Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo XVIII – Un acuerdo corrompido

Cynara

 

Los días pasaban y el tiempo en aquel calabozo era un tormento. Aún peor de los que había vivido anteriormente. No tenía en quien respaldarse. Le hacía falta Cloe.

¿Cómo pudieron permitir que los centauros la llevaran?

De todas maneras, si alguno de sus amigos hubiera inventado alguna estupidez, todos terminarían muertos. Nunca había sido buena idea escapar. Más aún con todos los muertos que eso implicaba. Los pobres soldados áticos. Todos muertos, gracias a una traición de Evan. Una estrategia muy buena, al parecer, pero que exigió un gran sacrificio.

De vez en cuando, Polus, traía comida y agua. Él se había encargado de su seguridad y de que ninguno de los centauros le hiciera daño.

Extrañaba tanto su hogar. Respirar el aire de Tesalia, sentir el canto de los pájaros nuevamente. ¿Por qué los dioses habían permitido que todo se terminara de una forma tan repentina?

Polus le había traído la comida nuevamente, como todas las mañanas. Ella apenas la tocaba. Pero debía comer, no podía morir debilitada en aquella caverna.

De pronto, unas voces se escucharon. Eran como murmullos, pero se escuchaban bien claros.

¿Cómo nos das una prueba de que podemos confiar en ti? Dijo una voz tosca. Era un centauro, no cabían dudas.

Soy un noble de Tesalia, vivo en el palacio. Contestó otra voz. Esta era más humana. Mi nombre es Gamínedes, y vean que quiero ayudarlos a progresar en su avance contra las Tierras Áridas.

No necesitamos de traidores.

Pero yo les puedo ayudar. Confíen en mí, necesitarán de mi apoyo.

Nesus, por favor, la ayuda del guerrero nos vino bien, deberíamos confiar en este tipo. Irrumpió otro centauro.

Nos vino bien, por un momento, hasta que nos embriagamos y se nos voltearon.

¡Un traidor! Lo único que faltaba. Primero Evan, ahora este tipo. Gamínedes. Trató de grabarse ese nombre. Si salía viva de aquella caverna y lograba encontrarse con alguien de confianza, aquella información serviría.

Cynara no podía creerlo.

¿Y qué esperas a cambio, Gamínedes? Preguntó Nesus.

Mi seguridad. Respondió el noble. Y la de mi familia.

Trataremos de que así sea. Concluyó Nesus.

Y así, despidieron a Gamínedes.

De pronto, Polus se adentró nuevamente en la caverna. Cynara se sobresaltó.

— Tranquila — murmuró Polus —. En poco tiempo, serás libre. Te ayudaré a salir de aquí. Nadie se dará cuenta.

— ¿Vendrás conmigo? — preguntó Cynara.

Polus dio un suspiro y volteó.

— Tendrás que ir con los dioses.

— Ellos no me ayudan. Tú sí.

— Ellos me usaron a mí para ayudarte, seguro usarán a alguien más.

— No tengo a nadie. No tengo familia, no tengo amigos. Estoy sola. Tú eres todo lo que me queda.

El centauro echó otro suspiro. — Veré qué puedo hacer.

Desde que conoció a Polus, Cynara había cambiado su manera de ver las cosas. Aquel centauro era tan distinto a los demás. Hace tiempo, hubiera querido que su gente aniquilara a todos los centauros. Ahora, su único deseo, era que tanto hombres como centauros vivieran en armonía.

Tanta guerra y solamente mueren inocentes, sin embargo, los principales responsables siguen vivos. Pensó. Nesus. Gracias a él había iniciado la guerra. Para que todo termine, él debía morir.

 

Esa misma tarde, Polus llegó nuevamente a sacarla de la caverna. Cynara tenía el presentimiento de que no era tiempo de escapar aún. Polus estaba raro, algo pasaba con él. No era el mismo de siempre.

Comenzaron a caminar hacia la salida. De pronto, todo se tornaba cada vez más claro. El sol volvió a pegarle en la cara a Cynara. Vio a toda una tropa reunida. ¿Qué estaba pasando?

— Si la usamos como rehén, tal vez lleguemos a un acuerdo — exclamó Nesus con su voz profunda.

Cynara no lograba comprender. Escudriñó el horizonte. Había todo un tropel de hombres de gran estatura allí. ¿Quiénes eran aquellos?

Algo malo iba a pasar.

Los centauros avanzaron.

Polus tomó del brazo a Cynara, luego la subió a su lomo y así la llevó a cuestas. 

— No te preocupes — le dijo el centauro —. No dejaré que nada malo te pase.

Siguieron caminando un largo rato, hasta que al fin se pusieron bien de frente al ejército de gigantes. Un hombrecito pequeñuelo había entre ellos. Era apenas un joven.

Nesus estaba custodiado por varios de los vigías. Polus iba detrás con Cynara a cuestas.

Entonces, ambas tropas se enfrentaron.

Uno de los gigantes se adelantó.

— Mi nombre es Hipseo — exclamó —. Exijo que se haga presente Nesus.

Polus dio un paso al frente con Cynara montada sobre su lomo.

— Soy yo — dijo —. Es a mí a quien buscan.



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En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

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