Kletos
Todo el cortejo estaba reunido en la plaza, allí se dispusieron a velar y dar el último adiós a los cuerpos de los caídos en la guerra, mientras un triste coro entonaba una triste melodía en forma de luto, las mujeres vestidas de negro se lamentaban por sus hijos y maridos que yacían en las piras.
El cuerpo inanimado de Eilyn se hallaba en una de las piras, junto a los demás difuntos que estaban listos para ser incinerados.
Kletos se acercó, miró el cuerpo frío de su amada, los labios morados y los ojos cerrados; nunca volvería a escuchar su voz, ni a sentir sus labios nuevamente. Pensar que todavía le quedaba mucha vida por delante, muchos objetivos que cumplir, debía volver a su tierra para recuperar su honor. Todos esos planes se habían ido por la borda en cuanto las flechas habían atravesado su cuerpo. Si tan solo Crésida hubiera intervenido de la misma forma en la que lo había hecho con Kletos, ella seguiría viva. Pensó en que tal vez algún sacerdote, pitonisa, augur, o incluso Heleno, podrían hacer alguna especie de ritual para traerla de vueta; pero esa idea era algo loca e imposible.
Kletos había escapado de la muerte en varias ocasiones, y hubiera esperado que Eilyn corriera la misma suerte; pero ya era tarde, Eilyn ya había partido al otro mundo, el mundo del cual muy pocos habían regresado. Pensó en viajar hasta los confines del mundo, enfrentar al despiadado Cervero, de ser posible, y atravesar las puertas del Hades para traerla de regreso; pero debía estar demasiado loco como para hacerlo, y hasta los más grandes héroes habían fracasado en esa tarea. El único que había podido era Hércules. ¿Acaso Kletos era mejor que Hércules? El héroe lo dudaba, no se sentía a la altura de tal leyenda.
Hace tiempo, le había prometido a Eilyn que no permitiría que nadie le hiciera daño, y que estaría dispuesto a dar su vida por ella. Jamás pensó que aquella promesa sería en vano.
Unos soldados trajeron unas antorchas para encender las piras e incinerar los cuerpos.
Kletos siguió contemplando el cuerpo de su amada, no se sentía preparado como para despedirla, no de aquella forma. Había pasado tan poco tiempo desde que la había conocido que le era difícil creer que había llegado el momento de dejarla partir, él la amaba, como nunca antes había amado a nadie. Ella era una de las razones por la cual nunca se había rendido, y viéndola en esa pira, se había quedado sin razones para continuar viviendo.
Camila se mantenía de pie, al lado del héroe, llorando por su amiga. No podía creer que en ese momento estaba presenciando el funeral de su amiga, aquella persona con la cual había compartido tantas anécdotas y aventuras.
Entonces, un soldados le cedió una de las antorchas a Kletos; este, aún con los ojos aguados se dispuso a despedir a su amada, y colocó la antorcha sobre el heno que cubría la pira. Entonces, el fuego comenzó a exparsirse, circulando hasta el cuerpo de la amazona; una columna de humo se alzó mientras el fuego se propagaba, arrasando con el forraje, pero llegado un momento, se apagó repentinamente.
El héroe se sobresaltó y quedó admirando aquella escena. ¿Cómo era posible que el fuego se apagara así de la nada?
En ese instante, Eilyn se incorporó y comenzó a moverse. Algo que sorprendió a los demás, porque no había forma de que un muerto se moviera.
Por un momento, el corazón de Kletos se detuvo, no podía creer lo que estaba viendo. Corrió entonces a abrazar a Eilyn, quería comprobar que no había enloquecido, pero más allá de eso, necesitaba darle ese abrazo.
— Eilyn… Eilyn… ¿Estás viva? — dijo muy desconcertado, mientras la abrazaba y olía su cabello.
Eilyn rodeó los ojos, con un gesto algo irónico.
— Claro que estoy viva, idiota — respondió — ¿Estás llorando?
— No quería perderte — murmuró Kletos —, cuando te fuiste yo, ya ni siquiera tenía ganas de vivir. Lo di todo por perdido.
— ¿Acaso crees que eres el único que puede escapar de la muerte? — bromeó la amazona.
Guardó silencio, bajó de la pira y comenzó a caminar, aunque lo hacía con dificultad.
— Artemisa, la diosa de la luna, me dio una segunda oportunidad para que pueda recuperar mi honor, e intervino por mí para que volviera a la vida — dijo luego.
— Le debo mi vida a Artemisa.
— ¿Por qué tú? Soy yo la que le debe la vida.
— Te juro que hubiera preferido ser yo quien estuviera en esa pira, y no tú.
— Kletos, tú eres más importante que yo.
— Solo soy un vasallo de los dioses.
— Eres el guerrero prometido.
En ese momento, llegó Camila hasta ella y la abrazó fuertemente. Eilyn se quejó, sus heridas todavía le dolían.
— Amiga… te extrañé tanto… no sé qué iba a hacer de mi vida sin ti — dijo Camila, mirándola a los ojos.
— Lo mismo pensé yo, cuando estaba esperando al Barquero, sin mí estás perdida — bromeó Eilyn.
Editado: 07.07.2018