Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo XXVII – Diferencias entre Inmortales

Moloso

 

El tiempo pasaba. Cada vez era más inexplicable la desaparición de Aura.

Moloso lo había encubierto todo. Había encargado a sus mejores hombres de confianza para que retiraran el cuerpo del palacio y se deshicieran del cuerpo. Privando a la pobre pitonisa de un funeral digno.

Cada día que pasaba, las personas venían a recurrir al palacio para tener nuevos signos sobre el futuro. Y Moloso, debía hacer el frente para darles explicaciones innecesarias. Durante todo ese tiempo, había engañado a los suyos haciéndoles creer que ella estaba enferma. Que estaba en reposo y que no estaba en condiciones de atender a nadie. Algo ilógico, dado que las pitonisas servían al dios Apolo, quien además de ser el dueño del oráculo era el dios de las medicinas. Era casi imposible que alguna de sus legítimas siervas se enfermara. Para tranquilizar el panorama, había enviado a dos de sus emisarios para que trajeran a una sacerdotisa del Épiro. Entonces, se quedarían con la seguridad de tener la protección y el acompañamiento de los dioses.

Así fue que una noche, Cirene se atrevió a desafiar el mandato del rey. Entró en la habitación que correspondía a Aura. Y como estaba en plena oscuridad, decidió encender un candelabro. Se fijó en la cama. No había nadie. Estaba vacía como una pira sin estrenar.

— Por los dioses — susurró.

— ¿Qué haces aquí, Cirene? — irrumpió una voz por detrás.

La joven gigante se volteó exaltada. Se encontró con que su marido estaba en la misma habitación. Observando todo.

— Moloso… — murmuró.

Volvió a dirigir la mirada sobre la cama y luego volteó nuevamente hacia su esposo.

— Dijiste que Aura estaba aquí, que estaba enferma — agregó. — ¿Por qué nos mentiste?

— Cirene… no te metas en asuntos que no…

— ¡Yo soy tu esposa! ¡La legítima reina de Tesalia y de los lapitas!

— Mi madre todavía está viva, no eres reina todavía en Tesalia.

— Pero soy tu mujer. Y solo por ese hecho, debes respetarme. ¿Por qué no me dices dónde está Aura? ¿Qué hiciste con ella?

Moloso guardó silencio.

Ese silencio comenzaba a preocupar a Cirene.

— La maté — dijo finalmente —. La maté porque deshonró a mi familia. Dijo una blasfemia contra el espíritu de mi padre, y yo decidí vengarlo.

— ¿Qué fue eso tan feo que dijo como para que tuvieras que recurrir a matarla? — preguntó Cirene muy disgustada.

— ¿Lo quieres saber? ¿En serio? — Moloso parecía alterado, le estaba subiendo la presión —. Ella dijo que fue mi padre quien incendió Delfos.

Sus lágrimas ahogaron su voz.

Cirene lo abrazó fuertemente. Con su enorme contextura corporal, podía abarcar y cubrir todo el pequeño cuerpecito del rey.

— Tranquilo. No sabemos si es cierto. Puede que Aura haya estado en un éxtasis, y que estaba delirando — trató de tranquilizarlo. Pero era imposible. Moloso estaba demasiado alterado.

— ¿Y si es verdad? ¿Y si mi padre hizo eso? La desgracia podría caer sobre mí, sobre los hijos que tendremos.

— Jamás. Los dioses están de nuestro lado.

— Los mismos dioses que dirigieron la flecha de Paris al talón de mi abuelo, y los mismos que estuvieron con mi padre la noche del incendio del templo.

— Confía en los dioses. Pero además de eso, confía en que nosotros saldremos victoriosos de esta guerra. Los mirmidones son el pueblo más valiente y poderoso de la tierra, los lapitas somos la tribu de gigantes más temida de todos los reinos. Juntos, seremos el ejército más invencible que el mundo haya visto.

Por primera vez, las palabras de Cirene surtían efecto en Moloso. Nunca se había sentido tan motivado.

— Vamos a luchar, como aquella vez en que Zeus luchó contra Cronos para conquistar el Olimpo. Y así como mis padres destruyeron la ciudad de Troya, así voy a destruir a todos mis enemigos. Uno por uno. Perecerán ante la ira de los dioses, y ante el filo de mi espada.

En ese momento, entró Andrómaca en la habitación.

— ¿Qué están haciendo aquí? — preguntó. Escudriñó la habitación, y como los vio a los dos solos, comenzó a preocuparse. No estaba Aura. — ¿Dónde está la pitonisa? — Agregó — ¿Ya se recuperó?

Ellos quedaron mudos ante la pregunta de la reina.

— Respondan, por el Olimpo — replicó Andrómaca.

— Aura no está, y no regresará — dijo Moloso —. Nunca mamá. Olvídate de ella. Todos en el palacio deben olvidar que ella alguna vez existió.

— ¿Por qué dices eso, hijo?

— Los dejaré solos — dijo Cirene.

— Quédate — ordenó Andrómaca —. Quiero que los dos me expliquen qué es lo que está pasando.



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En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

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