Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo XII – Relatos y juramentos

Kletos

Una caída de más de doscientos metros hubiera sido suficiente como para matar a Kletos. Pero no. Un mirmidón no muere fácilmente.

El héroe despertó en una tienda. No tenía idea de qué era ese lugar o dónde estaba. Solo era una tienda vacía. Sin nada. No tenía provisiones, ni armas. Forrajes. Todo lo que había en aquella tienda era forrajes. Dudaba que se tratara del lugar al que van los muertos a esperar al Barquero. Se incorporó y comenzó a caminar. Le dolían todos sus músculos. Sin embargo, estaba sano. No tenía ninguna lastimadura. Hizo unos cuantos pasos y se desplomó en el suelo. No tenía de dónde sostenerse. Trató de incorporarse nuevamente, pero no podía. Sus fuerzas no le daban para hacerlo.

De pronto, alguien irrumpió en la tienda.

— Hasta que al fin despiertas — dijo una femenil voz —. Seas bienvenido a Escitia. Aunque creo que no te recibimos tan cordialmente — era de tono sarcástico.

Kletos volteó a ver quién era. Se encontró con unas piernas desnudas tan blancas y delgadas. Una falda de color verde que se alzaba por encima de unas angostas rodillas. De pronto esas mismas rodillas se flexionaron justo frente a su nariz. Palpó su cinturón, ya no portaba la espada que le habían cedido. Maldijo en silencio. Dudaba que esa muchacha tuviera buenas intenciones.

Ella por su parte le tendió la mano. Kletos se sujetó de ella y así pudo levantarse. Esta vez, estuvo de frente a los ojos más llamativos que había visto en su vida. Aquellos ojos que lo miraban de una forma tan amenazante eran tan celestes como el mismo cielo, y resaltaban ante una suelta y descontrolada cabellera castaña. Pudo ver su reflejo en la dorada armadura que ceñía. Esa mujer era una guerrera. Y no cualquier guerrera. Era una…

— Eres una amazona — murmuró el héroe.

Ella rodeó los ojos como diciendo: pues claro, genio.

Al parecer, aquella guerrera era de pocas palabras. Lo contrario de Kletos. Aunque en ese momento, no podía soltar ni una sola sílaba. Había quedado tan maravillado con la belleza de la guerrera que lo estaba sosteniendo. Era como una princesa. Una princesa con faldas cortas, físico de luchadora y armas de guerra.

Entonces la guerrera hizo sentar a Kletos bruscamente. El héroe no estaba amarrado ni amordazado, sin embargo, se sentía prisionero. No tenía salida ni escapatoria.

— Quiero que escupas todo lo que tienes — murmuró —. A ver dime, ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿A qué rey sirves?

Pero Kletos no soltaba ni una sola palabra. Solo balbuceos. Se sentía tan nervioso ante aquel interrogatorio. Cualquier palabra que dijera podría ser su propia condenación.

En ese momento alguien más irrumpió en la tienda.

— Ya despertó el guerrero — musitó aquella persona que había entrado. Era una mujer con porte de guerrera, también. Pero de más edad. Llevaba una corona de laureles en la cabeza y su cuello estaba adornado con collares de perlas. 

— Su Majestad — se incorporó la guerrera, luego hizo una reverencia.

— ¿Ya lo hiciste hablar, Eilyn?

Eilyn. Ese nombre quedó grabado en la mente de Kletos. Igual que aquel bonito rostro.

— Todavía no pude, solo me mira como un baboso sin decir nada.

La reina sacó una daga y la apuntó al cuello de Kletos. Su mirada era tan amenazante. Sus ojos claros y marrones se tornaron rojos como el mismo fuego.

Kletos sintió toda su vida pasar por su mente. Pudo verse a sí mismo frente al muelle esperando a su padre con tanta impaciencia, con el corazón latiendo fuerte por verlo llegar. De pronto la escena cambió repentinamente y esta vez vio a su madre desangrándose por la herida de aquella flecha y a su hermana siendo arrastrada por los centauros.

¿Qué es lo que mantenía vivo a Kletos? ¿Había sobrevivido a todos los infortunios solo para llegar hasta ahí y morir?

Pero no era así. Había pasado tantas cosas, tantas desdichas. Sin embargo, ahí estaba. Mientras sus seres queridos morían a su alrededor, él seguía en pie. ¿Acaso era un castigo de los dioses?

¡Aristo!… pensó… ¡Dafne! ¡Néstor!

Volvió a poner los pies sobre la tierra por unos segundos.

— Mis amigos — dijo en un murmullo ahogado —. Necesito saber dónde están mis amigos.

La reina volteó hacia Eilyn con una actitud brusca.

— Cuando lo encontré estaba solo — alegó la guerrera —. Lo juro por mi vida y por el alma de mi madre.

— Mandaré a un escuadrón a que busque a los demás — dijo la reina entre quejas y suspiros —, tú mientras tanto lo harás hablar. De lo contrario, tendrás que matarlo — y dicho esto, salió de la tienda a cumplir con su objetivo.

De tal manera, el mirmidón y la amazona quedaron solos en aquella tienda.

Eilyn se dirigió nuevamente a Kletos. Clavó su mirada en él y no la despegó. Kletos la miraba muy embobado.



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En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

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