Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo XXX – La incursión en el pantano

 

Moloso

 

La vida en aquel palacio no era la misma; la guerra que se avecinaba preocupaba a todos. No tenían a Heleno para que pudiera tener resultados con sus visiones, ni tampoco tenían a Aura. Solo tenían a Melisa, la sacerdotisa de Démeter, ella era la única que podía darle paz a los mirmidones. Cada noche, rendía un homenaje nuevo a los dioses, al cual todos asistían; incluyendo el rey Moloso, su mujer, y los demás miembros del séquito.

Pero Moloso sabía muy bien que eso no era suficiente. Recordó cómo había comenzado su viaje. Aquella vez en que se encontró por primera vez con los hermanos de Cirene, en el pantano de Lerna. El mito de Hércules, decía que el mismo había asesinado a un centauro con una de sus flechas que había rociado con la sangre de la Hidra, la cual tenía un veneno tan mortal que podía ocasionar una muerte muy dolorosa.

Mientras miraba por la ventana, la misma ventana en la cual admiraba tantas veces la maravillosa vista de su ciudad; pero ahora, solo veía una ciudad a medio poblar, llena de silencios de muerte, cantos fúnebres, llanto y oscuridad. En el balcón, había pasado uno de sus mejores momentos con Adrienne, sin ver el tiempo correr. ¿Por qué no podía volver a aquellos días?

Ahora, el joven que alguna vez fue príncipe, era un hombre, y era el rey de Tesalia. Ya no podía pensar en amores de adolescentes, estaba casado con otra mujer.

Por poco, había conocido su fin en aquel pantano, pero había sido salvado por Aura.

¿Qué será de ella ahora? Se preguntó.

Aquella pitonisa le había salvado la vida; y él, por su parte, le había quitado la vida por algo que había dicho sobre su padre. Y sin conformarse con aquello, la había restringido de tener un funeral digno, evitando así que su alma arribase en la nave de Caronte.

Aura era el único amuleto con el que contaba para poder hacer frente con seguridad a la batalla. Ahora, lo daba todo por perdido.

Debo volver al pantano. Pensó. La única forma de terminar con sus enemigos; era envenenar las armas de todo el ejército con la sangre de aquel monstruo. Solo debía idear una buena estrategia para capturar a aquel peligroso monstruo.

Se adentró nuevamente hacia el palacio y buscó a Cirene, luego organizar todo lo necesario para la expedición hacia Lerna.

— ¡Cirene! ¡Querida! — llamó, una vez en los pasillos. Pero nadie respondió. Siguió llamando, y su voz resonó entre los corredores. Pasaban los segundos y aún no había respuesta de Cirene.

El rey siguió caminando un largo trecho por todo el palacio buscando a su esposa, quien seguía sin darle una respuesta a sus llamados.

De pronto, Cynara se interpuso en su camino. 

— Su Majestad — murmuró —. Su esposa. La reina Cirene. 

— ¿Qué pasó con ella? — preguntó Moloso, muy desesperado.

Cynara permaneció muda, no sabía cómo explicarle a Moloso lo que sucedía.

Entonces, el rey la tomó por los hombros y la sacudió con dureza exigiéndole que le dijera lo que había pasado con Cirene.

— Ella estaba entrenando, y de pronto, se puso mal — soltó la muchacha.

— ¿Dónde está? — preguntó Moloso con la voz agotada.

— En la enfermería. La sacerdotisa, Melisa, la está curando.

Moloso se dirigió con toda prisa a la enfermería, muy enojado; era el rey, y el último en enterarse de las cosas en su palacio.

Llegó entonces a la enfermería y se adentró en la puerta, allí estaba la sacerdotisa. Volteó en cuanto sintió a Moloso entrando por la puerta y esbozó una sonrisa.

— Felicidades, mi soberano — murmuró luego —. Tan pronto asumiste al trono que te correspondía, y ya tienes un heredero en camino.

Moloso quedó muy sorprendido con las palabras de Melisa.

— ¿Qué me estás diciendo? ¿Voy a ser padre? — preguntó.

Cirene, quien se encontraba despierta, le dirigió una mirada con los ojos entrecerrados.

— La sacerdotisa tiene razón, Moloso, estoy embarazada.

Moloso quedó perdido entre sus pensamientos, no podía estar pasando aquello.

Cirene era una de las guerreras más hábiles; con ella en la batalla, Moloso se sentía tan seguro. Pero, si se encontraba en ese estado, no podría ir a batallar. Corría el riesgo de perderla, y perder al bebé que llevaba en su vientre.

— Moloso — la voz de Cirene hizo que volviera a poner los pies sobre la tierra.

— Perdón… Yo… — el rey no podía medir las palabras para expresarse. — No sé qué decir en este momento. Es una noticia tan repentina. 

— ¿No estás feliz con mi embarazo? — preguntó Cirene.

— Lo estoy — respondió Moloso —. Solo que no lo esperaba ahora. Yo, esperaba que fuera cuando terminase esta guerra.

— Puedo pelear aun estando embarazada.

— Solo si yo lo autorizo. 



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En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

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