Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo XVII – Arena manchada en sangre

Kletos

 

El sonido de unas campanas lo despertaron. ¿Qué demonios pasaba?

Alguien se adentró en el calabozo y desató a Kletos del poste. Luego lo ató de manos hacia atrás. Y comenzó a exigirle que empezara a caminar.

Esa no era la Eilyn que Kletos había conocido anteriormente.

El guerrero fue arrastrado por todo el campamento. Los pastizales eran verdes, y había jaulas por doquier de diversos animales. Leones, tigres, leopardos, jabalíes, lobos.

Había también esclavos. Decenas y decenas de esclavos rondaban de un lado hacia otro llevando provisiones. También amazonas yendo y viniendo de un lado hacia otro. Portaban sus armas. Al parecer siempre lo hacían. Como si estuvieran preparadas siempre para la guerra.

— ¿A dónde me llevas? — preguntó Kletos.

— A dónde vamos no te dejaran hablar, siquiera — contestó la amazona —. Vamos a la Arena.

— ¿La Arena? — preguntó Kletos. 

— Sí… la Arena. Será mejor que empieces a elevar tus oraciones. Te necesitamos vivo.

¿Me necesitan? Se preguntó Kletos. ¿De verdad lo necesitaban vivo?

Finalmente llegaron hacia lo que era un enorme teatro hecho sobre arena.

Así que esta es la Arena. Pensó Kletos.

— Es aquí — afirmó la amazona.

Otras dos amazonas se acercaron y llevaron a Kletos hacia un lugar apartado.

— ¿A dónde me llevan? — preguntó el guerrero.

— No es de tu incumbencia — replicó una de las guerreras, y le dio un fuerte coscorrón en la nuca.

Las amazonas lo llevaron hasta un depósito de armas. Allí había otros sujetos además de él. Eran esclavos.

— ¿Feliz de ser el primer hombre que morirá en la Arena con sus testículos saludables? — preguntó uno de ellos.

Eunucos. Pensó Kletos. Las amazonas tenían esclavos eunucos.

Otra campana sonó nuevamente.

Dos de los eunucos se prepararon para salir. Todo un gentío comenzó a aclamar y a aplaudir. Las voces sonaban como un gran estruendo.

De un lado… tenemos a Rodom… el bárbaro Dijo una potente voz. Para ser femenil, era muy grave y potente. En el otro lado… tenemos a Darío… el sumerio.

Luego de unos gritos y aclamaciones, la campana volvió a sonar. Se escucharon ruidos de aceros, gritos, golpes. Los eunucos estaban luchando a muerte.

— Esto es como una distracción para ellas — supuso Kletos.

— Así es — asintió uno de los eunucos que estaban con él —. Es su forma de condenar a los esclavos, para así mantener el orden y de esa manera evitar una revuelta.

— Qué seres tan crueles.

— Salvajes.

Kletos asomó la cabeza desde la puerta. Podía ver como uno de los eunucos tenía sometido al otro con una espada en el cuello.

Muerte. Muerte. Muerte. Muerte. Muerte. Muerte.

Se escuchaba decir entre la tribuna. Tanto los esclavos, como las amazonas, estaban ahí. La reina Antianira, tenía su lugar en lo más alto de la tribuna. Contemplaba todo con asombro.

Finalmente, el eunuco que había salido triunfante, empuñó fuerte su espada. La rozó por el cuello de su contrincante, y así le dio muerte.

Una de las amazonas le cedió una daga a Kletos.

¿Una daga? Se preguntó el guerrero. Nunca en su vida había utilizado una daga. Sabía controlar la espada. Pero más allá de eso, no sabía utilizar otro tipo de armas.

Todos en la tribuna aplaudieron. A excepción de los esclavos. Seguramente, ellos serían elegidos para el próximo combate.

La campana volvió a sonar. Las amazonas que estaban custodiando a los gladiadores empujaron a otros dos hacia el frente. Uno de ellos iba armado de arpones, los cuales los tenía en un morral atado a su espalda, el otro tenía un hacha y escudo.

Ahora… tenemos un dúo de maravilla. Prosiguió la locutora de la Arena. De un lado, tenemos a Tarium, el acadio… este era de estatura alta, piel morena, y de abdominales dignos de un dios… del otro lado, tenemos a Jacinto, el miceno… Jacinto era gordo como un oso y de cabellos anaranjados.

Todas aclamaron nuevamente. Luego, sonó nuevamente la campana y así un nuevo combate comenzó. El acadio y el miceno arremetieron uno contra otro. Una vez más, la Arena comenzó a teñirse de sangre.

Kletos observaba todo el espectáculo desde la puerta.

¡Traigan al curioso! Gritó la presentadora.

Entonces, una de las custodias, empujó a Kletos hacia la arena.

Aquí tenemos a Kletos, aún no sabemos su procedencia pero sí sabemos que debe estar entrenado para la guerra. Prosiguió aquella que conducía el espectáculo.

Los dos gladiadores pusieron sus ojos sobre Kletos y se abalanzaron sobre él.

Kletos comenzó a correr. El acadio comenzó a arremeter arpones contra él. Pero Kletos los esquivaba. Jacinto entonces corrió más fuerte con su hacha entre las manos y se acercó bruscamente a Kletos para partirlo en dos.



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En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

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