Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo XIII – El éxtasis de Heleno y la visión del asalto

Heleno

Las cosas iban de mal en peor. Cada vez eran más las muertes que se provocaban en las revueltas. Los hombres morían de hambre y tenían cada vez menos fuerzas para seguir entrenando. ¿Cuánto más se tardarían en llegar la gente del Ática con las comidas y provisiones?

Las demandas crecían cada día.

El rey no podía con tantas cosas. Su familia, sus hijos, su esposa. Quien no quería despegarse de su lado.

Esa misma noche estaban platicando los dos en la mesa. Los niños ya se habían ido a dormir y tan solo estaban los sirvientes y los nobles dando vueltas por los pasillos.

— Quiero enviarlos al Ática — murmuró Heleno —. Las Tierras Áridas ya no son lugar para él.

— Te he dicho que no me iré sin ti — replicó Andrómaca —. Si alguno de los dos debe morir, espero que sea yo y no tú. O que los dos tengamos que enfrentar la misma suerte.

— ¿Y Cestrino? ¿Acaso dejarás que él también muera? ¿Quién quedará con las tierras de Épiro si él no está?

Tomó aire unos segundos y luego prosiguió. — La historia se volverá a repetir, así como lo hacen conmigo, se amotinarán contra Cestrino cuando él asuma el trono.

Andrómaca decidió guardar silencio. Su marido estaba en lo cierto.

— ¿Qué pasará si no llegamos? — preguntó con un poco de miedo.

— Corren más riesgo en la ciudad que fuera de ella. Seguro tendremos que arriesgar muchas cosas, dejar de vernos un tiempo. Pero todo será para el bien del reino.

Ambos se dieron un abrazo tan fuerte que pareció ser el último. Como si se estuvieran despidiendo. Lo cierto es que ninguno de los dos quería pensar si quiera la idea de vivir sin el otro.

Unas pisadas diminutas interrumpieron aquel momento.

— Mamá — irrumpió Cestrino —. ¿Estás llorando? ¿Qué pasó, papá? ¿Estaban discutiendo?

— Para nada hijo — Andrómaca se secó las lágrimas intentando calmarse —. Solo son momentos difíciles.

Entonces los tres se unieron en el abrazo familiar más cálido que hace tiempo estaban esperando.

Heleno siempre estaba ocupado con asuntos del reino, y casi nunca veía a Cestrino. Solo en las reuniones con los nobles o en la cena. Desde siempre habían sido una familia tan unida, pero los tiempos habían cambiado.

Dado el momento, Heleno mandó a la cama nuevamente al niño. Nuevamente quedaron solos los dos reyes.

Afuera los gritos no paraban de resonar estridentes. Los rebeldes no se detenían.

De pronto, el rey comenzó a sentirse descompuesto. Sus ojos se tornaron de una luz luminosa y blanca.

¡Cariño! La voz de su mujer tan solo era un eco en sus pensamientos. En ese momento, Heleno ya no estaba en sus cabales.

 

Definitivamente, Heleno ya no estaba en el palacio. Ahora estaba en el bosque. La brisa y el olor de los árboles eran tan certeros que supuso no estar soñando. Aquello no era un sueño. Él verdaderamente estaba ahí.

A pocos metros, pudo divisar unas carretas. Eran seis carretas. Cada una era tironeada por dos caballos. Una caravana de al menos cincuenta soldados marchaba acompañando el paso de los caballos. Eran soldados del Ática. Aquella carreta era el cargamento que habían enviado sus aliados.

Heleno intentó acercarse a ellos pero una extraña figura lo detuvo. Un hombre de estatura mediana, cabellos rubios y ojos azules. Estaba vestido de una túnica que tenía tallada la imagen de un sol y en el pecho y una lira en el hombro.

Apolo. Pensó Heleno. Quería soltar una palabra, pero no podía. Su voz solamente salía en sus pensamientos.

— Ni se te ocurra intervenir. Sé que la mayoría de las visiones que sueles tener son de cosas que ya pasaron, pero esto es una visión de lo que está pasando en este momento — dijo el dios —. No sería bueno que intervengas.

Caminaron juntos entonces, siguiendo a aquella caravana. Todo parecía estar tranquilo, hasta que de pronto sonó un cuerno de guerra. No era cualquier cuerno. Era un cuerno de guerra. Les habían tendido una emboscada.

¡Nesus!

Una fila de centauros se reunió en el horizonte. A la distancia parecían ser tan solo sombras. Oscuras siluetas fantasmales sin opacidad. Sin embargo, en cuando iniciaron la marcha, el terror comenzó.

Los soldados comenzaron a dispersarse. Los caballos se llenaron de miedo de tal forma que los jinetes ya no podían  controlarlos.

Los gritos y las pisadas de los centauros se escuchaban cada vez más cerca, como si se tratara de la ira de Zeus plasmada en los truenos.

Todo pasó en tan solo unos momentos.

Aquel prado en medio del bosque se convirtió en un campo de batalla teñido de sangre y fuego.

Las carretas fueron destruidas y los hombres masacrados. Los animales raptados. Y todo el botín había sido confiscado por el ejército de Nesus.

Heleno se detuvo frente a aquel escenario sangriento y soltó sus lágrimas. Giró hacia Apolo con una mirada amenazante como preguntándole: ¿Por qué no has hecho nada para detenerlo?



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En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

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