Nacidos entre las sombras, libro 1

Capítulo ocho.

Preparativos

Cuando necesitas que el tiempo avance con rapidez, este parece burlarse de ti y hacer lo contrario, y necesitaba que el tiempo avanzara, ¡ya! Aunque solo había logrado llegar al viernes, sin tener un enfrentamiento con Alekssandra Vasíliev o con cualquier otra persona. Patricia parecía volver a ser la misma, lo cual no era precisamente un alivio. Dante, por otro lado…

—¡Eres un hijo de puta!

—Dime algo que no sepa, Dante.

—Si no querías a esa niña la debiste haber dejado que se acercara a ti, incluso corría mejor suerte con el lupino que a tu lado.

Por primera vez en mucho, mucho tiempo, sentí cómo mi quijada vibraba; el gruñido que salió de mi garganta tomó por sorpresa a mi mejor amigo.

—Lo de Gabriel no se repetirá… Ese fue el acuerdo con la jauría.

—No quise decirlo de ese modo, Frederick, lo lamento.

—¿Qué te ha dicho ella?

Dante dio vueltas en el corto espacio que quedaba dentro de su habitación; todo allí parecía ser de una persona normal: libros, aviones a escala, pósteres de sus grupos preferidos y un cubrecama de su equipo de fútbol. Todo un adolescente, todo un adolescente “ordinario”.

—Me dijo que compartieron una noche juntos, justo días antes de la reunión con el Alfa… fue todo.

—¿Ella te gusta?

Se detuvo en seco de su andar, mirándome con los ojos abiertos como platos y su boca abierta por la sorpresa. Sí, compartíamos mujeres, pero Dante era lo suficientemente inteligente para saber cuándo marcar su propia línea.

—¡NO! Definitivamente no, ella solo me gusta como la pequeña hermana que perdí. ¿Qué clase de pregunta es esa, Rabdos?

Mi sangre, mi corazón y mis pulmones se detuvieron abruptamente. Desde la muerte de Gabriel, nadie me había llamado así, no se los permití.

—Ya no soy él, eso… eso se terminó cuando Isidro les entregó a Gabriel —Quería gritarle, o cortarle la garganta, machacar algo. Sin embargo, mi voz fue un susurro—. La entregué a la manada, les entregué todo… solo soy Von der Rosen.

Me puse de pie y caminé lentamente hacia la puerta, cuando Dante me detuvo por el brazo.

—Perdóname, Fred, no pensé en lo que estaba diciendo. Sé que fue lo que dejaste, lo que diste por ella.

—No, Dante, nadie sabe realmente —Gruñí, mostrando la dentadura, como solía hacerlo cuando me sentía furioso.

—Amigo, perdona, para mí siempre serás el líder… el Alfa.

—Ya no, nunca más.

Salí de su habitación, sintiendo furia, tristeza, odio, todas esas emociones negativas que nos hacen actuar sin pensar. Sobre todo, son las que nos hacen tomar decisiones de impulso, de esas de las que estamos seguros que nos vamos a arrepentir al día siguiente. Vi mi reloj y me di cuenta de que tenía que buscar a Alekssandra para el último ensayo de mañana…

¡Mierda!

En realidad, no fue difícil encontrarla; estaba en los jardines centrales del Vulpak, este era como una pequeña ciudad dentro del Valle de los Lobos. Ella estaba con su amiga Iris Martínez; de ella recuerdo su apellido por lo ocurrido con su hermana hace algunos meses.

—Buen día, Iris —La saludé tratando de sonar tranquilo y feliz—. Alekssandra, tenemos el ensayo.

Ellas estaban sentadas en el césped, con algunas libretas y libros esparcidos aquí y allá. Alekssandra levantó su mirada hasta mí, haciendo una mueca de fastidio que no hizo más que asentar mi ira.

—De no ser porque lo ordenó el director, ya habría renunciado a participar en esa estupidez.

—De no ser porque es mi obligación, ya te habría echado de la ceremonia. Mueve tu flaco trasero al coliseo, ¡ya!

Me di vuelta lo más rápido posible porque sabía que diría algo más inapropiado que eso. Me dirigí al pequeño coliseo que el Vulpak tenía para eventos de teatro o eventos como el que se presentaría el día de mañana. Podía ver a gente yendo de un lado a otro, con material de construcción, con adornos, sillas, todo lo necesario para acondicionar el coliseo.

Llegué a la parte posterior al escenario, donde teníamos las cosas que habríamos de utilizar. Tenía que darles las últimas indicaciones sobre lo que sucedería, además de coordinar todo con los Lobos del bosque. Esa noche sería la última sorpresa para el nuevo consejo de la manada: Las Hijas de Lyra.

—¡Oh, mi amado Von der Rosen!

Me giré de golpe; en la entrada trasera, se encontraba uno de los Lobos sentado sobre sus cuartos traseros.

—Llegas tarde.

—¿Yo?

—Sí, tú.

—¿Le dijiste ya que yo participaré este año en el ritual de sanavios agla nerianos de Isidro?

—No, aún no saben que serás la sorpresa del día… Se los haré saber hoy… y al nuevo consejo sobre el “san” de San Isidro.

—Mi amado Von der Rosen, no arruines esto… es mi debut en sociedad —Su tono de burla estaba por sacarme de mis casillas, solo una gota más y todo se derramaría.

—Deja de masticarme las pelotas y trae tu trasero para acá.

La Loba gruñó en forma de mofa, acercándose a mí; era de un color platinado y negro hermoso, sus bellos ojos azul intenso y sus aterradores colmillos.

—¿Dónde me quieres?

—Vamos, Iriana, deja de bromear… estoy esperando a que ella llegue y quizá entonces le pueda explicar…

—¡Mi Dios!

El chillido de terror hizo que la loba y yo volviéramos la cabeza.

—Solo es un Lobo… una Loba.

—¿Solo una loba? ¿No le dijiste de nosotros?

—¡Cállate, Iriana!

Alekssandra estaba por salir de la habitación, temblaba y tenía las manos protectoramente sobre su cuello. Con calma, me alejé de Iriana y me acerqué a ella. Tomé su mano; estaba brutalmente fría.

—Aún hay cosas sobre el ritual de san Isidro que no te he explicado, mucho de ello… todo, en realidad, tiene que ver con ellos —Le dije señalando a la lupina—. Y tiene que ver con el “san” de San Isidro… con el Valle, en realidad.

—Ellos… ellos quisieron atacarnos… ¿Cómo… cómo es posible?

—Yo nunca atacaría a mi amado Von der Rosen —Un quejido lastimero salió de la loba.




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