Era el invierno en Grendich. El invierno era lluvioso y todo olía a humedad. En las calles se formaban charcos, algunos chicos con auto solían salpicar a los que no lo tenían y eso era molesto, incluso los camiones pasaban a toda velocidad y de repente sucedía que lo resbaloso del suelo causaba algún accidente en la carretera.
Alana veía la lluvia caer desde la ventana del colegio. No era popular, era una simple chica bonita, pero sin mayor pose, de cabello largo, castaño claro y ojos marrones, alta, esbelta y algo sosa para la mayoría de los populares.
Escuchando las potentes bocinas de los camiones, como si con eso establecieran un código de presentación, suspiró. Su vida parecía detenida en un punto muerto.
Para un adolescente, caer en un punto muerto era similar como un suicidio público, porque nadie veía al punto.
El punto podía ser un signo ortográfico importante, darle sentido a una oración o finalizar una buena frase; pero rayos que eso ahora no importaba.
Alana tenía sus propios dilemas personales, principalmente en materia de deportes. Lo que más detestaba del colegio era hacer deportes, era la hora del infierno para ella. No era que fuese una floja, sabía danza y era ágil; sin embargo, desde que el profesor había puesto como parte del ejercicio una cuerda con nudos por la que todos tenían que subir, las cosas cambiaron.
Ella les tenía terror a las alturas, nunca fue una aventurera, era más bien una miedosa.
Esa mañana observaba la cuerda con atención, contaba una historia urbana en la que alguien había caído desde esa altura y se había matado con el golpe.
Alana se imaginaba acompañando a ese fantasma, por eso decidió escaparse de la prueba y se dirigió hacia los baños. Después le esperaba una reunión con la modista que confeccionaría su vestido de dulces dieciséis, y esa idea no le gustaba.
Como a muchas adolescentes les pasaba, Alana detestaba ser el centro de atención de cualquier evento, se sentía fea, rara y con ese vestido tan llamativo sería muy mirada.
Se duchó y salió a recibir el resto de sus clases, no sin antes mirar por la ventana al bosque, parte de él se observaba desde donde estaba, de hecho, eran rodeados todo el tiempo por árboles.
El bosque lleno de caminos serpenteantes en su interior, y una leyenda: allí la gente desaparecía. Tal como se lee, se esfumaban y eran parte de lo extraño y misterioso del pueblo.
Cuando llegó al pasillo divisó a la joven promesa del deporte Dexter Collins, rodeado de sus camaradas, era un chico apuesto: alto, con una pose de estrella pop, barros en la cara, pero estos apenas se veían, usaba siempre la chaqueta del equipo.
Sus amigos eran los muchachos del equipo, de hecho, su entorno giraba siempre al equipo y a todo el ambiente ejecutivo, era Dexter lo que todo mortal denominaba como: un gran idiota.
Era hijo de uno de los socios del aserradero y un gran deportista, pero no miraba a nadie más que no sea de su nivel social, su madre lo había invitado a su fiesta, aunque a ella no le agradó la idea, pues gustaba de ese chico, pero a él, ella le era indiferente.
Su familia se preparaba para el evento más trascendental en la vida de una adolescente: los dulces dieciséis, un evento como ese se lo vivía intensamente en el medio. Principalmente, porque toda madre desea exhibir sus mejores galas (entiéndase hija) ante la sociedad (entiéndase hombres) y poder confraternizar con ellos (conseguir un compromiso que termine en boda).
En Grendich había pocas chicas bonitas y Alana era de ese grupo, solo que era un poco desgarbada y sosa para su gusto. Su madre intentaba hacerla brillar y la joven estaba opacada por completo.
Para algunos la adolescencia era un problema de hormonas y barros, no siempre el polluelo despuntaba en un cisne.
Alana sabía de la fiesta de los dulces dieciséis y todo el alboroto que eso conllevaría, su madre estaba exaltada con todo aquello; sin embargo, ella no estaba lista para brillar en sociedad y su madre tenía otros planes.
—¡Qué bueno que llegaste, hija! —le dio un beso—. La señora Mercer te está esperando para elegir el modelo del vestido que usarás en tus dulces dieciséis.
El ánimo de Alana no estaba para ver modelitos de novia y le dijo desganada a su madre:
—Mamá, te juro que hoy no es buen día…
—Siempre es un buen día cuando se va a usar un vestido con tela especialmente traída de la ciudad.
—Y de otro lugar como París —dijo la modista.
Su madre le mostró una serie de figurines y revistas de varios diseños de vestidos, todos eran de novias, pero eran válidos para la ocasión.
Ginger estaba emocionada viendo el rostro de su hija en cada vestido.
—Te verás divina.
—Con un peinado alto y joyas.
—¡Joyas! —exclamó su madre.
—Perlas, tal vez —sugirió la modista.
El corazón de Ginger latía desbocado.
—Sí, perlas, voy a comprarte un collar de perlas y aretes a juego.
—Sin duda será la sensación.
—¿Oíste eso, Alana? Vas a ser la sensación de todo, Grendich y se va a hablar de ti por mucho tiempo.
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Editado: 06.10.2025