Navidades.
Después de tanto tiempo en el Vulpak, hice lo que debí hacer el primer fin de semana en que conocí a Alekssandra Vasíliev. Volví a la casa familiar, la casa en la que viví con mis padres, a la que no quería regresar porque era el significado de estar solo. Ese año el 29 de diciembre cumpliría años 22, y así sería por muchos siglos más. Esa era la edad en que la fuerza del Lobo me marco para siempre, esa fue la edad en la que perdí a Gabriel.
El jardín estaba abandonado, aquí no había crecido una planta en mucho tiempo, y este año las cosas seguirían así. La gigantesca casa colonial de color canario desgastado, con monturas, balcones y ventanas en color blanco mugroso. Se veía no solo triste o abandonada, era como un corazón agonizante en medio de la urbanidad.
Yo no vivía aquí, el "hogar" que yo tenía cerca del Vulpak era un departamento moderno, estilo minimalista en negro, palta y quizá guinda. Pero, esta casa había sido un lugar especial. Fue en esta casa donde pase los últimos años más felices. Después que emigramos de la Gran Bretaña, este fue mi hogar, aquí le pedí matrimonio a Gabriel en una cena con mis padres y sus padres.
Abrí la enorme puerta de madera, escuchando el rechinido típico de una puerta muy vieja. El aroma era a viejo, a tierra antigua, pero debajo se cubría un aroma que creía ya olvidado. Me detuve en el inmenso recibidor, allí había sido donde Isidro Taftian me había recogido después de la muerte de mis padres.
Después de que perdiera a Gabriel.
¡Santa y maldita mierda!
Esta casa estaba marcada por la sangre y la tragedia. De los muebles, muchos habían sido vendidos o regalados, por cualquier parte del país. Los cuadros, las fotos, o las posesiones que mi madre había adquirido a lo largo de los siglos, estaban en museos o en bóvedas de seguridad.
Así que la casa no solo estaba abandonada por fuera, también por dentro, lo que dejaba solo el caparazón maltrecho y a punto de desmoronarse. Era así, justamente, así como yo me sentía. Cualquier cosa que sucediera en ese momento aria que me desmoronara, y dudaba que pudiera juntar los pedazos de nuevo.
Percibí un aroma en el viento, era alguien a quien conocía y hacia siglos no había visto.
—Dimitri, hace siglos no sabía de ti— Murmure a un nivel de voz tan bajo que solo él me escucharía.
Un gruñido fue todo lo que obtuve por respuesta, en su gigantesca forma de Custos, que era la fusión perfecta entre el Lobo y el hombre, cubiertos de pelo por cualquier lado, unas descomunales garras y unos aún más aterradores colmillos. Cinco dedos en sus patas delanteras, y la capacidad de razonar, incluso de hablar la diferencia de las otras sub—especies. Era prácticamente una bestia gigantesca, musculosa y salvaje, con una apariencia más demoníaca que lupina tradicional, y de movimientos rápidos y brutales.
—Vine a presentar mis respetos al nuevo Alfa— Su voz era brutal, como el gruñido de un animal.
—Eso lo hicieron en el Vulpak, en el funeral, ¿Dónde estabas?
—Detrás de todos, oculto en las sombras… siguiendo un rastro, que me llevo hasta el edificio magisterial, en la Torre del este.
—¿Qué estas cazando?
—Una cazadora, una antigua y peligrosa.
—Henrriette.
Dimitri Ruso camino hasta ponerse frente a mí, su pelaje era de color dorado, como su cabello cuando estaba en forma humana y sus ojos de un verde helado.
—¿Cómo lo sabes? — Gruño curvando sus garras a un lado de su cuerpo.
—Por qué…
¿En serio iba a decirle?
—¡Rabdos!
—Dimitri, tomemos algo… es mucho para decirlo aquí.
—Ni siquiera un perro comería una rata en este lugar.
—¡Pulgoso en un bar! — Suspire apretándome el puente de la nariz con mi mano. —Tengo ropa en esa maleta.
Me dio una de sus sonrisas caninas antes de tomar la maleta y entrar a la otra habitación, que era la sala. Un par de minutos después regreso, vistiendo unos vaqueros negros y una camisa azul, se puso un par de mis botas.
—Vamos.
Salimos de la casa y nos dirigimos a mi automóvil, que había estado estacionado todos estos meses en el Vulpak. Conduje por casi dos horas, hasta llegar a un bar de la manada.
—Será mejor en un bar humano— Sugirió Dimitri.
Sugerencia que no me pareció equivocada, pues lo que iba a revelarle, cualquier lupino podría escucharlo. Nos apeamos y caminamos un par de cuadras hasta el bar de Humanos llamado “Noveno cielo” una vez dentro nos sentamos en una de las mesas del fondo, lejos de las miradas ajenas.
—¿Quieres tomar algo? Pero tú pagas, en forma de Custos no puedo cargar dinero.
—Una maldita desventaja, ¿no?
—¡Yeah!
Yo pedí un vodka Jlebny Dar (Don de Pan), Dimitri pidió un Martel VSOP, no podía negarlo, el tipo tenía un excelente gusto en bebidas.
—Bien ya no hay moros en la costa, ¿Qué ibas a decirme?
—¿Qué sabes de Henrriette?
Dimitri sonrío sacudiendo su cabeza.
—Sé mucho de ella, pero te dire que esa mujer fue una fuerte y famosa Centinela.
OK, eso no me lo espere ni en un millón de años.
—¿Un Centinela?
—Sí, y estaba unida a un Bellator.
—Al que ella mato.
—Así es Rabdos, ella tuvo un hijo.
Bien era momento de tomar otro trago, uno quizá… la botella completa.
—¿Sabes qué pasó con el niño? — Le interrogue viéndolo a los ojos.
—Lo tengo frente a mí.
¡Por la mas sagrada de todas las palabrotas del mundo!
—¿Cómo…
—Fui asignado por para ser tu guardián, desde antes de tu concepción— La ironía de ello me hizo reír, él solo me observo. —Para protegerte a ti, no a los Von der Rosen ni a Gabriel.
—Lo se Dimitri, lo entendí en el momento que lo dijiste, no soy estúpido.
—Bien, ¿Qué vas a decirme de Henrriette?
Para como estaban las cosas caí en cuenta que no debía mentirle, no a él.
—Henrriette acelero la muerte de Isidro Taftian.
—Por eso su aroma era más fuerte en la oficina del Alfa… pero, ¿Cómo entro al Vulpak?