¿Qué está pasando que no sé dónde encontrarte?
¿Dónde estás que mis manos no te ven?
¿Cómo te hallo si eres la aguja en un pajar?
Carezco de astucia para averiguar, que por ahí vas andando, con solo mirar a los lados. O, me sobra como para quizás, inconscientemente, evitar el mapa de tus huellas.
Me falta inteligencia para reconocer las migajas que va dejando el destino. O, me sobra como para entender que no tengo espacio suficiente en la repisa de recuerdos para crear más.
¿Qué es esto?
Te siento en los huesos, pero no te veo como no puedo ver el viento.
Me mareo y caigo en una nube que no se siente de algodón.
La luna me ha dado la espalda a mis pláticas soñadoras acerca de cómo me imagino tus pestañas.
Estás nevando; sin embargo, antes de tocar el piso te esfumas... Creo que nunca podré hacer ángeles de nieve contigo.
¿Y, si te quedaste estático en el tiempo?
¿Y, si ya dejaste tu última imagen, congelada en el recuerdo tras unos ojos que nunca serán los míos?
¿Qué haría con esa situación de aire en las manos? No la puedo transformar. No podría crear nada.
¿De qué forma te puedo hablar?
¿Qué pasará si las señales de fuego y humo no las logras captar?
No tengo dirección donde hacer llegar una carta o una postal.
¿De qué sirve toda esta tecnología si pareciera que vivo en un siglo muy pasado, donde no existe un número al que llamar?
¿Cómo se supone que sirven mis palabras si parecen nunca alcanzar tus preguntas cuando sueñas despierto? El camino fangoso las engullirá.