Nacidos entre las sombras, libro 1

Capítulo dieciséis

Decisiones

Patricia Caballero, mi ex novia, mi amante... mi futura enemiga.

Mi mejor amigo cree que es una pésima idea infiltrarla en los Venántium, pero no entiende que es necesario. Sí, somos muchos aún, pero en su mayoría machos; las mujeres son solo un puñado y la mayoría vive en su forma de lobo en la manada o incluso en sus hogares. No puedo dejar que esta situación continúe de este modo, esto nos llevara a la absoluta extinción.

Observé cómo fue sometida a entrenamientos intensivos en un periodo de tiempo muy corto: su masa muscular cambió, su mirada cambió. Me percaté de cómo aprendía cada nuevo truco, movimiento o hechizo que se le enseñaba. Vi cómo ese líquido morado era introducido en sus venas, provocando un cambio de color en su iris. Utilizaría unos lentes de contacto de su color habitual hasta que su sangre absorbiera el líquido que la mantendría a salvo de los Cazadores.

Era un líquido creado con la única instrucción de adherirse a cada célula de su cuerpo y protegerla de cualquier agente, natural o antinatural, que entrara en su sistema. Tardamos demasiado tiempo en desarrollarlo, y probar su efectividad no fue sencillo. Ademas del altísimo coste no monetario que tenia en su preparación, para una sola persona. Pero sabía que, por ese lado, Patricia estaría protegida.

En ese momento, me encontraba con Lara Molina, Giovanik Alline, Dimitri Ruso, Dante Landeros, Laiza Zerratos y Patricia Caballero. Estábamos tomando la decisión de si dejar ir a Patricia de una vez o esperar más tiempo.

—¿Bien? — Me dirigí a Giovanik, a quien conocía desde hacía mucho.

—Es una chica lista, aprende muy rápido. Podríamos estarla preparando por años antes de dejarla ir... Creo que es tiempo, mi señor.

—¿Lara?

—Estoy de acuerdo con Gio.

—¡Esto es una insensatez! ¡Es una niña y, encima, humana! —gruñó Dimitri.

—Puede que sea una niña humana, pero soy yo y no el señor lamesupropioculo quien va a hacerlo.

—Rabdos, no puedes permitirle hacer semejante estupidez.

La verdad, me sorprendía ver la furia en la mirada de Dimitri; no era normal en su carácter.

—¿Por qué debo impedirle hacer lo que desea y para lo que ha sido creada?

—Porque podría morir.

—Si no se lo permito, esos hijos de puta llevarán a la extinción a tu raza, ¿Quieres eso, Dimitri?

—No, jamás, mi Rabdos.

—Patricia, ¿Qué piensas tú? ¿Por qué haces esto?

Ella estaba sentada en medio de Lara y Giovanik, frente a mi escritorio. Laiza se mantenía aparte, sentada en uno de los mullidos sillones en la parte posterior de la oficina del Alfa. Dimitri daba vueltas de un lado a otro detrás de las sillas que ocupaban los tres. Dante estaba parado en una esquina, en completo silencio, algo muy atípico en él.

—Porque si tengo la posibilidad de hacer algo por mi raza...

—¡Por el amor de Dios, eres una Latente! —la interrumpió Dimitri.

—Como dije, mi raza —continuó ella, enfatizando esas últimas dos palabras. —Voy a hacer lo que sea necesario... voy a arrancarles todo aquello que les importe, del mismo modo que me quitaron a mi familia, incluso si tengo que hacerlo con mis propios dientes.

—¿Eso te convence, Dimitri?

Al escucharla, se había quedado de pie detrás de ella, con la mirada clavada en su nuca.

—Sigue siendo una niña.

Patricia se puso de pie con calma, pasó a Lara y se paró frente a Dimitri.

—Dime una de las principales reglas de un conquistador.

—¿Qué?

—Dilo —le ordenó en un siseo.

—Nunca dejes con vida a una mujer o niño que pueda blandir una espada en tu contra.

—Pues bien, ellos me dejaron con vida, y voy a clavar esa espada en su corazón. Tú podrás devorarlos después.

La sonrisa afloró en los labios de Dimitri.

—Cuando esto termine, tú y yo tendremos una charla sobre quién tiene los colmillos más grandes, puella.

—¡Niño tú! ¿Piensas que no sé latín?

Dimitri se giró a mí, con la sonrisa marcada en su rostro.

—Mi Rabdos, quiero solicitarle formalmente la guardia personal de Patricia Caballero.

El rostro de todos se volvió visiblemente blanco ante la petición del Custos; no era común que uno de su raza protegiera a una Latente, pero no era imposible. De ese modo, me sentiría más tranquilo de enviar a Patricia al campo enemigo, pero no quería ponérsela fácil al chucho este.

—Esa es una petición demasiado extraña y peligrosa para alguien de tu rango. ¿Por qué debería permitirte siquiera estar cerca de mi mujer?

—¡Fredy! —protestó Patricia riendo—. ¡No soy "tu" mujer...!

—Silencio, Patty, que este pulgoso no sabe eso.

Dimitri lanzó su celular en mi dirección; lo atrapé antes de que se estrellara en la pared.

—¿Así piensa mantener a salvo a la Latente? Si ni siquiera le atina a tu Rabdos —comentó Laiza desde el sillón, con una sonrisa muy grande en su rostro.

—¿Ves, Dimitri? No soy el único que se opone.

Nos reímos por mucho rato de mi guardián, quien ahora estaba renunciando a mí para mantener a salvo a Patricia. Después de que de las risas nos doliera el estómago, nos quedamos en un silencio muy agradable.

—¿Permitirás que sea mi guardián? —me interrogó ella con temor en su voz.

—Claro que sí, pero creo que en este caso un vínculo de sangre será más efectivo.

—Si eso piensas, mi Rabdos, y a ella no le ofende un vínculo de sangre con un Custos, será un honor para mí.

—¿Patty?

—También para mí será un honor, mi señor.

—Bien, me encargaré de eso más tarde con ustedes dos; ahora tengo una idea de cómo hacerte llegar a los Cazadores.

—Esa mirada en tus ojos me asusta, Frederick —murmuró Patricia.

El plan era simple: nosotros nos enteraríamos de sus orígenes y diríamos que amablemente Henrriette vino por Patricia para reclutarla. Por supuesto, el Alfa Isidro Taftian se opuso y por ello el ataque y muerte subsecuente de este. Patricia no tendría otro remedio que ser juzgada por traición, para ello logra escapar engatusando a uno de los Centinelas.




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