¿Eres acaso uno de esos lugares en los que me reconocía, donde era yo misma sin sentirme juzgada? Con frecuencia, despojaba capa por capa de mi cohibida apariencia, hasta quedar en venas por las que fluía mi verdadera esencia. Y no salías corriendo ni me veías con horror. Soplabas sonrisas entre mis pestañas y decías que así me amabas, como si no tuviera defectos.
¡Ay, amor mío! Tus palabras me despojaban aún más de mis escudos de acero. ¡Ay, amor mío! Eso me hacía desearte con más intensidad. ¡Ay, amor mío! En qué momento temí tanto. ¡Ay, amor mío! Te añoro, y ya no te escucho. ¡Ay, amor mío! Te abrazo en el pasado, con más fuerza, para sentir que no te he dejado ir.
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