Casio pensaba que la sanción de Alana era muy severa, sospechaba que su bella princesa estaba celosa de la joven extranjera y todo por cierto príncipe inflado.
Después de todo, la joven había conseguido lo que ninguna en ese reino: cautivar al insensato de Gregory.
Todos sabían de los orígenes del joven arcano, Bárbaros, y eso chocaba en muchas personas, también a él le chocaba, pero trataba de ver el lado bueno de las cosas.
Desde que Gregory llegó a Young había impresionado a Esther. La joven se dejó llevar por la gallardía del joven, su físico de luchador y sus ojos verdes, además de la arrogancia nata en el joven, pero quitándole todo eso ¿qué quedaba? Naturalmente alguien como él, fino y delicado casi para romperse.
Volviendo a la realidad seguía preocupado por la situación de la joven extranjera por eso decidió invitarla a dar una vuelta por los jardines para tratar de distraerla de su problema.
Esa tarde mientras le mostraba las diferentes clases de flores que crecían en Young, y le recitaba los nombres de las flores más populares, la invitó a sentarse frente a un tablero.
—¿Juegas damas reales, Alana?
—Me temo que no sé de qué se trata Casio.
—Es el deporte oficial de mi tierra. Es tan popular que se hacen torneos públicos en los cuales se premia al mejor —se emocionó mucho de recordar los torneos—, incluso es tan popular que mi padre ganó una guerra solo jugando damas reales.
—¿En serio? —miró sorprendida las piezas—, no me lo puedo imaginar.
—Fue toda una hazaña, hubo fiesta nacional por meses.
Alana sonrió y le preguntó entusiasta:
—¿Me puedes enseñar?
—Será todo un placer.
Lena pasaba por los jardines rumbo a la habitación de Esther y se detuvo a mirar a los dos jóvenes muy alegres charlando.
Vio sonreír a Alana y a Casio mostrarle las piezas con sumo deleite y la voz de la Intriga le susurró:
¿Los ves? Alana y Casio son novios –le escuchó repetir lo que ella decía—. Debes usar eso en su contra… Gregory es muy orgulloso, debes hacerle ver esto.
Muy complacida fue a la habitación de su ama que se miraba al espejo detenidamente.
—Alegraos que encontré la salida de vuestros problemas.
**
Esa mañana Gregory y Eljiah sobrevolaban Young. Volar era una sensación gratificante para el joven. Desde que conoció a Eljiah, el cielo estaba más cerca de él, claro que enseñarle a volar a su dragón fue toda una novedad, primero porque el pequeño Eljiah no tenía un modelo a seguir, así que probó con aves, toda clase de ellas; sin embargo, el pequeño glotón se las devoraba todas, incluso intentó imitar el vuelo de un ave para que el dragón volara, pero consiguió que este se desinteresara del asunto.
Había que ser muy astuto con un dragón, enseñarle a volar no era una tarea simple, pero cada intento era un fracaso. Lo que el joven arcano no entendía era que la naturaleza iba a ser su trabajo y un día en que se daba por vencido por no poder hacerle alzar vuelo, este lo sorprendió y cuando lo vio planear supo que podría coronar los cielos junto a él.
Eljiah tenía otros planes y convencerlo de que lo deje subir fue otro asunto, el dragón solía tirarlo y a veces morderlo, pero tanto luchó que terminó logrando su cometido. Ahora eran amigos y compartían una de sus más grandes pasiones: volar.
Esa mañana mientras hacían el recorrido matutino Eljiah encontró a su joven amo bastante callado. Como buen observador se había dado cuenta de que innegables sentimientos habían nacido en su amigo y que la causante era cierta hembra de ojos cafés.
—Te noto distraído, Gregory ¿Te ha pasado algo últimamente?
—Han pasado cosas…
—Noté que esa hembra de cabellos castaños te tiene bastante mal.
—Así es, aunque Alana es malcriada y desquiciante.
—¿Por eso te atrae tanto? —sonrió.
Gregory pensó que lo que en verdad le sucedida era que se estaba enamorando de esa mujer y solo pudo decir.
—Es la primera vez que me sucede algo como esto.
—Lo supe cuando hablamos el otro día, había algo flotando en el aire, parece que llegó a atontarte —entonces le dijo a su amigo—. De vez en cuando es bueno atontarse, Gregory.
“Desde que éramos niños has estado ajeno a esos sentimientos y cuando surgen hay que vivirlos intensamente.
Eso era verdad, después de todo no era dado al sentimentalismo, nunca se había enamorado, había conocido el éxtasis de la batalla, pero no el del amor.
El amor era como un mal chiste para él, las pasiones arcanas eran de tomarse en serio, su padre sucumbió a una de ellas: su madre.
Imelda era una dama, una dulce criatura y en su aparente debilidad había demostrado lo fuerte que se podía ser al traer al mundo a siete varones arcanos, robustos varones por cierto, pero allí no acababa todo no solo era parir a un arcano, también era criar a siete muchachotes con mano fuerte, sin perder la femineidad en el camino.
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Editado: 25.10.2025