Ayer me aconsejaron que, para olvidarme de ti, me deshiciera de todo aquello que me recordara a ti.
Rompí la carta que me diste, las notas. Dejé de escuchar la canción que me dedicaste. Evité a toda costa los lugares en los que te solía encontar. Recorte las fotos en las que aparecías. Los detalles los escondí, soy cobarde y no los tiré; me es difícil deshacerme de aquello que me hace pensar en lo bien que me conocías. Mejor que el tiempo se encargue de ellos.
Fue fácil, olvidarse de lo material.
Por otro lado, ¿Cómo le hago para borrar todo aquello que no se puede romper y tirar; con lo que no es un lugar; con eso que no se puede evitar evocar?
Mis labios no los puedo tallar, encoger, romper, obligarlos a regresar a su forma original, antes de estirarse al sonreír, antes de que se fruncieran tristes imaginando que ibas a irte sin terminar lo que no tuvo inicio. Mi piel no puedo mudarla, mis células no son capaces de formar otra sin que quedara algo de la vieja piel que ponías de gallina.
¿Cómo le hacemos, mi mente, corazón y yo para tirarte al vacío? Si caiste como rayo en campo con sembradío, cien veces como mínimo, quemando cada tierna cosecha. Y eso que dicen que un rayo no cae dos veces en el mismo sitio.
¿Qué hay de la emoción que me revolvían las entrañas; ponían el corazón en la cabeza, la cabeza en el estómago, el estómago en la garganta y yo terminaba toda mareada?
¿O, de las noches que entre sueños repetía tu nombre? ¿De los arcoiris que me formabas en los días tempestuosos?
¿De los consejos que dabas? ¿De los silencios que no eran aburridos contigo y de las pláticas amenas que no guardabas?
¿Cómo eliminar de mi memoria, lo divertido que eras al coquetear?
Ayer me aconsejaron que, para olvidarme de ti, me era necesario deshacerme de aquello que me recordara a ti. Difícilmente, puedo explicarles que tiraste a quema ropa con tu personalidad insanamente grata.