Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo XXXVIII – La gran guerra

 

Kletos

 

La ciudad había quedado atrás, los soldados marchaban cada uno en su posición hacia el campo de batalla; una llanura rodeada por inmensas masas rocosas, era el lugar que esperaba para ser teñido en sangre.

Kletos iba al frente del ejército, a la izquierda de Moloso; a su lado iba Eilyn, mientras que en el lado derecho del rey, iba Cirene.

Moloso levantó su escudo entonces, en el mismo estaba tallada la insignia de los mirmidones: una hormiga; según la leyenda, los mirmidones descendían de las hormigas. Por otro lado, en los escudos lapitas figuraba la imagen de un jabalí; el emblema de Ares, dios de la guerra. Los lapitas eran una tribu belicosa, por lo tanto, se consagraban a aquel dios para obtener la victoria en sus batallas.

— En este día, tenemos asegurada la victoria — exclamó Moloso.

A pesar de que era su primera guerra, se lo notaba demasiado decidido, y para nada nervioso. Habría sacado los genes de su abuelo, Aquiles, caminaba de cara a la muerte, sin temor a nada.

El ejército siguió caminando un largo trayecto, hasta quedar entre las masas de roca, bajo el sol que les quemaba la piel.

El viento resoplaba en sus oídos, y se podía escuchar las aves trinar a lo lejos; de pronto se sintió un ruido, algo así como un zumbido.

Kletos miró hacia el cielo, sus ojos se abrieron con mucho pavor al ver lo que se venía.

— Cúbranse — gritó.

Al instante, todos los soldados hicieron un techo de escudo sobre sus cabezas, unas flechas se precipitaron sobre ellos con estupor, colapsando contra los escudos como si fueran piedras. Muchos que no lograron reaccionar fueron alcanzados por ellas, y fueron los primeros en caer en medio de la batalla.

— Malditas bestias — gruñó Moloso. Luego se dirigió a sus hombres: — ¡Avancen! — gritó. Entonces todo el ejército avanzó mientras seguían sosteniendo el muro de escudos.

Los centauros siguieron arremetiendo con sus flechas, desde la cima de las enormes masas de roca, se estaba iniciando una emboscada.

Hipseo y los lapitas dejaron de lado sus escudos; el rey lapita tomó en sus manos unas sogas que sujetaban unas rocas de cada extremo, la giró por los aires como si fuera una onda, y luego la arrojó hacia los centauros. La soga giró junto con las rocas por los aires, y luego se precipitó contra aquella masa, provocando una especie de colpaso que esparció a los centauros por todo el lugar. 

— Los voy a mandar al fondo del Averno, malditos centauros — gritó Hipseo.

La batalla prosiguió, al menos ya se habían librado de aquellos arqueros; Nesus y su ejército debían hacer frente en cualquier momento, suponiendo que tuvieran el valor de hacerlo.

— Nesus — gritó Moloso, y el eco sonó por todo el lugar.

Pero no hubo respuesta por un buen rato, hasta que de pronto, unos estruendos se escucharon cada vez más aproximados; en el horizonte se podía ver una columna de polvo, siendo levantada por numerosos centauros.

Moloso volvió a dar un grito de guerra y esta vez la primera oleada avanzó: los jinetes y lanceros comenzaron a marchar, dirigidos por Kletos, quien portaba en su mano la esplendorosa espada de Eaco.

Entonces, ambos ejércitos se acercaron cada vez más, hasta precipitarse uno con el otro; entonces, los aceros chocaron, empezaron a caer docenas de guerreros, tanto del bando de los mirmidones como del bando de los centauros. La carnicería daba comienzo en aquel lugar, la tierra se manchó de sangre, y los cuerpos comenzaron a desplomarse.

Las lanzas y espadas estaban completamente envenenadas con la sangre de la Hidra, tal como lo había ordenado Moloso, aquella estrategia había resultado más eficaz de lo esperado, dado que los centauros empezaron a caer muertos. Sin embargo, el ejército de Nesus estaba llevando la ventaja, ya que era mayor el número de muertos de los mirmidones que el de los centauros.

No había duda que los centauros tenían otro empleo en la batalla, estos no habían ideado ninguna estrategia, se habían decidido a pelear probando suerte, de la misma forma en que los pueblos bárbaros implementaban sus ataques.

Llegado un punto, Kletos se encontraba solo al frente de la batalla, tan solo tres hombres habían sobrevivido, y estaban gravemente heridos. Arremetió su espada contra uno de los centauros, luego contra otro, y con un tercer movimiento acabó con dos a la vez. De pronto, vio a toda la oleada dirigiéndose hacia él, eran demasiados como para pelear contra todos al mismo tiempo. Por detrás de los mismos, venía una lluvia de flechas, las cuales se dirigieron a él como si fueran un enjambre de avispas. Kletos elevó su escudo protegiéndose de aquellas flechas, y estas se interceptaron en este, dando severos golpes, haciendo que el héroe se sobresaltara y se aturdiera con el sonido de las puntas que colapsaban sobre la capa de su escudo, y que sonaban como martilleos.

Los centauros se avalanzaron con hachas y espadas, Kletos no estaba decidido a correr, no tenía escapatoria en aquel campo de batalla, los centauros ya venían contra él. Entonces, la segunda oleada llegó rápidamente, acudiendo a la ayuda del héroe, una lluvia de flechas los siguió, cayeron contra la tropa de los centauros, la misma había sido dirigida por Quirón.



#22946 en Fantasía
#31863 en Otros
#4410 en Aventura

En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.