Nacida De Las Cenizas

CAPÍTULO I

Cumpleaños Feliz.

__ Esto no era necesario.
Murmuré algo pasmada por el espectáculo.
Mamá se veía contenta por el tropel de personas en plena sala. Mientras yo parecía ser la única que veía lo excesivo en todo aquello.
__ Y eso que aún falta!.
Insinuó, sonriendo orgullosa de si misma.
Llevaba su pelo tan perfectamente acomodado como si hubiera vaciado un pote entero de fijador en el. Tanto así, que por un momento, temí que se incendiase al asomarse a alguna de las ventanas, donde aún se colaban algunos rayos del sol.
__ ¿De que hablas? -Pregunté.-
La sola idea de que llegasen más personas a la casa me alarmaba. De hecho no estaba segura de que siquiera entrasen.
__ Tranquila, recuerdas lo que decía papá ?
Parecía que lo decía a modo de cachondeo pero ella sabía exactamente cómo sonreír y reprenderme al mismo tiempo, sin perder la elegancia y la compostura.
__ Espero que mi paciencia sea mayor que mis ganas de mandar volar a todos de la sala? -Sonreí.-
Tan pronto como vino la sonrisa, se esfumó de mi rostro cuando ella se giró viéndome con “su miradita”.
Tenia el poder de decir tanto sin usar palabra alguna. Cosas como: Más te vale callarte, Quédate quieta, ¿que modos son esos? , cuando lleguemos a casa verás tu. Y a veces incluso podían significar todas al mismo tiempo. Era aterradora si se lo proponía. ¿También tendré ese don algun día?
Tragué saliva un instante y repetí casi de memoria, poniendo los ojos en blanco.
__ La paciencia es un don mágico.
Era una frase tonta que papá solía repetir a causa de compartir la casa con una niña demasiado hiperactiva. Siempre me había dado gracia aunque no sabia exactamente el por qué.
__ Vamos, dejémos las tonterías y ven a darme un abrazo!
Exclamó de la nada aquella voz que no había oído hacía ya unos cuantos meses.
__ Will, estas aquí !
Dije casi sin voz, corriendo a abrazarlo.
__ Nunca me perdería tu cumpleaños... -Sonrió, cubriendo con sus brazos mi espalada.- ...Feliz cumpleaños Em!
Sentí su agarre un poco más ceñido y suspiré profundamente. Ese pequeño gesto había actuado como un pellizco. Tranquilizando a mi corazón y asegurándole que estaba despierta.

William había vuelto a Estados Unidos y sus brazos estaban sujetándome en este momento.
Me costó apartarme realmente, pero lo hice. Lo observé en detalle, había crecido un par de centímetros de los que recordaba, y su cuerpo había ganado algo de masa muscular también. Por un pequeño instante me sonrojé. Tenía su cabello en un tono de rubio más claro por la exposición al sol y en un largo que lo hacía tener cierta semejanza al actor Alex Pettyfer, salvo que sus ojos eran más tirando a azules y William no tenía un solo rastro de bello facial.
Él introdujo su mano izquierda, dentro del bolsillo de la cazadora de mezclilla desgastada que traía y sacó un pequeño paquete adornado con un listón granate. Sonreí. Por la forma algo descuidada de envolverlo era notorio que había sido obra suya, y seguramente había puesto su mejor esfuerzo en ello. Aunque su fuerte jamás había sido la plástica.

Estiró su brazo hacía mí.
__ Te gustará. -Aseveró, animándome a abrirlo.-
Lo tomé con entusiasmo rompiendo el papel de colorines y dejando a un lado el listón. Una pequeña caja negra del tamaño de dos cajetillas de fósforos se encontraba en el interior. La abrí de inmediato.
__ William, es hermoso! Gracias.
La cadenita color plomo brillaba en la palma de mi mano y al final de la misma un medallón circular de unos tres centímetros de diámetro. Era de lo más particular. Tenía unos símbolos que desconocía tallados en la circunferencia y otro mas grande justo al centro parecido a un triquel sin ser exactamente uno. Otras lineas y círculos lo adornaban. Jamás lo había visto y eso me parecía aún más alucinante.
__ Lo vi en Roma, y me acordé inmediatamente de ti. -Coronó.-
William tenía tan solo un año más que yo y toda su familia se dedicaba a la excavación arqueológica. Desde pequeña amaba todo ese mundillo -al contrario de Will- por eso siempre creí que al nacer, nuestras madres nos habían intercambiado en una especie de juego tortuoso.
William solía traerme recuerdos de los lugares que visitaba y me contaba absolutamente todo en cuanto a teorías y cambios en la historia. Aunque esta última vez se había ido por mucho más tiempo del que se había ido nunca. Lo extrañaba.
__ No le digas a mamá, pero superaste su regalo con creces.- Dije a modo de susurro y ambos sonreímos.-
Y es que era verdad.
De toda la gente aglomerada en la sala, solo conocía a cuatro, cada quien con su inigualable obsequio.
Mi tía Patty con su ropa interior sacada de la sección de niños que nunca le acertaba al talle. Mi padrino Craig con sus predecibles par de calcetas, las cuales sin abrir el paquete podría adivinar fácilmente el color. Y por último los inalcanzables y siempre bien recibidos treinta dólares de mi abuela paterna Rosse, los cuales iban directamente a la hucha en forma de una Kombi Volkswagen del 66 en mi mesilla de luz.
Todas las demás personas -que pasaban de la tercera edad- a mi alrededor, venían solo a decirme lo mucho que había crecido mientras criticaban con ‘’sutileza’’, apoyándose en que una figura masculina en la casa lo arreglaría.
Eso sin contar a la pequeña Maddy de tan solo siete años. Pero ella me perseguía por toda la casa para mostrarme el resto de gominolas pegadas a sus frenillos como la cosa más divertida.
__ Sabía que te gustaría! Ven aquí.
Will me hizo seña para que me girara y levanté mi cabello para que no le estorbara la vista. El medallón se sentía frío en contacto con mi piel y respire profundo.
La sensación al llevarlo en el pecho era extraña, porque no era para nada el tipo de personas que llevaba joyería. Pero podría acostumbrarme.
El único que me hacía falta el día de hoy, era papá con su gorra de los RED SOX desgastada haciendo sonar las llaves de una Dodge Caravan que había restaurado para obsequiarme. Me enseñaría a conducir, y luego de unas horas de intentarlo regresaríamos para ver otro capítulo de La Ley y El Orden.
Pero papá murió antes de terminar la camioneta y mamá odiaba la sola idea de que me acercara a un volante.
Una de las razones por las que Will me llevaba en su Wrangler roja como si fuese mi chofer personal.
La fiesta terminó 5 minutos después que soplé las velas del pastel, y ya nadie tenía un motivo por el cual quedarse.
La última en despedirse fue la Abuela Rosse, que me susurró unas cuantas palabras al oído y me pasó un sobre algo desaliñado, con la misma actitud de un camello pasando alguna droga.
__ ¿Que es esto abuela? -Dije extrañada.-
El sobre era blanco salvo por la marca de lo que parecía una taza de café. Ella me miró no sin antes mirar hacia los lados, y soltó a media voz.
__ Es de tu padre. Ábrelo cuando te sientas más tranquila. -Y con una voz algo más dulce y apacible.- Te amo cariño. Tu padre estaría muy orgulloso de ti.
La abuela Rosse. Apenas nos veíamos en los cumpleaños o las fiestas de Año Nuevo. De hecho luego de fallecer papá, ella no nos contactó ni atendió nuestras llamadas. Siempre creí que no le caía bien, o que me culpaba. Supongo que era demasiada tristeza como para compartirla. Un mes después perdimos al abuelo y le dejé un mensaje en la contestadora.
Mamá no la culpaba, ella siempre repite que no sabría como actuar o que hacer con su vida si me perdiese.
__ Abuela Rosse.
Sus ojos cansados me vieron por un momento, como si estuviese viendo cada detalle que se asemejaba a él. La abracé con fuerza.
__ Yo también lo extraño. -Susurré.-
La abuela Rosse palmeó mi espalda. Comprendía que no quería que el abrazo se extendiera por mucho más, o pronto seríamos un saco de lágrimas y ninguna quería eso.
Una vez la última persona abandonó la casa, mamá sonrió complacida y guardó las sobras en el refrigerador.
__ Te prepararé un tupper para que te lleves. Debe ser una locura todo ahora mismo en tu casa, William. -Comentó mamá.-
__ Bueno, todos agradecemos los días en que mamá se abstiene de la cocina. -Will sonrió ampliamente y mamá levantó una ceja sin comprender.-
__ No debe ser para tanto... -Articuló ella.-
William y yo nos miramos de inmediato, podría jurar que ambos teníamos la misma imagen de aquel estofado de entraña. Sabía a calcetines sudados remojados en salsa de tomate, con tropezones de papa y algarroba.
Los dos hicimos una mueca de rechazo.
Nos despedimos de Will en la entrada, el sostenía la bolsa con la comida que mamá le había preparado.
__ No puedes quedarte otro rato? -Insistí.-
__ Aún no he vaciado las maletas, y tengo mucho por arreglar en mi habitación, pero mañana vendré a buscarte para llevarte al insti.
Era entendible, apenas había llegado y tenia mucho por hacer, claro que eso no evitó el sentimiento de decepción en mi pecho. Con un leve abrazo se alejó del portal y se metió dentro del Jeep color grana, haciéndose cada vez mas pequeño.
Subí las escaleras hasta mi habitación, cerrando la puerta tras de mi y dejándome caer sobre la cama. El medallón saltó en mi pecho, y lo observé por un breve instante. Había olvidado por completo que estaba allí.
Rodé a un lado, observando el reloj despertador sobre el buró. Eran las siete treinta y cinco de la tarde. Me volví boca arriba y el crujido en la parte posterior de mis Jeans me recordó lo que guardaba. Lo tomé en mis manos, estaba un tanto arrugado. Abrí el sobre y solo pude leer las primeras palabras antes de guardarlo en la gaveta.




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