Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo XXXVII – Visitas inesperadas

 

Eilyn

Ahí estaban las dos en el atrio, cada una con su respectiva arma; Cloe poseía una daga, mientras que Eilyn portaba un arco de al menos cuarenta centímetros.

Eilyn tensó su arco y empezó a disparar, Cloe dio algunos giros corriendo esquivando aquellas flechas, la empuñadura de su daga se debilitaba a medida que avanzaba hacia su contrincante. Por fortuna, había conseguido un vestido que aligeraba sus pasos, y se había recogido el cabello para no perder de vista su objetivo.

— Lo primero que debes tener en cuenta al momento de pelear, es que no debes perder de vista a tu oponente — le dijo Eilyn, mientras seguía disparando las flechas.

Llegado el momento, Cloe se acercó a ella y le apuntó con la daga, Eilyn se colgó el arco en el hombro, sacó a la vez un puñal y así se defendió del ataque de Cloe. Luego, la amazona cruzó su pie izquierdo con el pie derecho de su contrincante, y así hizo que Cloe se derribara. La joven dio un leve grito al colapsar su cuerpo contra el suelo, luego se levantó nuevamente.

— Segundo… debes ser ligera… el enemigo no te dará oportunidad a que te levantes — prosiguió Eilyn con el adiestramiento —, no debes darle oportunidad a que te mate, y no esperes que sienta misericordia.

Entonces, Cloe arremetió nuevamente contra Eilyn, esta se defendió; luego, la amazona dio otro golpe y así derribó nuevamente a Cloe. 

— Tercero… debes dejar de ser tan patriota y tenerle amor a tu suelo — concluyó Eilyn. Luego, ayudó a su oponente a levantarse, su rostro estaba lánguido, se notaba que estaba muy cansada.

— No querrás terminar ahora el entrenamiento, ¿O sí? — preguntó Cloe.

— Lamento decirte, hermana, que no estás en condiciones para pelear en esta guerra  — Eilyn se disculpó —. Te falta mucho por aprender, y hay poco tiempo. Creo que es mejor seguir las órdenes de Kletos.

— Pero yo quiero tener parte en esta guerra, no quiero ser simplemente una refugiada.

— Tú has tenido parte muy importante en esta guerra, sobreviviste al cautiverio de los centauros, algo que muy pocas personas lograron.

— No fui la única que sobrevivió.

— Pero me han contado lo que hiciste. Cuando todas estaban perdiendo la esperanza, tú las levantaste y les diste ánimos para seguir peleando.

Cloe se echó a llorar, le era muy difícil superar aquellos pensamientos que la llevaban a los momentos que tuvo que pasar en aquella cueva; ver cómo sus compañeras morían a su lado, como agonizaban ante la enfermedad por la humedad y el frío, como eran ultrajadas y violentadas por los crueles centauros. Para su fortuna, ella nunca había pasado por situaciones extremas, debido a la enfermedad que había tenido, sin embargo, compartía el dolor de sus hermanas en la prisión. Luego de volver con sus recuerdos a aquel lugar, logró convencerse de que en verdad era una heroína, y que de no ser por su esperanza, seguramente hubiera fracasado. Recordó también el tiempo en el cual luchó contra aquella fiebre, la cual la mantenía en coma; si no hubiera sido lo suficientemente fuerte, hubiera terminado muerta.  

— Estoy segura que con tus plegarias y ayudando a los heridos, harás mucho más que nosotros en el campo de batalla — Eilyn la abrazó.

Esta vez, Cloe se sentía más fuerte.

De pronto, Kletos irrumpió en el atrio; estaba armado con la espada de Eaco, un yelmo y un escudo. En cuanto lo vieron, Eilyn y Cloe pusieron sus ojos sobre él.

— Ya estamos listos, Eilyn, es hora de pelear — dijo Kletos.

Eilyn se puso de pie.

— ¿Estás bien? — le preguntó.

Kletos asintió, luego tomó un ánfora, y cargó agua de una fuente que estaba cerca, luego bebió un sorbo de ella. Había sido una dura jornada en el adiestramiento del ejército.

— Para esto es que nací, los dioses me llamaron para este momento.

En ese momento, Cloe se le acercó y lo abrazó.

— Te deseo mucha suerte, hermano — murmuró luego —, ten mucho cuidado. No olvides que eres lo único que me queda.

Kletos suspiró y contuvo sus lágrimas.

— Cloe… no sé cómo pedirte perdón.

— No tienes que hacerlo — respondió su hermana —. No fue tu culpa; Evan se lo buscó, él no era la mejor persona, solo estaba siendo impulsado por su ambición, y así fue como terminó. Yo vi cuando te atacó, si tú no hubieras reaccionado de esa forma, hubiera sido tú el muerto.

— Pero si no lo hubiera matado, todavía estaría con nosotros.

— Hubiera muerto de todas formas, él no sabía lo que hacía. Estaba ciego. Espero que ahora esté mejor, en los Elíseos, y no vagabundeando por el Hades. No se lo merecía después de todo, solo quería ser reconocido como un héroe.

— Y lo fue. Te rescató a ti y a las demás cautivas del encierro.

— Esa vez pude sentir que fue movido por amor, pero luego, en el bosque, era otra persona. Una persona llena de odio, rencor, envidia. Y no lo culpo, todos tenemos ambiciones, aunque no por eso iríamos a cometer locuras como lo hizo Evan. Pero tú, Kletos, tú eres el elegido. Así como Evan fue parte de un plan, el cual terminó demasiado rápido, tú también formas parte de algo muy importante. Y estoy seguro de que lo vas a lograr.



#22926 en Fantasía
#31837 en Otros
#4408 en Aventura

En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.