Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo XIX – El día de la boda

Moloso

 

El cuerno sonó dos veces. ¿Qué significaba eso?

Extranjeros. Recordó el príncipe. Hipseo le había hablado sobre las distintas señales de los cuernos. Si el cuerno sonaba dos veces, indicaba que algún viajero estaba llegando. En el caso de que sonara una vez, indicaba peligro, o que estaban siendo atacados.

En la entrada, pudo ver a tres personas. Dos hombres y una mujer.

¿Quiénes serán? Se preguntó Moloso.

Se adelantó entonces a ver quiénes eran. Por sus atuendos, eran mirmidones. Al menos, llevaban el emblema de la hormiga en el pendiente de sus armaduras. Con más razón, se apuró para adelantarse. Llegó hasta ellos y saludó.

Uno de ellos era de cabellera rubia. Lo miraba sorprendido. Como si estuviera viendo a un fantasma.

— No puedo creerlo — dijo el mismo de la cabellera rubia —. Estoy ante Moloso, príncipe de las Tierras Áridas, hijo de Neoptólemo, descendiente directo de Aquiles y el primer heredero al trono.

— Con que me llames Moloso, está bien — respondió el príncipe.

El otro sujeto tenía la cabellera castaña y ondulada. Una barba descuidada y ojos negros.

— Mi amigo, Aristo, siempre soñó con conocerlo a usted y a su familia — dijo y luego se presentó —. Mi nombre es Néstor, somos de su tierra, mirmidones. Y pertenecemos a los Hombres Fieles.

— No existen Hombres Fieles, ni amotinados — contestó Moloso —. Solo existen personas con distintos pensamientos — guardó silencio un momento y prosiguió —. Imagino que son guerreros. 

— Desde muy pequeños entrenamos en el ejército — dijo Néstor —. Aunque, Aristo se defiende más con los instrumentos musicales.

Moloso volvió a dirigirle la mirada a Aristo.

— ¿Eres un aeda? — le preguntó.

Aristo asintió.

— Los músicos, son los primeros en ir al frente de cada batalla — continuó el príncipe —. Y son los primeros en recibir las flechas.

Esas palabras no halagaron demasiado a Aristo.

— Algún día quisiera escucharte — afirmó luego, el príncipe.

— El sueño de Aristo siempre fue tocar en el Palacio para la realeza y los nobles — exclamó Néstor.

Aristo le dio un golpe brusco con el codo.

— Y yo puedo ayudarle a cumplir ese sueño — afirmó Moloso.

Aristo se inclinó en señal de agradecimiento.

Luego, el príncipe puso sus ojos en la mujer. Ella no parecía tan humana.

— ¿Cuál es tu  nombre? — le preguntó Moloso.

— Dafne — contestó la mujer. Tenía la cabellera rojiza.

— No eres humana, ¿Cierto?

Dafne negó. — Soy una ninfa — alegó luego. El aspecto de Dafne era el de una jovencita, pero no parecía humana. Cada vez que te ponías cerca de ella, sentías la fragancia del bosque y una frescura inmensa que te recorría el cuerpo.

— ¿Qué haces vagabundeando con dos humanos? — le preguntó Ixión.

— Los estoy acompañando en la expedición.

Moloso se sorprendió al escuchar aquello.

— ¿Están en una expedición? ¿En serio? — preguntó luego.

— Su Majestad, el rey Heleno — respondió Aristo —. Tal vez no lo sabe porque usted no estaba en ese momento en el palacio, o al menos yo no lo he visto.  

— ¿Ustedes tres nada más? ¿Por qué no una tropa? — por lo visto, Moloso necesitaba varias explicaciones al estar ausente en su palacio.

— Antes éramos cuatro, pero unos pájaros del Estínfalo se llevaron al cuarto — agregó Néstor —. La verdad, iniciamos la expedición Aristo, Kletos, quien fue raptado por los pajarracos, y yo.

— ¿Pájaros del Estínfalo? ¿En Tesalia? — exclamó Moloso, muy sorprendido.

— La leyenda no dice que Hércules los haya masacrado, en realidad solamente utilizó una campana para poder ahuyentarlos.

Kletos. Pensó luego el príncipe. En algún lugar había escuchado ese nombre.

— Ahora, háblenme de su amigo, Kletos — les ordenó.

— No hay mucho que decir — respondió Néstor.

— Es mi mejor amigo — añadió Aristo —. Hubiera preferido que esos pájaros me llevasen a mí, y no a él. Ha sufrido bastante, y ahora puede estar muerto.

— Todavía pueden haber esperanzas — suspiró Moloso —. Si pudiera, emprendería una expedición para buscarlo y rescatarlo. Pero hay asuntos más importantes. Debo realizar los preparativos para mi boda, y además, volver a Tesalia. Hay unos traidores entre nosotros.

— ¿Traidores? ¿Quiénes? — preguntó Aristo.

— Uno de ellos, se llama Evan.

— El hermano de Kletos — soltó el aeda, sin pensarlo.



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En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

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