Apenas llego a mi casa, me encierro en mi habitación. Sólo crucé un par de palabras con mi mamá en el camino.
Si es que cuando me preguntó si ya quería comer, y yo le dije que no de pasada, se le puede considerar de esa forma.
Pero sabía que no tardaría en terminar por llorar en cualquier momento. Ya había dejado caer unas cuantas en el camino. Por supuesto, después de dejar a Miguel. No quería que nadie viera cómo me siento. Cómo me duele.
Me la hicieron de nuevo.
¿Es que acaso tengo algo malo?
¿Por qué los hombres siguen jugando conmigo?
Al menos Miguel tardó más tiempo en hacerlo. Si no es que fui yo la que me tardé en descubrirlo.
En serio pensé que Alex sería diferente.
Seré tonta. Él ya pasaba de una a otra antes de que anduviéramos. Estaba consciente. ¿Por qué sería diferente conmigo?
Si me hubiera acostado con alguno de ellos, ¿hubiera sido diferente?
No. ¿Qué estoy pensando?
No voy a hacer algo a lo cual no estoy lista sólo para retener a alguien.
Ni siquiera me doy cuenta de que mi almohada está húmeda hasta que escucho un golpe en la puerta y me apoyo en ella para sentarme.
- Pasa – digo una vez elimino la evidencia de que he estado llorando, lo mejor que puedo.
- ¿Te sientes mal?
- No es nada – le resto importancia -. Sólo me duele un poco la cabeza, nada más.
Sé que no la engaño.
- Si necesitas algo, cualquier cosa, ya sabes que puedes decirme.
- Lo sé – me fuerzo a sonreírle un poco.
Una vez se retira, me dejo caer de vuelta.
Sé que está preocupada. Y aunque nunca creí posible, por primera vez desde que las cosas en el trabajo de mi papá se complicaron, deseo que no estuvieran aquí.
- ¿Kate?
Escucho detrás de la puerta.
Me sorprendo al darme cuenta que, a pesar de todo lo que rondaba mi cabeza, me había quedado dormida.
Y por la luz que viene de la ventana, ya ha oscurecido.
- ¿Qué pasó? – la pregunto antes de que vuelva a entrar mi mamá.
- No sabía si seguías dormida.
- Si, no hay problema. ¿Ya vas a hacer la cena? – digo para que no se preocupe, ya que realmente no tenía apetito.
- En un momento más – se sienta en la cama junto a mí -. Alex habló hace unas horas – me tenso -. Le dije que estabas dormida.
- Si. Está bien.
- ¿Él es la razón de porqué estás triste? ¿Pasó algo?
- Sólo terminamos.
- Seguro todo se arreglará – me acaricia el hombro -. Vas a ver que no tardan en limar las perezas. Después de todo, te buscó.
- No. No vamos a volver.
- ¿Por qué?
- Cosas – encojo los hombros, desanimada.
Sé que quiere decirme algo, pero lo piensa mejor.
- Bueno. Como te dije, puedes hablar conmigo cuando quieras, ¿de acuerdo?
- Lo sé mamá.
- También habló Belinda. Dijo algo de que harían una tarea.
- Cierto – me quejo, después de todo se me olvidó.
- También le dije que estabas dormida, y que no te sentías bien.
- Gracias. Yo le marco.
- Bien. Voy a preparar la cena, que de seguro te has de estar muriendo de hambre.
Se marcha.
Yo, por mi parte, tomo el celular para ver la hora y descubro cientos de llamadas y mensajes de él, aparte de unos tres de Belinda, los cuales contesto diciéndole que la vería mañana y le contaría.
En cuanto a los de él, ni siquiera me detengo a leerlos. Los borro.
Me siento desesperado.
Incluso había ido a casa de Belinda porque sabía que ella estaría ahí como dijeron.
Pero de nada sirvió.
Una vez Belinda me vio, me cerró la puerta en la cara.
No sabía qué hacer.
La he perdido por idiota.
Ayer en la mañana, Maggie me acorraló para decirme que tenía algo que me pertenecía.
Claro que al principio no le creí. Bien sabía que se podría tratar de algún cuento para molestarnos a Kate y a mí.
Sólo hasta después de explicarme que encontró una medalla en su habitación, que seguro se me cayó la última vez que estuvimos ahí, supe que era verdad.
Se trataba de una medalla que mi abuelo materno me regaló. Es uno de los pocos recuerdos que tengo de él. Ya que unos meses después de dármela, falleció debido a una pulmonía.