—¡Joven! —La voz del revisor sacó de sus pensamientos al chico.
—Oh sí... Perdone —se disculpó el castaño mientras entregaba su billete de tren para que fuera verificado.
—Muchas gracias, que tenga un buen viaje —sonrió amablemente el señor mayor para continuar caminando por el pasillo y proseguir con su trabajo.
Después de aquello, Leo, volvió a mirar hacia fuera. Era por la mañana y acababa de salir de la estación de su pueblo. El agradable aire que se colaba a través de la ventana le removía el pelo suavemente, dejando en su cuerpo una sensación de calma, permitiéndole de esa forma aislarse absolutamente del exterior.
Sus ojos azules que miraban a la nada, conseguían fusionarse con el cielo que se hallaba completamente despejado. Ante esa situación, volvieron a resurgir aquellos recuerdos por los que había emprendido el viaje, aquellos recuerdos que llevaban impregnados sufrimiento y no le habían abandonado aún.
Como muchas otras veces había estado haciendo recientemente, presionó fuertemente su pecho con la mano temblorosa, intentando soportar la emoción de volver a ver la figura femenina en su memoria. Pero nunca lo lograba. Aquella dorada cabellera volvía una y otra vez a su cabeza pues él, aún seguía engatusado por sus encantos dulces como la miel pero peligrosos como el veneno.
Esa mala experiencia amorosa lo dejó abatido, por ello su amigo le recomendó, de una forma imperativa, que debía distraerse yendo a la ciudad, visitando nuevos lugares y conociendo gente nueva que pudiera llenar aquel hueco que había quedado vacío.
Unas horas más tarde, llegó a la parada de aquella transitada metrópoli. A pesar del calor que hacía, los turistas estaban presentes recorriendo los famosos edificios del lugar, llenos de luz y colores vibrantes salidos de sus vidrieras, además de otras atracciones de interés por su entretenido contenido histórico.
Moviéndose sin parar, de un lado a otro. Caminaba ansioso para poder visitar todo lo que pudiera. Consiguiendo finalmente, distraerse observando maravillado las arquitecturas mencionadas con anterioridad. El tiempo había pasado verdaderamente rápido, de hecho, ya estaba atardeciendo, pero aún quedaba un lugar más, una pastelería que se había ganado su popularidad a pulso. Los rumores decían que era la única en la que se podían encontrar en venta bizcochos capaces de curar un corazón roto. Aunque si ibas con tu pareja, también podías obtener una tarta que concediera el amor eterno a quienes lo comieran juntos.
Obviamente Leo no creía en esas cosas, pero sí estaba seguro de algo, con aquella reputación, le habían entrado ganas de probar la comida que servían. Sin más tiempo que perder se dirigió hacia allí.
Cruzó por debajo de un puente carmesí por el que unas plantas trepadoras se unían, causando una sensación de estar atravesando un portal hacia otro mundo. Más adelante llegó a una pequeña área, guarecida del ruido de la ciudad, en donde muchos comerciantes habían visto un buen lugar para abrir sus negocios. Uno de los que allí se encontraba era la pastelería “Mystic”.
—¡Buenas tardes! —le saludó nada más entrar una chica con una gasa en la mejilla —Estoy apunto de cerrar así que solo puedo ponerte algo para llevar —hizo una mueca de disculpa que movió el vendaje de su rostro.
—Sí claro no te preocupes —aclaró —, venía a comprar uno de esos pasteles que dicen que...
—¡Oh! ¿La especialidad de la casa? —interrumpió algo emocionada.
—Sí, supongo que es eso —rió levemente por su reacción.
—Supongo que para dos, ¿no?
—No, tan solo para mí... —dijo algo melancólico —Aunque si realmente están tan buenos como dicen, no me importaría llevarme el doble —añadió divertido al ver la expresión de culpabilidad de la joven.
Con una sonrisa, la morena abrió la vitrina para mostrar los bollos que aún quedaban para que así Leo eligiera el que quisiera.
—Este. —Señaló un pastelillo de chocolate.
—Buena elección —habló risueña mientras empaquetaba el producto elegido —. Espero que lo disfrutes y vuelvas por aquí algún día —se despidió amablemente mirándole a los ojos.
Instantes después, su cara cambió de expresión. Eliminó su sonrisa y fijó su vista en el chico.
—¿Ocurre algo? —cuestionó algo incómodo Leo.
—¿Cómo era la mujer por la que has venido aquí? —respondió recelosa con otra pregunta.
—No creo que deba importarte... —contestó frío mientras se dirigía a la salida.
En ese momento, un fuerte viento se levantó dentro de la tienda cerrando cortinas y puertas.
—En realidad sí... Quítate la camisa.
—¿¡Qué!? —Leo estaba completamente confuso, nervioso. Su corazón latía a gran velocidad, no comprendía nada de lo que estaba pasando —¡Déjame salir de aquí! —exigió alterado al mirar a su alrededor.