Nación Young

Capítulo 8 El ataque de los Bárbaros

Todo estaba muy quieto, pensó Alana, no había cantos de aves, ni los sonidos característicos de la naturaleza, era como si todo estuviese muerto a su alrededor.

Tanto silencio no era normal, por un instante deseó avisarle a su compañera, pero esta estaba tan entusiasmada con ese pícnic que nada podía moverla de allí.

Magdalena indicaba a los niños los sitios para acomodar las cosas y cuidaba que no se apartaran del perímetro; sin embargo, Rubén había visto algo entre los matorrales que llamó su atención, poco a poco sus pasos se fueron alejando del grupo, era una especie de muñeco que parecía flotar en el aire, intentaba tocarlo, pero sus manos apenas podían alcanzarlo.

Alana se percató de lo lejos que estaba Rubén y llamó la atención del pequeño.

—¡Rubén, vuelve acá!

Magdalena se levantó y le dijo a su amiga.

—No te preocupes, iré por él.

Mientras se acercaba, notó que algo había detrás de los matorrales, se inquietó y trató de coger al niño.

—Rubén, ven conmigo.

—Tía —señalaba

—¿Qué está ahí?

—Meñeco.

Solo fue dar unos pasos para que una gran mano tomara al niño que chilló del susto. Magdalena intentó auxiliarlo, pero un mazo se estrelló contra su humanidad, matándola en el acto.

Alana vio caer a Magdalena, parte de su cerebro manchó el piso, produciendo en ella cierto choque emocional. De entre los matorrales salió una criatura semejante a un hombre, pero con un aspecto siniestro: era un gigante.

Los niños gritaron aterrorizados, y el gigante con el mazo ensangrentado golpeaba la tierra mientras su voz gutural decía:

—Hem—bra. Hem—bra.

Alana tomó el cuchillo de cocina y trató de defenderse. Los niños se apretujaban alrededor de ella.

—No te acerques —trataba de intimidarlo—, te lo advierto.

Inesperadamente, de la espesura salieron dos criaturas más, las otras tenían sacos. El pánico invadió a todos los niños que eran perseguidos y metidos en esos sacos. Algunos lograron huir, pero los otros fueron llevados.

Alana intentaba defenderse del mastodonte que deseaba apresarla, sin poder evitarlo.

El gigante la tomó por la garganta, trató de forcejear, pero mientras más lo hacía, la presión aumentaba y el dolor era más intenso, con la mano que sostenía el cuchillo logró cortar el brazo del sujeto que la soltó inmediatamente, con sus últimas fuerzas logró clavarle el arma en su pie.

El gigante dio tal alarido que estremeció todo a su alrededor, levantó su mazo con intención de golpearla y ella escapó de su ataque varias veces.

Los gritos de los pequeños se escuchaban lejos, se los llevaban. Alana se vio en problemas cuando el sujeto sacó su cuchillo de gran tamaño, gruñó molesto.

La joven no tenía a donde huir y esperó lo peor, en ese momento una saeta surcó el aire y se impactó en la humanidad del gigante que se la quebró con una facilidad sorprendente, pero otras saetas le siguieron y pronto quedó cubierto de ellas, cayendo a pocos metros de Alana.

La joven aprovechó para quitarle el cuchillo de gran tamaño, mientras llegaban a ella Gregory y sus hombres.

Aldem vio el cuerpo sin vida de la que fue su novia y se lamentó por lo sucedido.

Alana estaba decidida hacer algo por los niños, sus gritos todavía se escuchaban cerca, arrastrando la pesada arma y se internó en el bosque.

Gregory no comprendía sus intenciones, así que la siguió. Corrió detrás de ella y la vio muy decidida.

—¡Vuelva!

—¡No puedo! Tienen a los niños.

Gregory no podía creer lo que pasaba, iba tras ella sin saber qué esperar, cuando vieron al Bárbaro con el saco, la joven tomó una piedra y se la lanzó a la cabeza gritándole:

—¡Suelta a los niños, maldita cosa!

Había logrado llamar la atención del gigante que se lanzó a ella ciego de la rabia y dispuesto a eliminarla.

Los hombres de Gregory comenzaron a disparar saetas que se impactaron en la humanidad del gigante.

Alana aprovechó la ayuda para desatar el saco con los niños que lloraban desesperados.

Gregory se le unió y ayudó a pasar a los pequeños a sus compañeros, pronto sintieron que los demás Bárbaros se acercaban y Alana tomó la decisión de ir por Rubén.

—¿A dónde vas?

—Voy por Rubén.

—¡No lo hagas!

Ya era demasiado tarde, Alana desaparecía en medio de la espesura, él iba a ir tras ella, pero Notre lo detuvo.

—Gregory ya es muy tarde para ella.

—Debo intentar salvar a esa desbocada —miró a su amigo y extendió su mano—, apóyame.

Notre sabía que eso iba a terminar bien; sin embargo, le dijo.

—Lo haré hasta el final —se la estrechó.

El llanto de Rubén se oía en medio de la espesura, lo buscaba agitada y movida por una ira intensa, estaba ciega de rabia por todo lo vivido, por la muerte de su amiga, por el terror experimentado. Siempre se consideró un ratón, alguien a la que siempre habían intimidado las personas, los compañeros de clase, la maldita soga del gimnasio.




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