gustará.

Su mirada se cruzó con Aura. Esta le echó una mirada pendenciera. 

— De ninguna manera permitiré que unos forasteros entren a la ciudad — exclamó la gigante.

— No eres nuestro padre — respondió Ixión —. Tampoco tienes autoridad aquí. Deberías quedarte en casa tejiendo o cocinando, la cacería te está afectando la cabeza.

Su hermana por poco le da un puñetazo cuando una voz desafiante interrumpió en ese mismo momento.



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En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

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