Kletos
De pronto, algo sacudió la cabeza de Kletos. Este abrió los ojos. Era el esclavo que le había vendado sus heridas. El héroe no entendía qué hacía el esclavo allí.
— Me has dicho que ya no necesito tus servicios, ¿Qué haces aquí? — le preguntó.
— Me han enviado por usted — contestó el esclavo. Luego, lo soltó de sus cadenas. — No tenemos mucho tiempo.
Kletos quedó muy sorprendido al ver eso.
— ¿Quién te envió?
— Lo descubrirá luego, debemos apresurarnos.
Y sin intercambiar más palabras, salieron del calabozo. El corazón de Kletos se agitaba a mil por horas. Era tanta la adrenalina que sentía su respiración cada vez más dificultosa. ¿A dónde lo llevaba aquel esclavo? ¿Aquello era un escape?
Por un momento, pensó que lo estaría llevando a un juicio, para ser condenado. Pero en realidad, aquel esclavo lo estaba ayudando a escaparse.
Era de noche.
Ambos se encaminaron un largo rato, hasta llegar a las afueras de Escitia. Un lugar tan sombrío, que parecía ser el mismísimo hogar de Hécate. Allí los esperaban dos caballos. Eran tan majestuosos que parecían pertenecer a la realeza.
— ¿A dónde vamos? — preguntó Kletos.
— Yo no iré a ningún lado, será usted, junto a la señorita, Eilyn — contestó el eunuco.
Kletos miró a su alrededor. No veía a Eilyn por ningún lado. Supuso que tal vez tendría que esperarla.
El eunuco entonces dio marcha atrás.
— Espera — exclamó Kletos.
— No grite — suplicó el esclavo —, hay centinelas por todas partes.
— Si vuelves, descubrirán que tuviste que ver con mi huida. Ven con nosotros, y serás libre.
— Soy un esclavo, no pueden hacer peores cosas conmigo, nada peor de lo que ya me han hecho.
— Al menos dime tu nombre.
— Si antes no era nadie, ahora con más razón, no tengo derecho ni siquiera a ser llamado por mi nombre. Solo llámeme Eunuco. Desde que llegué a este lugar, ese ha sido mi nombre.
— ¿Y quién eras antes?
De pronto una flecha salió de la nada y se interceptó en la espalda del eunuco. Este cayó al suelo escupiendo sangre por la boca y dando sus últimos alientos de vida. Otra flecha más se clavó en su cintura.
— Rhodom — susurró —. Ese… ese es mi… nombre… Rhodom.
Luego cerró los ojos y suspiró.
De pronto, una silueta se acercó a Kletos esquivando las flechas. Eilyn.
— ¡Rápido! — Gritó — ¡No tenemos mucho tiempo!
Iba acompañada de otra guerrera.
Se subieron entonces a los caballos y comenzaron a cabalgar. Eilyn y la otra guerrera iban en un caballo, y Kletos iba en el otro.
— No sé por qué te estoy ayudando con esto — dijo la acompañante de Eilyn —. Estás arriesgando tu vida por un hombre. Estás bien loca amiga.
— Tú misma te ofreciste a ayudarme, Camila — espetó Eilyn.
Al cabo de unos instantes, parecieron haber dejado lejos a las demás amazonas.
— ¿A dónde iremos? — preguntó Kletos.
— Solo hay que seguir, pronto hallaremos un buen refugio — fue todo lo que contestó Eilyn.
Kletos tuvo la intención de volver hacia atrás. Había dejado a Rhodom. Trató de recordar ese nombre. Así se llamaba el esclavo que lo había sacado del calabozo. Apenas había aprendido su nombre, y ya lo había visto morir. Había presenciado un número muy extenso de muertes. ¿Acaso Kletos estaba maldito?
Con el solo hecho de pensar que Rhodom ni siquiera tendría un funeral digno, al tener condición de esclavo, a Kletos le pesaba la consciencia. Aunque no era su culpa que aquel desdichado eunuco tuviera aquel destino.
La cabalgata siguió un largo trayecto bajo el insuficiente brillo lunar. Era casi imposible ver el paso.
De pronto, alguien irrumpió el paso. Era la silueta de una guerrera. Por detrás, se escuchó el alarido de toda una tropa.
Los habían alcanzado.
La guerrera portaba una lanza y un escudo con una gran daga adherida a él. Arrojó la lanza hacia el caballo de Kletos. El caballo soltó unos relinches y se desplomó en el suelo junto con su jinete. Luego, la amazona saltó hacia el otro caballo. Donde iba Eilyn y Camila. Y de un solo movimiento, la amazona atacante degolló al caballo con la daga.
Ahora, los fugitivos se habían quedado sin medios.
Camila sacó un hacha de atrás de sus espaldas y la arrojó hacia su contrincante. El hacha voló por los aires hasta impregnarse en el pecho de la amazona, quien se desplomó en el suelo, moribunda.
— Voy a regresar, los voy a distraer — dijo —. Ustedes sigan su camino. Yo los alcanzo luego.
— Ni se te ocurra — Eilyn la detuvo —. Ellas no serán misericordiosas contigo.
— Solo soy una más, tú en cambio eres la hija de Antandra. Voy a estar bien, lo prometo. Sálvate. Salva tu vida. Cumple con tu propósito. Sé que serás una gran heroína como tu madre.
Editado: 07.07.2018