Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo XXVI – El camino de la purificación

 

 

Kletos

 

Los días pasaban, pero aun así era imposible de creer que la leyenda de Quirón todavía siguiera viva. Muchos lo daban por muerto, otros decían que los dioses se lo habían llevado al Olimpo. Pero ahí estaba. Fuerte y dispuesto a ayudar.

Las noches eran muy divertidas y calurosas, gracias a la dulce melodía del aulós de Aristo y la bella voz de Dafne. Ellos alegraban la fogata. Quirón también acompañaba con su canto, a pesar de su tosca voz de leñador, era bastante afinado.

— ¿Por qué decidiste desaparecer? ¿A dónde fuiste? — le preguntó Kletos, esa misma noche.

— No podía quedarme con mi familia. Nesus los tenía envenenados a todos. Lamentablemente, tuve que mantener una posición de neutral. Y a los neutrales, no les va muy bien en la guerra — respondió Quirón —, ellos querían asesinarme por haberles dado la espalda cuando decidieron atacar a los mirmidones. Pero les tuve que decir que no. No podía romper mi juramento.

— ¿Juramento? — preguntó Eilyn.

— Peleo, el antiguo rey de Tesalia, y yo, éramos muy buenos amigos — prosiguió Quirón —. Ambos mantuvimos un juramento de amistad ante los dioses. Yo le juré que lo protegería con mi vida, a él y a su familia. Hasta el día en que los dioses me llamen. Lo mismo me juró él. Sin embargo, Aquiles, su hijo, murió en Troya y yo no había podido estar ahí para defenderlo. Tampoco sé qué se hizo de Peleo. Algunos creen que murió, otros dicen que se fue a vivir con Tetis, y las demás nereidas en el océano. Quisiera creer eso, no podría imaginarme haber estado ausente en el funeral de mi amigo.

— Entonces, huiste por mantener ese juramento — supuso Aristo.

— Así es — asintió el centauro —. Solo lo hice por mi amistad con Peleo. No podía luchar contra mis propios hermanos, ni tampoco podía luchar contra los mirmidones, cuando ellos nunca me han dado la espalda. Ellos son mis discípulos, yo los entrené. Por algo me llaman el Mentor de Héroes. 

— Pero ahora estás de regreso, ¿Por qué? — preguntó Néstor.

— Los dioses me enviaron y me sacaron de mi escondite — respondió el mentor —, me dijeron que mi tiempo estaba cada vez más cerca.

— ¿Tu tiempo? — preguntó Aristo.

— Todos nacemos, vivimos y morimos — dijo Quirón —, yo también tengo un tiempo limitado aquí en la tierra.

Kletos sintió un poco de angustia. Apenas había conocido al famoso Mentor y ya estaba presenciando su despedida.

— ¿Vas a pelear de nuestro lado? — le preguntó.

— Los ayudaré como pueda, y también voy a pelear con ustedes — afirmó Quirón —, solo que dudo que los mirmidones acepten a un centauro en su ejército luego de lo que pasó.

— Tienen que aceptarte — musitó Aristo —, siempre fuiste reconocido por tu sabiduría y bondad.

— Algunas personas suelen generalizar. Nos ponen a todos dentro del mismo círculo.

Eilyn se sintió incómoda al escuchar aquello. Ella era una de esas personas. Debido a que de niña la reina Antianira la había criado como una guerrera, envenenando su cabeza con juicios indebidos. Diciéndole que no podía confiar en nadie más que en su propia gente. Que solo con las amazonas estaría segura. A medida que pasaba más tiempo con Kletos y con los demás muchachos, aprendía que no todo era como se lo habían enseñado.

 

Al llegar la tarde, Quirón llevó a parte a Kletos. Comenzaron a caminar un largo rato. El centauro iba contando sus anécdotas.

— Recuerdo a Hércules como si hubiera sido hace tan poco tiempo — murmuró —, era demasiado galante y libertino. No paraba de galantear a cada doncella que se le cruzaba por el camino. Muchos decían que eso también se lo enseñé yo, pero no es verdad. Él era así porque quería. Y a causa de eso, murió.

Soltó un suspiro y luego prosiguió.

— Recuerdo que una vez le lanzó una lanza a una estatua de Apolo y le sacó uno de sus brazos. Las pitonisas pensaron que se trataba de un mal presagio y clausuraron el oráculo por dos años. Su fuerza descomunal era lo que le hacía tan especial, pero aún sin ella, Hércules hubiera seguido siendo una leyenda.

Luego recordó a Peleo. Y de esa forma, volvió años atrás, en el tiempo.

Todo empezó hace años atrás. Eaco era rey de Egina. Tenía tres hijos: Peleo, Telamón y Phocus. Los dos primeros, tenían envidia Phocus, dado que este se destacaba en sus competiciones. Entonces, Peleo y Telamón planearon una conspiración contra él. Lo invitaron a unos juegos y así lo mataron, haciendo que su crimen pareciera un accidente.

Cuando el crimen fue descubierto, Eaco desterró a sus dos hijos, para que la vergüenza y la desgracia no cayeran sobre su casa de nuevo. Les dio un día para salir de la ciudad.



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En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

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