Muchas personas visitaban a diario el oráculo para saber su suerte o destino, eso era algo muy arraigado en el corazón humano.
Las sacerdotisas los atendían prolijamente y muchos salían satisfechos o preocupados de lo que el destino podía decirles.
Algunos decían que el destino era caprichoso, cosa que le parecía una mala broma. Otros que el destino estaba escrito en las estrellas y así miles de historias.
Él a veces se preguntaba por qué nació príncipe y otros no. Sin embargo, esa mañana otro motivo lo llevó a pedir audiencia con Dirse, el Oráculo del Templo.
Esperó poco y fue conducido a una cámara llamada de meditación en donde había una mesa redonda que parecía flotar en el aire, era tan plana y dura, y el sol se reflejaba en ella volviéndola muy blanca.
Dirse entró, usaba un traje de su tierra muy oriental con colores encendidos que le daban a su piel el matiz más elevado.
Su cabello lo tenía cubierto con un velo de fina tela y apenas se veía lo negro y sedoso que era, usaba adornos propios de su tierra, joyas y brazaletes de oro y piedras preciosas.
Gregory se volteó presto y vio a la mujer mirándolo.
—Buenos días, Dirse.
—Infante del Norte. El destino no se equivoca y me dijo que vendría a verme —ella se acercó a la mesa y la tocó entonces vio el mapa de su mundo—, es un lugar bastante basto y complicado de descifrar…
—¿Sabes a lo que vengo?
—Lo sé —pasaba su mano y el paisaje cambiaba—, difícil es separar a un padre de su hijo amado, más si ese hijo fue ya cautivado lejos del padre nada se puede hacer.
Gregory la escuchaba con sumo cuidado y ella le dijo entonces.
—Tu padre desea tenerte a su lado para siempre, más tu corazón está muy lejos… Esta en un lugar llamado Young.
—¿Existe Young?
—Existe y está muy lejos de aquí.
—¿Cómo puedo llegar allá?
Dirse sonrió y le dijo.
—Este mundo es un círculo. El Creador lo dispuso así, porque el círculo es infinidad, la sucesión de puntos que no tiene un principio y un final.
Los mundos están hechos de esa forma para demostrar que siempre serán eternos como su Creador. Por eso lo que hagas en este momento se verá reflejado en un futuro…
—¿Qué tiene que ver conmigo?
—Lo que buscas vendrá a ti, príncipe arcano.
El joven preguntó exaltado.
—¿Ese reino vendrá a mí?
—En el camino que escojas seguir a partir de este momento, Young estará presente, será tu prueba de fuego —entonces dijo muy seria—, irás allá para enaltecerlo o para destruirlo.
Gregory dijo convencido.
—No deseo destruir nada… Más deseo conocer la paz que puede ofrecer ese lugar.
—Debo advertiros, príncipe Gregory —captó su atención—. Nada es tan fácil, pero tampoco nada es difícil y todo tiene un precio.
—¿Un precio? ¿Podré pagarlo con oro?
Dirse sonrió y le respondió.
—No señor, el dinero no te servirá de nada, solo no debes olvidar lo que dejas atrás —hizo una pausa para decirle—: tu familia, tu pasado, todo lo que piensas dejar volverá a ti. Es inevitable.
Gregory que no se amilanaba con facilidad.
—Si Young está en mi destino, lo asumiré —entonces dudó y le preguntó a la adivina— ¿Cómo sabré el camino?
Dirse sonrió complacida y le respondió.
—El destino guiará tu camino cuando sea el momento, por lo pronto hace buen tiempo para navegar y echarse a la mar.
Si pensaba que el Oráculo acallaría sus dudas pues no lo hizo, estas se acrecentaron más, apenas si podía apartar la idea de ese reino de jóvenes y un deseo de libertad lo embargaba; sin embargo, pensaba en su padre y su obstinación por él.
Imelda era más sabia conocía a cada uno de sus hijos, pero con el que más había convivido era con Gregory y últimamente este estaba taciturno y retirado a la meditación, además le habían informado que se había entrevistado con la Oráculo de la nación, por lo que pensó que sus problemas serían muy serios.
Esa noche lo vio mirando desde lo alto de la torre al infinito, había luna y esta demarcaba un camino en el mar que parecía cautivar a su hijo y le preguntó.
—Mi querido hijo ¿Os pasa algo malo?
—Pensaba en lo que había más allá de ese horizonte…
Imelda sonrió, porque al haber crecido en un pueblo costero, también se había inquietado al ver el horizonte, más los marineros siempre decían que después de un horizonte aparecía otro y otro hasta llegar a tierra firme, era una tomadera de pelo, lo sabía bien, pero servía para arrancar sonrisas entre las personas, por eso le dijo a su hijo.
—Después de ese horizonte hay otro horizonte… —se abrazó a él—, siempre hay más de donde viene ese y todo parece que nunca acaba, pero siempre termina en una playa.
—Madre… —sonrió cálidamente y la miró— ¿Amas mucho a mi padre?
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Editado: 14.11.2025