Nacidos entre las sombras, libro 1

Capítulo diecinueve

Peones.

Nunca pensé que haría lo que estaba por hacer, pero era necesario, esa era mi responsabilidad... De modo que tome el celular que había dejado en escritorio frente a mí, hacia un par de horas mientras pensaba y la llame.

—Mi pequeño que sorpresa me has dado, pensé que nunca llamarías a tu madre y...

—Corta la mierda Henrriette.

—Bien, deberías irte a tragar un hueso antes de hablarle a tu madre.

—¡Henrriette!

—OK, bien... ¿En qué puedo ayudarle señor Von der Rosen?

—¿Tienes personal sacrificable?

¡OH sí! fui yo el que lo dijo, y no me arrepiento de ello, ni por un segundo. Bien, sé que matar por matar no es bueno, ¡¡pero... Ah!!

¿A quién engaño?

Es algo que por mi naturaleza me gusta y en esta ocasión es necesario.

—Los tengo.

—Bien, necesito que dos de ellos se contacten con Patricia Caballero, que dejen la mayor cantidad de rastros posibles de este hecho.

—¿Por qué?

—Si cualquiera se entera de que esta en la lista de los Venántium, no dudara en matarla.

—¿Realmente la amas?

Yo sabía la respuesta, incluso Patricia la sabia. Pero, nadie más tenía por qué saberla, en especial esta mujer.

—Sí, y prefiero saberla perdida que muerta... No podría soportarlo.

—Bien mi cachorrito, voy a enviarlos a ella, para que la saquen de ese horrible lugar— El sarcasmo en su voz hacía que mi sangre hirviera.

—Gracias.

—Llama cuando quieras hijo mío.

Corté la llamada que tuve que realizar desde un celular desechable, por aquello de que los canes tienen buen oído. No supe cómo me hizo sentir ese hecho, estaba confuso... me sentía un traidor y de algún modo liberado.

—¿Está listo?

Levante la vista a Dimitri Ruso, quien estaba conmigo en la oficina del Alfa y por quien hice esa llamada, por que por ningún motivo quería que pasara por algo similar a lo mío con Gabriel.

—Sí.

—Le daremos una semana a Patricia— Replico él.

—De acuerdo.

—Bien... Ahora ve con tu mujer, que realmente lo necesitas.

Sip, jodidamente sí, la necesitaba.

Sin decir nada más y en silencio me dirigí al elevador de la Torre, cuando salí del maldito edificio, sentí una ráfaga de frío, lo que me saco de mis pensamientos, solo un poco. Si mi instinto no me fallaba, eran cerca de las tres de la mañana, quizá ya estaría durmiendo, pero solo necesitaba abrazarla.

No había luna y las estrellas difícilmente se distinguían, las pocas nueves que había, eran oscuras, densas, como las que preceden a una gran tormenta. El viento era frío, estábamos justo a la mitad del invierno, este año las nevadas habían sido pocas. Esto me hacía pensar que las cosas se pondrían cada vez más peligrosas, que aún faltaban piezas por ser descubiertas.

Camine por el Vulpak Cruces y Rosas observando los gigantescos jardines, sus edificios antiguos, aun en la oscuridad podía observar las intensas murallas que lo separaban del Valle de los Lobos. Este Valle se encontraba resguardado entre las altas montañas, lejos de la vista de los curiosos. La única manera de acceder hasta aquí era por una carretera de dos vías, de tierra y sin iluminación o atravesando las entrañas de la montaña del norte.

Camine en silencio, tratando de imaginar cómo se veían las montañas, sin luna. Hasta llegar a lo que fue la casa del Alfa, casi al centro del Vulpak, lo que hoy en día era el corazón del consejo Las Hijas de Lyra. La puerta se abrió justo cuando me pare en frene, Dante Landeros me saludo con una sonrisa.

—Justo estábamos hablando de ti— Me dijo al tiempo que se hacía a un lado y me dejaba entrar.

—Landeros.

—Mi señor.

Las paredes seguían siendo de madera oscura, los candelabros góticos que colgaban del techo. En realidad, todo era como el traidor Isidro Taftian lo había dejado, solo que ahora con un toque femenino.

Alekssandra se levantó del sillón donde se encontraba y corrió a abrazarme, sentirme entre sus brazos devolvió el alma a mi cuerpo. Enterré mi cabeza en su cuello, absorbiendo el aroma a lavanda tan típico de ella. La apreté más contra mí, ella acaricio mi espalda con sus manos.

—Te extrañe— Murmure contra su cuello.

—Vamos, necesitamos dormir— Dijo al tiempo que tomaba una de mis manos con la suya.

Nos despedimos de Iris y Dante, dirigiéndonos hacia su habitación, en el piso superior. A su habitación apenas le estaba haciendo la remodelación, aun había cajas por allí, los muebles no estaban en su lugar y las paredes, unas eran café caoba y otras blancas. Era un auténtico caos, pero estaba seguro que una vez que se terminara, sería un lugar de donde no querría salir en mucho tiempo.

Lo único bien instalado en el centro de la habitación era la cama de dosel, cubierta con sus cortinas guindas de gasa. Serré la puerta tras de mí y coloqué el seguro, el silencio en la habitación era reconfortante.

—¿Qué ocurre?

—¿Por qué asumes que ocurre algo?

—Porque en otros momentos te lanzas sobre mí y apenas nos da tiempo de cerrar la puerta.

Me volví a verla cuando dijo eso, tenía las mejillas sonrosadas, con su pijama rosa. Un blusón de seda que yo le regale, con unos finos tirantes, su cabello trenzado. Tan hermosa como siempre, esta era la Alekssandra que era mía.

—Tienes razón anima mea, pasan muchas cosas.

—¿Necesitas que te escuche?

—Necesito todo de ti Alekss…

La tome en mis brazos, haciendo que rodeara mi cintura con sus piernas. Se abrazó a mi cuello, y la sostuve por su trasero. El sabor a chocolate aún estaba impregnado en sus labios, sé que a ella le encanta tomarlo caliente antes de dormir. Su respiración comenzó a agitarse, los latidos de su corazón se aceleraron, al ritmo del mío.

Entre besos y jadeos la lleve a la cama, me recargue en mis codos para liberarla un poco de mi peso. Lamí su cuello y colé una de mis manos bajo su pijama.

—Usas demasiada ropa— Jadeo en protesta.




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