Me gustaba hablar de amor...
De repente empecé a hablar de alguien. De como cuidaba mi corazón sin pedírselo. De como me acurrucaba en su pecho cuando tenía miedo. De cuando me prestaba atención, mientras hablaba de mis sueños raros. Describí, como me daba espacio sin irse, y de como se ponía a cantar conmigo a todo volumen. De cuando te decía no y lo respetaba. O, cuando decía sí, iba un paso más allá para sacarme una simple sonrisa. De su sinceridad de sus sentimientos. De su paciencia. De como cuidaba de mi en los tiempos turbulentos.
Entonces, entendí. A quien describía, era un ser imaginario, un personaje ficticio.
Me gustaba leer romance... Me embriagaba de la trama, aunque me dejaba con una jaqueca en la última palabra.
Un vicio, tomar las historias románticas.
Un vicio, querer escribirlas.
Un vicio, incitar a quien sea a contarlas, a escucharlas.
Rodeada de tanto amor de papel y sin un romance propio al cual ponerle portada.
Una adicción, crear escenarios imaginarios, anhelar ser el personaje principal...
Una adicción que siempre me regresa a la primer oración.