Adrienne
El muelle era inmenso, repleto de marineros que estaban acomodando sus cosas y preparando todo para el viaje. En la costa había cerca de treinta barcos, todos eran de comerciantes y cargaban todo tipo de mercaderías, esclavos y animales.
La arena quemaba en los pies, las sandalias de Adrienne eran demasiado finas, el viento soplaba de una forma un poco agresiva, y las gaviotas volaban por los cielos graznando sin descanso alguno.
Adrienne se acercó a uno de los barcos, custodiada por dos hombres que habían sido muy bien pagados por su madre, y le dirigió la palabra a uno de los navegantes.
— Disculpe, ¿A dónde se dirige este barco? — le preguntó.
— A Macedonia, jovencita — le contestó el navegante. Éste era gordo, con una extensa barba canosa y desprolija.
— Entonces quiero abordar.
— Lo siento, pero en mi barco no hay mucho lugar y la higiene no es muy buena que digamos. No es un lugar muy recomendado para una joven como usted. Además, ni siquiera tengo noción de quién es usted, ni de dónde viene, no puedo dejarla subir así como si nada.
— Soy Adri… Ariadna… Mi nombre es Ariadna, y soy una adinerada de aquí de Tesalia. Mis padres murieron y me dejaron una herencia muy grande, por eso quiero irme de la ciudad para hacer una mejor vida. Prometo pagarle bien si me deja abordar el barco.
— Lo siento, señorita, pero no puedo hacerlo, por más que me de remuneración por ello. Este barco no está en condiciones para que usted viaje.
Adrienne hizo una señal a sus custodios, estos desenvainaron unas espadas y se mostraron amenazantes ante el marinero, quien a su vez se limitó a tragar saliva, muy nervioso; solamente era un mercante, no tenía mucha oportunidad de defenderse ante dos hombres armados. Lo pensó bien, y finalmente accedió a dejarlos subir a su barco, después de todo, aún tenía lugar en su barco. Aunque una mujer escoltada no era muy buena señal, y fácilmente levantaba sospechas.
Ya estaba todo listo para desembarcar, cada barril estaba puesto en su lugar, los animales estaban en sus respectivas jaulas, también los jarrones y los remeros estaban todos en sus lugares.
Adrienne yacía en un rincón, junto a sus dos escoltas, temerosa de que nadie la descubriera; nadie podía saber que ella era una fugitiva, de lo contrario estaría en graves problemas. Volteó hacia atrás, a pesar de que le costaba hacerlo, y pudo ver a lo lejos la inmensa colina que se alzaba hacia el cielo y a la ciudad de Tesalia asentada en ella, la cual se veía muy radiante; a pesar de todas las batallas que habían pasado en los últimos años, la ciudad no había perdido su esplendor. Su mente la llevó de nuevo a la mazmorra, cuando todavía era prisionera.
Ella estaba en su celda, esperando el momento en que se decidiría el veredicto, y en el cual el Barquero vendría por ella. Estaba más que segura, que los lapitas pedirían su muerte, por más que no tenían las pruebas contra ella para verificar que haya sido la causante de la pérdida de Cirene. Se lamentó por el hecho de haber insultado a Cirene, la reina. Suspiró con tanta angustia, se suponía que era ella quien debía ocupar el lugar de reina, eso lo había prometido Moloso, antes de partir a su viaje. En ese momento, entendía el porqué de Moloso al haber rechazado tantas veces el reinado, y las palabras que siempre se repetía.
En ese momento, la puerta se abrió; la luz de afuera le cegó los ojos, hacía días que no percibía tanta claridad. Pensó que su verdugo había venido a terminar con su vida, pero no era aquello. Su visita era más cordial de lo que imaginaba; la había venido a visitar su misma madre. Esta venía acompañada de dos soldados, que no portaban el estandarte de Moloso, ni tampoco tenían el emblema de los amotinados, seguramente solo eran soldados comprados por los nobles.
— Vamos hija, no hay tiempo que perder — dijo su madre.
— ¿A qué te refieres? — Adrienne parecía desconcertada en ese momento.
— Estos hombres te llevarán hasta un barco en el muelle, te llevarán lejos de aquí. Puedes ir a donde quieras; a Creta, Macedonia, Micenas. Pero debes huir, hija, no puedo soportar verte así. Ni tampoco soportaría verte caminando hacia la horca.
— No puedo hacerlo mamá, no puedo vivir toda mi vida como una fugitiva, yo no hice nada.
— Y yo estoy consciente de tu inocencia, hija mía. Pero los lapitas quieren tu muerte, y van a convencer a Moloso de aquello. Debes irte cuanto antes.
— No mamá, yo prefiero esperar. Yo sé que Moloso hará justicia, va a ceder por mí.
— No conoces lo que es una persona cuando está en el poder. Moloso no es rey, los lapitas lo están manipulando, ni siquiera toma decisiones por su cuenta. El rey Hipse, y su salvaje hija, son quienes deciden por él. Te lo repito nuevamente, debes huir antes de que te maten.
— Solo lo haré si vienes conmigo. No quiero irme sola a un lugar que no conozco, sabes que no duraría ni un segundo sin ti.
Editado: 07.07.2018