Erick había llamado a sus hijos y pedido audiencia con sus más leales hombres para anunciarles a todos que había dado con el paradero de su hijo Gregory y del joven ejercito que se había ido con él.
La mayoría de ellos hijos de esos hombres que estaban junto a él. Cuando estuvieron todos sus hijos: Arold, Irold y Blad, Zarud, Taris y Ortwin.
Los generales, coroneles y capitanes de su ejército. Les anunció con satisfacción.
—Señores de buena fuente he encontrado la localización exacta del sitio en donde Gregory se oculta.
Hubo sorpresas en todos los presentes y Ortwin le preguntó.
—¿Qué lugar es ese padre?
—Un reino poderoso y lleno de maldad conocido como Young.
—¿Young? —dijo Arold—, ¿y cómo disteis con él?
—Tuve ayuda de la providencia —mintió—. Ahora os pido que me acompañen a ir por él, por todos nuestros hijos que están prisioneros en ese reino.
El salón del reino se llenó de murmullos, en ese momento las puertas del salón se abrieron abruptamente con un viento fuerte y frío: Dirse entró vestida de negro, sus ojos estaban blancos y no parecía ella y le gritó en medio del salón.
—¡Osas desafiar al Creador con tus acciones humano impertinente! La ira del Creador se desatará sobre tu reino, lloverá desdicha en tu juicio hombre de poca fe.
—¡Callaos, inepta! —le gritó Erick.
Dirse recorría todo el salón causando conmoción en todos los presentes por su aspecto tan sombrío y dijo con voz glacial al rey altanero:
—¡Una terrible desgracia se cernirá en tu destino! ¡Veo tus cabellos blancos y poco juicio en tus últimos días! ¡Condenarás a tu hijo amado a vivir en aflicción! ¡A ser maldito y perseguido! ¡Detente ahora o te arrepentirás Erick! ¡Deja al reino de los jóvenes en paz! ¡No te metas con lo que es territorio sagrado!
Arold estaba sorprendido por las palabras de Dirse, jamás un oráculo había dicho tales palabras a un rey arcano y otro tanto pensaban sus hermanos.
La perturbación reinaba en todo el salón mientras la mujer seguía gritando sus predicciones oscuras. Erick tuvo que llamar al orden y pidió a sus guardias:
—¡Llévense a esa ave de mal agüero lejos de mí! ¡sacadla de aquí inmediatamente!
—¡Estas labrando tu destino rey insolente! ¡Un destino oscuro y lleno de locura! —gritaba al ser arrastrada por la guardia.
Dirse fue sacada por los soldados y cuando reino la calma Erick les dijo a todos:
—Partiremos mañana, será una empresa muy ambiciosa, pero traeremos a nuestros hijos muy pronto.
Arold dio un paso al frente y le dijo.
—Padre, lo lamento, pero no voy a participar de esa aventura.
—Yo tampoco —dijo Zarud.
Cada uno de sus hijos se negó a participar y al verse solo recurrió a sus hombres y les dijo.
—¡Cobardes! —les gritó Erick—, he engendrado puros cobardes.
—Padre —dijo Ortwin—, no somos cobardes, somos prudentes y tú deberías serlo también.
La ira de Erick al no verse complacido le hizo decir.
—¡Prudencia! Me piden prudencia cuando su hermano es prisionero de un reino del mal.
Zarud, un joven impetuoso por excelencia, sabía que todo soldado era entrenado para el escape, por muy difícil que fuera la cuestión y que su hermano menor era muy dado a salir con bien de cualquier prisión, por eso le dijo a su padre—
—Eso no lo sabemos, padre —dijo Zarud.
—Es verdad, padre —secundó Taris—. Gregory siempre fue hábil para salirse de problemas y no creo que este prisionero como dices.
—Creo que es un error el precipitarse —dijo Blad.
—Podemos enviar emisarios para ver qué sucede en realidad —secundó Irold.
Erick se puso en el centro del salón y les dijo a sus hijos.
—Me siento decepcionado. Dudan de su padre —daba vueltas por el salón—, mis propios hijos dudan de mí.
Tomó a uno de los capitanes y le dijo con firmeza.
—Son sus hijos los que están prisioneros en ese reino. Debemos ir por ellos y traerlos de vuelta ¿Quién está conmigo?
Los hombres dijeron al unísono.
—Todos, señor.
—Entonces arrasaremos con Young.
A la mañana siguiente un ejército salió rumbo a tierras húmedas. Imelda veía consternada esa acción que la hacía una locura y ella sin poder advertirle a su hijo de lo que acontecía en su contra, junto a ella sus hijos miraban con tristeza todo ese evento.
Cientos de soldados con lanzas alzadas, todos con la consigna de destruir el reino de los jóvenes.
**
Esa mañana, después de la fiesta, Alana todavía no asimilaba que se iba a casar en tan poco tiempo, sobre la cama descansaba el hermoso collar que le había dado Gregory.
No podía creerlo, el joven no solo le dio un obsequio deslumbrante, sino que había eternizado un momento sublime como lo era la Navidad para siempre.
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Editado: 14.11.2025