Ahí se encontraba la señorita de chinos no tan rizados, más bien esponjados, con un nombre nuevo y peculiar para mí. Una señorita de corazón cálido y un humor entrañable. No era ni muy introvertida ni excesivamente extrovertida. Estaba en la fila, y ni a ella ni a mí se nos pasaba por la cabeza que el destino tenía preparada nuestra amistad. Éramos distintas pero extrañamente similares, un equilibrio inusual.
Restando años a la vida, sumándolos como amigas.
Caminos separados, historias distintas. En cada paso de nuestro recorrido, encontrábamos un espacio de encuentro donde construíamos puentes para conversar acerca de cómo la vida transcurría en nuestros mundos. Ni muy lejos ni muy cerca, lo suficientemente cerca como para enviar una paloma mensajera.
Señorita de espíritu valiente, corazón cálido y chinos alborotados que en realidad no era tan rizados, eres mi alma gemela amiga, mi hermana de corazón. Cuántas veces te lo he dicho, tantas que ya no alcanzan los dedos de las manos y los pies de ambas para contarlas.
Amiga con una peculiaridad innata y una sencillez natural, agradezco al cielo por tu bendita existencia. Te prometo por la garrita, por enésima vez, mi amistad incondicional hasta ser como pasitas.