Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo XXIV – Cargando con los muertos

 

Moloso

 

La inmensa carreta se movía a toda velocidad. El joven príncipe no dejaba de pensar en todo lo que estaba pasando. Su madre se encontraba en muy mal estado. En ese momento, él estaba ahí, atendiéndola junto a Cirene, Aura, quien con sus pócimas y preparados curativos hacía lo posible para hacer que Andrómaca se componga.

En ese momento, solo contaba con la compañía de su esposa, Cirene, y de Aura. El poder de aquella sería de gran ventaja para el ejército. Sabiendo que Heleno había perdido sus poderes de predecir el futuro.

Si gracias a aquel rey vidente, Troya había sido devastada, con la ayuda de Aura, la guerra estaba ganada.

Pero Aura se mantenía distraída. Hacía bromas por todo, a veces tomaba tanto licor que salía de sus cabales, y pasaba la noche encamada con cualquier hombre que se le cruzaba en frente. Su vida de pitonisa había quedado atrás.

¿Qué pasaría si una pitonisa rompe sus votos sagrados? Se preguntó Moloso. Esperando que Aura no perdiera aquellos poderes. Si tuviera todavía esos mismos poderes, tal vez podría curar a su madre. Aquella vez, en el pantano, ella había cesado el efecto del veneno de la Hidra haciendo que Moloso recobrase el aire en sus pulmones. Podría utilizar ese mismo poder con su madre.

 

Finalmente, llegaron a destino. La tierra de Tesalia estaría deshabitada por completo de no ser por los soldados que iban de un lado a otro, los que estaban entrenando, y alguno que otro civil que no había tenido la oportunidad de emigrar a la tierra de los lapitas.

Se sentía un clima de tensión. Algo estaba pasando.

Moloso ordenó detener la carreta y se bajó de ella. Luego se dirigió a uno de los soldados que estaban más cercanos. Éste lo saludó con una reverencia.

— ¿Me podrías decir qué es lo que está pasando? — le preguntó. — Los amotinados, mi señor — contestó el soldado —, se han alzado nuevamente, y esta vez son más poderosos ya que Heleno no está.

— ¿Cómo que no está? — se exaltó el príncipe.

— Ha desaparecido mi señor.

Moloso se tensó.

— Pero créame, que esa no es la peor noticia — prosiguió el soldado.

El príncipe echó un suspiro y se dispuso a escuchar.

— Su hermano… Phylos… él… está muerto.

Esta vez, el rostro del príncipe se desfiguró.

 

Esa misma tarde, Moloso se puso de pie junto a la pira incinerada de Phylos. La misma estaba junto a las demás piras, de los hombres que habían acompañado a Heleno hasta el Altar Mayor. Los mismos que habían sido descuartizados por los maleficios. No podía creer que a medida que el tiempo pasaba, iba ganando cada vez más enemigos.

Moloso se inclinó y se puso a llorar desconsoladamente. Todo estaba más perdido de lo que imaginaba. Su hermano muerto, su padrastro desaparecido, posiblemente también estaría muerto, y el destino de su madre pendía de un hilo. La guerra se ponía cada vez más difícil.

Le dolió tanto que su hermano haya muerto de esa forma tan atroz. Como si fuera un animal. Sacrificado en el templo de una endiablada diosa.

Su momento había llegado. Debía aceptar el trono que alguna vez había sido de sus ancestros. Ya no podía esquivar su destino. Debía tomar el trono como sea.

De pronto, llegó Pérgamo, escoltado por algunos guardias. Había venido de su duro entrenamiento.

El príncipe Moloso, lo miró tan asombrado. No había crecido mucho desde la última vez en que se vieron, sin embargo, estaba hecho un hombre. Se había vuelto más ancho de hombros. Tenía el mismo porte de guerrero que Neoptólemo.

Pérgamo corrió hacia su hermano. Ni bien llegó hasta él, lo abrazó y lloró.

— Te extrañé — murmuró.

— Yo también, hermano — respondió Moloso.

— Sólo quedamos nosotros dos. ¿Dónde está mamá? ¿Está bien?

Moloso negó. Empezó a contarle a su hermano sobre el estado de su madre. Le explicó los motivos por los cuales tuvo que traerla junto a los demás refugiados. Incluyendo a su hermano, Cestrino.

Volvió a prestar su atención en las piras.

— Ahora nuestra guerra no es solo con los centauros, también con las hechiceras — dijo.

— No importa cuántos enemigos sean — exclamó Cirene —. Los vamos a aniquilar a todos, uno por uno.

— Los centauros son enemigos fáciles, pero las hechiceras, esas sí cuestan más — murmuró Hipseo —. Enfrentarlas, es un riesgo muy grande.

— Pensé que los lapitas no le tenían miedo a nada — dijo Demetrio con una voz desafiante —. Tenemos que unir nuestras fuerzas. En este momento, es cuando más unidos debemos estar.

— Los amotinados quieren que el nieto de Aquiles tome el trono — dijo uno de los soldados —. Debemos darles el gusto, que Moloso asuma su poder.



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En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

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