Moloso
Él estaba más terco y decidido que siempre. No había nada que detuviera su ansiedad, ni siquiera la dulce voz de su madre podía calmarlo.
— La secuestraron, por mi maldita culpa — se lamentaba entre lágrimas.
— Tranquilo hijo, seguro Hipseo sabrá qué hacer y podremos ir a rescatarlo — trataba de tranquilizarlo su madre, mientras lo acurrucaba sobre su pecho como cuando era un niño —. Conserva la calma y cree en los dioses. Todo estará bien. Te lo prometo.
Todo estará bien.
Desde la muerte de Neoptólemo nada había estado bien. Todo era desgracia. Las luchas internas contra los amotinadores, la batalla contra los centauros. La pobreza extrema en la ciudad, la taza frecuente de mortalidad.
— Solo quiero estar en paz — se quejó Moloso.
— Pronto terminará todo esto, hijo mío.
En ese momento, Hipseo llegó con sus hijos. Cirene iba a su diestra, Ixión y Falero iban detrás.
— Lamento haberles hecho esperar — dijo Hipseo —. Tuve que encargarme del digno funeral de aquellos que cayeron en la batalla.
— Lo entendemos muy bien — asintió Moloso.
— Ahora, a lo que vinimos — prosiguió el rey —. Estoy al tanto de las cosas que pasaron en estos días, sobre todo en la noche de la boda. Esa refugiada de tu pueblo.
— La secuestraron los centauros, por mi culpa — dijo el príncipe —. Yo estaba ahí cuando sucedió. Y no pude detenerlos.
— ¿Y por qué estabas ahí? Era el día de tu boda. Tendrías que haber estado al lado de tu esposa. No a escondidas con esa mujer.
— Con todo respeto, mi señor. Adrienne y yo nos conocemos desde muy niños. Compartimos lindos momentos juntos, y no he dejado de extrañarla desde mi estadía en estos lugares.
— ¿Acaso mi hija no es lo suficientemente mujer para ti?
El tono de Hipseo se exaltaba cada vez más.
— Usted no me comprende, su majestad — Moloso trataba de arreglar las cosas con calma —, Adrienne y yo somos amigos. Nada más que eso.
— ¿Y qué hacían fuera de la fiesta? — preguntó Ixión.
— Ella salió, y yo traté de detenerla. Le dije que era peligroso que estuviera sola allí — contestó el príncipe —. Mis intenciones con ella no sobrepasaban los límites. Yo respeto mucho a Cirene y entiendo que ella es mi esposa.
Entre los lapitas se intercambiaron las miradas.
— Gracias a tu queridísima amiga, nuestra boda se interrumpió — replicó Cirene.
— Y ni siquiera pienses que vamos a ir a rescatarla — prosiguió Hipseo —. Debemos seguir con los planes. La guerra debe terminar.
Moloso se exaltó.
— Pero, Adrienne es muy frágil — exclamó Moloso — No duraría ni un día entre los centauros. Podría morir.
— Ella no es de influencia para nosotros — respondió Hipseo —. Si hubiera sido Cirene, quien hubiera estado en esa situación, ahí podríamos intervenir. Pero esta muchachita, ni siquiera es una princesa, o alguien de la familia real.
— Pero es mi amiga.
— Está decidido, chico — regañó el rey lapita —, no vamos a intervenir. Sigamos con los preparativos. Hay que emprender el viaje a Tesalia. Esta guerra debe terminar de una vez. Fin del discurso.
Entonces, el rey y sus dos hijos se retiraron. Mientras Cirene, quedó allí plantada, poniendo su mirada fija en Moloso.
Andrómaca empezó a sentirse incómoda.
— Creo que me tengo que ir, ustedes tienen mucho de qué hablar — dijo. Y se retiró del lugar.
Moloso y Cirene mantuvieron sus miradas impregnadas por un largo rato.
— No quiero más sorpresas — soltó Cirene finalmente —. O me respetas, o te cortaré en pedacitos y los arrojaré al río.
— No matarías a tu esposo — la desafió el príncipe.
Entonces, Cirene se le abalanzó, lo tomó por los hombros y luego acercó sus labios. Aquel beso no era igual al de la boda. Sin embargo, Moloso no podía sacar de su mente a Adrienne. Entonces se apartó en ese instante.
— ¿Piensas mucho en ella? — le preguntó —. Pude ver cómo se miraban el día de nuestra boda. No podían sacarse los ojos de encima.
— Antes no querías saber nada de mí, y ahora te pones celosa.
Cirene lo tomó por el cuello esta vez.
— Eres mi esposo. Me perteneces, y yo te pertenezco. Por eso, serás tú quien decidas lo que vamos a hacer. Rescatamos a tu amiga, o seguimos las instrucciones de mi padre.
— Podría ser peligroso. Si sobrevivimos, nos van a castigar por esto.
— Que pase todo lo que tenga que pasar. Pero no olvides, que aún no terminó nuestra boda. Todavía queda un paso más.
Moloso no era bueno para entender las indirectas.
Cirene empezó a quitarse sus ropajes muy lentamente. No iba a permitir que su esposo se aprovechase del momento y lo hiciera de manera brusca. Prefería hacerlo ella misma y darle el gusto. Aunque en ese momento no estaban en el lecho nupcial, pero la ceremonia debía concluir de alguna forma u otra.
Editado: 07.07.2018