Moloso
El fuerte sonido de unos cuernos lo despertaron. ¿Qué estaba pasando?
Afuera solo se oían gritos desesperantes. Lo que sea que estuviera sucediendo, no era nada bueno.
Moloso salió de la tienda lo más apresurado. Iba envuelto tan solo con una toalla. No le había dado el tiempo para vestirse. Todo alrededor eran llamaradas y columnas de humo. Como cuando miraba por la ventana más alta del palacio y divisaba a las aldeas lejanas incendiarse. Gente corriendo de un lado hacia otro. Muy desesperados.
¿Quién habrá hecho esto? Se preguntó.
¡Estamos siendo atacados!
De pronto, una figura salió de la nada. No lograba distinguirla bien, pero sabía que se trataba de un gigante. Mejor dicho, una mujer gigante.
Cirene.
Ella iba armada de un escudo y un arpón. Sus piernas desnudas corrían tan ágiles.
— ¡Malditas bestias! — dio un gutural grito.
¿A quién se refiere?
Ixión y Falero iban al lado de su hermana. Cada uno con sus respectivas armas.
A unos pocos metros, venían unos… ¡Centauros!
Moloso nunca había visto centauros en persona. Pero sí había escuchado hablar sobre ellos todo el tiempo. Y más en ese entonces cuando estaban en guerra contra ellos.
Eran muchísimos, pero no tantos como un ejército. Era apenas un tropel.
Mientras estos avanzaban, por detrás se acercaban unos troncos en llamas. El tronco caía en forma de embestida. Arrasando con todo a su paso. Hasta que se plantó en un punto fijo. Otra tienda más. El fuego se alzó como una columna de nuevo consumando toda la tela.
Moloso nunca había visto una estrategia así.
Los centauros que se acercaban eran al menos unos cincuenta. ¿De verdad Nesus se atrevió a sacrificar a cincuenta de sus guerreros?
Un duro enfrentamiento comenzó entonces a los pies del monte Ossa. Las armas chocaron unas con otras. Eran tan solo tres lapitas contra al menos diez centauros. Ixión y Falero se pusieron de espaldas y comenzaron a desparramar sangre. Flechas y puñaladas perforaban sus pieles. Sin embargo, ellos seguían como si nada.
Cirene estaba frente a ellos soltando fuertes alaridos. Su cuerpo se movía tan ágilmente que ningún centauro podía tocarla. Su arpón estaba manchado de rojo sangre, al igual que su rostro y sus manos.
La guerra no se trataba de lógica, ni de matemáticas. Por lo visto. Los lapitas iban ganando.
Hasta que al fin, se le sumaron más. Hipseo junto a otro grupo de guerreros gigantes se unieron al combate. Solo unos movimientos bastaban para terminar con la vida de sus contrincantes.
Hipseo llevaba unas cadenas extremadamente largas. En cada mano sujetaba un extremo de las cadenas. Los otros extremos sujetaban unas inmensas piedras. Así fue como empezó a girarlas por los aires, como si fueran boleadoras. Las piedras desplegaron unas ruidosas ráfagas al ser movidas con tanta fuera. Hasta que finalmente fueron dirigidas hacia los centauros haciendo que sus cabezas exploten.
Increíble. Pensó Moloso. Presenciando aquel sangriento espectáculo. Aquellos lapitas no necesitaban de ningún arma especial o veneno mortal para matar a esos monstruos. Eran tan habilidosos para la batalla.
Sus ojos se volvieron a centrar en Cirene. Aquella gigante era tan decidida en la batalla. Y tan atractiva.
No puede ser. Pensó el príncipe.
En ese momento, comenzaba a sentir atracción por Cirene. Ella era una joven muy interesante.
De pronto, sus miradas quedaron impregnadas. No fue por mucho. Cirene no podría distraerse. De lo contrario, sería una carnada fácil para los centauros.
La batalla siguió un buen rato. Más y más centauros se acercaban en hordas.
¿Quién de ellos será Nesus? Se preguntó Moloso.
Aunque dudaba de que el caudillo estuviera ahí. No arriesgarían a la cabeza de su ejército. Eso suponiendo que los centauros tuvieran aunque sea un mínimo de inteligencia.
— ¡Los voy a aplastar como si fueran cucarachas! — se oyó gritar a Cirene.
Una mujer que no le tiene miedo a las cucarachas, ¡Por los Doce Dioses del Olimpo!
De pronto, tan solo quedaban tres centauros. Al ver que ya no tenían oportunidad, decidieron emprender la retirada. Solo uno de ellos se quedó.
Cirene siguió arremetiendo contra aquel centauro que se había quedado. Su arpón alcanzó una de las patas del ser mitad hombre-mitad caballo. A tal punto que este quedó tendido en el suelo. Falero entonces se acercó y le apuntó el cuello con una lanza.
— ¡Hasta aquí llegaste! — le dijo luego.
El centauro dio bufidos sin poder levantarse del suelo.
Ese mismo día, interrogaron al prisionero.
El centauro estaba amarrado de manos y cuello. No tenía ninguna escapatoria. Los mismos Ixión y Falero se encargaron de su interrogatorio.
También estaban Moloso y Cirene presenciando todo.
— ¡Habla desgraciado! — dijo Falero.
Los labios del monstruo emanaban sangre de tantos golpes que había recibido.
Editado: 07.07.2018