Kletos
El sol ya se había ocultado. El joven Kletos debía conseguir la leña suficiente para encender otra fogata. Todavía estaban lejos del hogar, pero en al menos unos cinco días, estarían de regreso.
Todos se habían dispersado. Eilyn había ido a entrenar y a hacer su rutina diaria de ejercicios. Al parecer, no querían que la vieran cumpliendo con aquel pasatiempo, ya que se perdía en el bosque y regresaba al terminar. Néstor, había ido a cazar unos animales para la cena. Aristo y Dafne. Esos dos habían desaparecido misteriosamente sin dejar explicaciones. Pero no debían estar lejos. Ambos sabían defenderse.
Kletos comenzó a caminar. Iba cortando de entre los árboles unas ramas para poder preparar la leña.
De pronto, escuchó unos ruidos que venían de detrás de los arbustos. Se acercó para ver lo que era. Desenvainó entonces su espada y se preparó para lo peor. Tal vez alguna fiera del bosque estaba al asecho. O algún monstruo voraz. Sea lo que sea, estaba dispuesto a defenderse.
Repentinamente, una mujer salió de la nada. Sus vestidos eran transparentes, tanto como su grisácea piel. Tenía en sus manos dos cuchillas y una mirada petulante. Sus dientes rechinaban. Como si estuviera furiosa.
Kletos intentó defenderse con su espada. Pero la mujer era demasiado hábil. De pronto, una de las cuchillas dio en la rodilla derecha de Kletos. La otra en su brazo. El héroe gritó de dolor. Pero siguió peleando como si nada.
Luego, una flecha salió disparada de la nada hacia la cabeza de aquella mujer de vapor. Pero la flecha no hizo más que atravesar unos mechones de sus cabellos sin darle un solo rasguño.
Eilyn se adelantó y derribó a la mujer de una tacleada. Ambas forcejearon un buen rato, hasta que la mujer de vapor quitó de encima a Eilyn. Esta vez, Aristo arremetió con su espada. Pero el puñal no le daba más que un leve rasguño a aquella figura.
En ese momento, llegó también Quirón, con una soga entre sus manos. Rodeó con ella el cuello de la mujer, luego Aristo y Eilyn la sostuvieron de cada lado. Y así lograron capturarla. El hecho de haber podido capturar a aquella mujer de vapor se encontraba algo inexplicable. Dado que el vapor era fácil de disolverse. En cambio, aquel cuerpo estaba completamente materializado.
— ¿Quién eres? ¿Quién te mandó a atacarnos? — le preguntó Eilyn.
— Nadie me mandó a atacarlos... Yo… Yo solo quiero cuidar de mis hijos — contestó la mujer.
— ¿Tus hijos? ¿Quiénes son tus hijos? — preguntó Kletos.
— Los centauros — respondió la mujer —. Yo soy la madre de cada uno de ellos.
Dafne no tardó en llegar. Todos intercambiaron miradas.
— ¿Qué está pasando? — preguntó, muy confundida.
— Encontramos a la madre de los centauros — contestó Aristo —. Y está furiosa porque vamos a pelear contra sus hijos.
La mujer de vapor volteó hacia Quirón.
— Debería darte vergüenza pelear contra tus propios hermanos, y hacer amistades con estos.
— Mi verdadera familia son los hombres, Nefele — replicó Quirón.
— Con que así se llama la honorable madre de los centauros, Nefele — soltó Eilyn. Sin dejar de mirarla de forma altanera.
— Quirón, pensé eras hijo de Cronos con la ninfa, Felgre — supuso Aristo.
— Soy el único centauro hijo de Cronos, por eso no soy igual a los demás — dijo el Mentor —. Los demás de mi especie, son hijos de esta mujer, con un gigante lapita.
— Gracias por no contarle la historia completa — dijo Nefele.
— Entonces, los lapitas y los centauros son parientes cercanos — murmuró Kletos.
— Más de lo que imaginas — agregó Quirón —. De hecho, los centauros nacieron porque un antiguo rey lapita, intentó seducir a la diosa Hera. Cuando Zeus lo descubrió, diseñó una nube copiando la forma de su mujer…
— ¡Basta! — irrumpió Nefele con un grito.
El centauro amordazó a Nefele y luego prosiguió.
—… y el estúpido lapita, pensando que aquella figura era su amada, la tomó por la fuerza. Y así, de esa sucia unión, nacieron mis parientes. Nefele, es una creación de Zeus, lo que la convierte en mi hermana.
— O sea que los centauros son tus sobrinos — dijo Aristo.
— Son hermanos, aunque mi sangre sea lejana a la de ellos.
Todos quedaron muy sorprendidos ante aquella historia. Quirón luchaba contra sus propios parientes. Los lapitas también. Ambos pertenecían al mismo linaje. Y aun así, había una guerra interminable entre ellos.
— ¿Qué haremos con ella? — preguntó Dafne.
— No podemos soltarla, podría matarnos — dijo Kletos —. Ya intentó hacerlo una vez.
Quirón elevó sus brazos a los cielos, esperando encontrar una respuesta de su hermano. Al instante, las nubes taparon las estrellas. Relámpagos y centellas empezaron a salir de las nubes grises, provocando estruendos y precipitaciones. La lluvia comenzó a caer.
Editado: 07.07.2018