Nación Young

Capítulo 6 La fiesta de bienvenida

Alana, al llegar a su habitación, encontró en la puerta un sobre dirigido a ella: era una invitación a la fiesta de bienvenida del príncipe Gregory, que sería esa noche y se debía ir de gala.

Se abanicó con la invitación y pensó en que asistir sería un error, porque sabía que no había causado una impresión adecuada en el príncipe Arcano; sin embargo, ese príncipe pecaba de altanero y arrogante, pero debía reconocer que era muy apuesto: alto, fornido, no tenía que envidiarle nada a los modelos de su tierra.

Sus ojos eran verdes, intensos y su mirada fría y analítica. Su cabello tenía tonalidades pelirrojas y mechones dorados, una combinación muy extraña, pero así era Young. Reunía a las criaturas más extrañas en su interior.

Asistir sería un error total, estaría en la mira de todos los Arcanos. Además, no tenía ropas adecuadas para un baile, ¿qué había pasado con ella? Esas luces la habían transportado a ese lugar, entonces todo lo que decía Cora, su mejor amiga, sobre Grendich era cierto.

Grendich era una puerta dimensional, una especie de Stargate criolla, menudo lío en el que estaba y todavía no encontraba una lógica para todo ese asunto.

Tocaron a su puerta y al abrirse era Magdalena.

—Te hacía alistándote para la fiesta de la noche.

—No pienso ir.

—¿Tan mal te fue en la entrevista?

Se sentó en la cama. Alana estaba bastante desmoralizada.

—Me fue muy mal, el príncipe me odia y no creo que le guste verme en la fiesta en su honor.

—Debes ir, Alana, eres un pilar fundamental en nuestra sociedad. Desde que llegaste has aportado con ideas para mejorar a Young.

Alana tenía tantas dudas sobre su llegada y hasta sobre ella misma, no sabía si estaba muerta o soñaba.

La única certeza que tenía era que Cora debía estarla buscando desesperadamente, porque en todo ese pueblo era la única que sabía la historia sórdida de Grendich.

Ahora era la 276 en esa larga lista de personas que habían cruzado la línea hacia lo desconocido.

Magdalena le dijo lo que pensaba.

—Yo creo que el Creador te trajo a nuestras vidas para que las enriquezcas, eso es todo lo que el príncipe Gregory debe saber.

Alana sonrió porque sabía que esos argumentos no tendrían validez con los requerimientos policiacos del joven príncipe y a manera de excusa, señaló.

—No tengo ropa que usar para esta noche.

—Yo te soluciono ese problema.

La llevó a los talleres a buscar ropa.

**

Los Arcanos estaban de gala, el príncipe utilizaba el atuendo oficial para fiestas de menor posición que era azul, con capa y condecoraciones, estaba muy serio como si todo eso le molestara, se dirigió hacia los balcones.

Afuera un cielo despejado dejaba ver un sinnúmero de estrellas de un fulgor hermoso, como corolario dos lunas pendían dando cierto encanto a ese paisaje tan maravilloso que lo rodeaba.

Alana recorrió el salón y lo divisó en los balcones, entonces tomó dos copas y algo de valor para ir hasta él con una expresión humilde.

—Buenas noches, príncipe Gregory.

Gregory la miró desconcertado, pues era la última persona a la que esperaba ver esa noche, por un instante la hizo metida en su habitación asustada pensando en su altanería para con él, pero parecía que la joven no se amilanaba fácilmente.

—Vaya… Es usted.

—Sí, señor, linda noche, ¿verdad?

—Sí, señor… Linda noche, ¿verdad?

—Sí, muy bonita.

—Tome.

Él vio la copa con desconcierto y la tomó dudoso. Alana miraba las lunas y le dijo.

—Cuando vi por primera vez esas lunas, sentí que hay cosas más grandes que no se pueden explicar.

Se llevó la copa a los labios.

—¿Por eso inventó toda esa historia?

—No es un invento… Sé que parece una locura, pero es una gran verdad, no sé qué hago en este mundo. Mi compañera guardiana me dice que el Creador tiene un motivo para tenerme aquí.

—¿Y usted le cree?

Alana fue sincera con él y le respondió.

—Claro que sí, porque es el Creador.

—Buen punto.

Entonces Alana le comentó.

—Recibí una invitación de parte de Esther para su fiesta, nunca antes asistí a una cena en honor a un príncipe y me animé.

—A mí me da igual —dijo fastidiado.

—¿Aunque sea en su honor?

—El honor, señora, no se lo celebra con fiestas. El honor se lo vive.

Esas palabras gustaron a la joven.

—Muy honesto.

—Más que los argumentos que usted esgrimió —contempló su delicada figura, en realidad tenía cierta arrogancia en su mirada, entonces comentó—. Cuando la miró, me preguntó sobre el reino que la envió a espiarnos. Debe ser sin duda uno muy altanero.




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