Navidades II.
Después de convivir con los pocos que se quedaron en el Vulpak, con un amargo sabor, puesto que la alegría de esa fecha se había perdido por la muerte de Isidro Taftian. Cerca de las cuatro de la mañana me retiré hacia mi departamento, en la habitación que usaba como oficina, de la caja fuerte extraje una cajita de madera, que había estado guardada allí por muchos años. Ya era momento de entregarlo, o de regresarlo.
Tome mi chamarra y salí de allí, para cuando llegue al estacionamiento, estaba centrado en mis propios pensamientos. Estaba por un lado Patricia Caballero y su inminente entrada a las filas de los Cazadores, por el otro lado, estaba molesto con Alekssandra Vasíliev por haber sido una distracción...
¡Demonios! Hablando del diablo.
—Señorita Vasíliev, buena noche.
—Señor Von der Rosen, ¿Por qué se retiró del convivió?
—Debo ir a ver a una mujer muy importante para mí.
—¿Puedo acompañarte?
Eso sí me dejo en shock.
—¿Te digo que voy a ver a una mujer y quieres acompañarme?
—Sí, ¿Qué hay de malo con ello?
—¿Qué hay si voy porque voy a tener sexo?
Una sonrisa se formó en sus labios, lo cual me indico que no se amedrentaría.
—No me gusta compartir.
Me acerque a ella, colocando la cajita sobre el toldo de mi auto con ella entre mis brazos.
—Señorita Vasíliev, no sabía que le interesaran los tríos.
—¡No!
—¿Entonces usted prefiere ver? Eso no me excita tanto, pero…
—No voy a ver tampoco, es usted un sucio, señor.
Acerque mis labios a su oído.
—¿Puedo probártelo aquí mismo?
—Si… No, si lo haces llegaremos tarde con tu mujer…
—Tienes razón, pero el día tiene veinticuatro horas, Alekss.
Tome mi caja y me dirigí al otro lado del coche, una vez dentro le pedí que llevara ella la caja. Un poco después del amanecer, y al norte del Vulpak, en los limites del Valle de los Lobos, entramos en una zona boscosa a los pies de una montaña. Hacia mas tiempo del que recordaba que no venia a este lugar, ella había sido una marca en mi mente todo este tiempo, pero no había podido enfrentarla. Aparque el automóvil, y espere, en silencio.
—¿Qué? ¿Te estas arrepintiendo?
—No— Le respondí aun sin tratar de bajar del coche.
—¿Qué ocurre?
—Hace… lo que parece más de… en muchos años no he estado por aquí.
—Bueno, estas aquí ahora, así que vamos— Me respondió abriendo la puerta del copiloto.
Bien, ella tenía razón. Después de apearnos la conduje por un sendero oculto en ese bosque, hasta un pequeño claro a casi medio kilómetro de donde habíamos aparcado. En el centro del claro una tumba sin nombre cubierta de lechuga de montaña, campanuda glomerata, clavel cantabrico, lirios azules y morados, acontillo azul, y la flor favorita de Gabriel Ó Cléirigh, la Erodium Foetidum, una flor sencilla y hermosa.
Un pequeño santuario, que parecía un jardín secreto, aun después da tantos y tantos años.
—Ven— Tomé su mano y comencé a caminar.
Tome un respiro antes de soltar su mano y colocar una rodilla en el suelo, frente a su tumba, no había lapida, no tenia un mausoleo. Era una tumba antigua a la usanza de su gente, había regresado a la naturaleza de donde vino. La salude colocando un puño en mi corazón he inclinar mi cabeza, en señal de respeto. No sabía que decirle. Después de todo la había enterrado aquí y la había abandonado por mucho tiempo.
—Hola Gabriel— Un quejido de sorpresa salió de la garganta de Alekssandra, lo cual me sirvió como un ancla para no tirarme al suelo y seguir con esta patética situación. —Lo olvidaba, ella es Alekssandra Vasíliev… Sí, es… una plebeya.
—¡Hey! Puedo presentarme sola, gracias.
Alekssandra se puso de rodillas junto a mí, con la caja abrazada a su pecho.
—Feliz navidad Gabriel— Le susurro rozando las plantas con su mano en la base de la tumba.
—Feliz navidad…— ¿Podía aun usar el término amor, para dirigirme a ella estando junto a Alekssandra? —Gaby.
Con la mirada le pedía Alekssandra que abriera la cajita de madera, que quizá tenía más edad que los dos juntos.
—¡Por dios! ¿Esto es…
—Una corona, su corona— La interrumpí.
Tome la corona de la caja con de madera con un forro de terciopelo negro en el interior, la corona era un aro de oro, con picos similares a las astas de un venado, con una única joya roja en forma de gota en donde las puntas frontales se unían.
—Tarde demasiado en devolverla, lo se… Pero aquí esta, ahora somos libres Gabriel.
Coloque la corona sobre el montículo de tierra que era su tumba.
—¿Una corona?
Por un segundo olvide que ella estaba aquí conmigo.
—Ella era la hija de los reyes de uno de los antiguos países donde estuvo el Vulpak alguna vez, una princesa humana.
—¿Ibas a casarte con ella?
—Sí, era… habría sido una boda no solo por amor, Alekss… También un matrimonio por conveniencia, una alianza entre Humanos y Lobos.
—Todo se jodió cuando ella murió.
—Así es, pero por la forma en que murió… los Humanos vinieron por nosotros, casi llevándonos a nuestra extinción, por ello…
—La manada en el bosque.
—Sí, así es— Vi las flores alrededor de la tumba de Gabriel, con lo que estábamos por enfrentar podría también podría perder a Alekssandra, eso me golpeo como nada en el mundo. —Tenemos que terminar Alekss.
Ella no respondió, solo abrazo más contra su pecho la cajita de madera.
—Lo sé— Respondió después de varios minutos. —Lo he sabido desde que todo esto comenzó.
—No es que no…
—No importa ya Frederick, las cosas son así y debemos afrontarlo… Estos son nuestros últimos minutos juntos.
La serenidad en su voz estaba destrozándome por dentro, pero no podía perderle a ella, ella era mi razón de amanecer cada día. Me estaba arrancando el corazón para no dar un paso atrás y tomarla entre mis brazos, por no perderme en su piel nuevamente.