Nación Young

Capítulo 14 Celos: Cómo destruir un Reino desde adentro

El rey de las Tretas

En otro lugar, una criatura se reunía con una especie bastante peligrosa en unas cuevas al sur…

—Vaya. Vaya. Quien está vivo siempre aparece

Dijo Lionesa, la reina de las arpías, al visitante; lo rodeó y lo olió, su aroma era de rechazo y repulsión, entonces le preguntó.

—¿A qué debo el honor?

—Vine a proponerte un trato.

—Vaya… Suena tentador, pero no pienso darte mi esencia a cambio.

—Nunca le pediría eso a una querida amiga como tú —le contestó.

Para ironías con las suyas bastaba y le dijo al arrogante.

—Tú no tienes amigos, querido.

—Es verdad —dijo el sujeto—. Solo aliados y lo que te vengo a sugerir es muy bueno, rentable.

La reina no creía en gentilezas y le dijo.

—No doy nada gratis, mi pueblo muere de hambre todos los días. Mis crías han sido melladas para esta cosecha y tú vienes a ofrecerme tratos —estaba hecha una furia—, debería comerte y saciar mis ganas contigo.

El visitante no se inmutó y le dijo algo que molestó todavía más a la reina de las arpías.

—Mi carne sabe a azufre, mi sangre es ácido y mi sabor no sacia ansiedades, solo fomenta el deseo de más. Un deseo que provoca la muerte del que la prueba, ¿te arriesgas?

—¡Maldito blasfemo! ¿Qué quieres de mí?

—Quiero que me ayudes a destruir cierto reino encantado al que nuestro Padre ama mucho, tanto que lo tiene muy bien protegido.

Lionesa meditó un poco sobre esa propuesta. Todo mundo tenía lugares sagrados, era inevitable que no los hubiera, pero desconocía el origen del que nombraba su amigo.

—¿Cuál reino encantado?

—Young.

La reina rio divertida ante esa palabra, tanto que exasperó a su compañero y este golpeó el suelo molesto y ella se serenó para decirle.

—Querido ángel caído en desgracia, Young es impenetrable, desde que cierto arrogante muchachito lo protege.

“Ese mozalbete mató a mis hijas y su dragón las devoró. Son muchas injusticias.

Luzbel ya sabía de esas atrocidades, por eso le dijo condescendiente a la arpía.

—Lionesa —dijo con mucha seguridad—, todo reino se cae alguna vez. Claro que necesitará ayuda de mi parte, pero se cae.

—Young no. Solo niños puros entran allá. Es una fortaleza —entonces le comentó—. Hace unos días unos Bárbaros con pocos sesos se atrevieron a atacar Young.

“Fue terrible, el mozalbete arrasó con todos, no dejó a nadie vivo y cortó las cabezas de los infelices y las dejó en las lanzas como advertencia.

El visitante le dijo seguro.

—Lo sé, sé todo eso.

—Lidiamos contra el mismo terror.

—Por eso necesito tu ayuda —le dijo él—, pienso raptar a ese mozalbete y luego atacar Young.

Era un plan bastante ambicioso, pero ella no tenía elementos para ejecutarlo, por eso le preguntó.

—¿Con qué ejército?

—Con tus hijas, querida mía.

—Mis hijas han muerto.

—Lionesa déjamelo a mí. No recorro mundos solo por placer, tengo trucos bajo la manga y voy a destruir Young a como dé lugar.

Lionesa tomó asiento en su trono y le preguntó altiva.

—¿Y qué gano yo?

—Reses, gordas y jugosas reses.

—Ignoraba que te hayas convertido en ganadero.

—Claro que no, querida, tengo mis contactos —tendió la mano a la reina—, ¿aceptas?

—Bueno, al menos recordaré como se hacían las cosas a la antigua —se la apretó.

La jaló hasta el centro de la cueva y le dijo.

—Querida, has hecho el trato de tu vida.

—Luzbel, quiero ganar esta vez, no me falles.

Ambos rieron divertidos y bailaban frente a la hoguera. Tiempos oscuros se acercaban para Young.

Si alguien conocía de perdición y de tretas era Luzbel, que alguna vez fue alguien especial y compartió un lugar importante en la corte celestial.

Él, por ejemplo, sabía que el amor era la mayor debilidad del ser humano, de los ángeles y del mismo Creador. Por eso se rebeló, porque él sabía la diferencia entre el Bien y el Mal, conocía de los riesgos de saber sobre ello y las decisiones que por ese saber se podían tomar.

Siempre fue ambicioso y bello, el más bello de todos sus hermanos, pero su ambición opacó su juicio y maldito que si eso importaba a esas alturas.

Él era de los que creía que a lo hecho pecho, después de todo, había conseguido que la tan mentada y valorada raza humana se desviase del verdadero propósito.

Para él, los humanos eran las mascotas de Dios, criaturas débiles capaces de sucumbir ante el infortunio o la soledad, y allí es donde entraba él: como un sabio conocedor de esas pequeñeces, lo más fácil era atacar y doblegar. Los resultados siempre eran variados, con sus tetras había conseguido que muchos Hijos de Dios, renegaran de él, lo maldijeran, se hicieran daños los unos a los otros; tuvieran miedo, dolor físico y espiritual y toda una gama de delicias y torturas, porque caray, el ser humano era una raza influenciable. Todo por culpa del Libre Albedrío.




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