Ya es de día cuando Dante vuelve.
No sé dónde duerme, pero dudo que sea aquí. Él luce descansado, todo lo contrario a mí. Apenas si he podido pegar ojo. Me sobresaltaba ante cualquier ruido que escuchara.
Temía que algún animal se me subiera en cualquier momento. Lo que no es descabellado luego de encontrarme en la necesidad de espantar algunos cuantos.
- Buenos días – dice alegre, sentándose en la misma silla de ayer -. Deberías estar de mejor humor – mi cara de incredulidad lo divierte -. Pronto podrás irte de nuevo a tu casa.
Eso llama mi atención, por lo que me siento más derecha.
- Veo que ahora estás interesada, ¿cierto? – se burla -. Pues verás, hablé con tu amiga ayer. En estos momentos debe estar terminando de juntar lo que le pedí.
Levanta una pierna, dejando su tobillo sobre la rodilla del otro.
- Una vez me lo traiga hoy, podré largarme de una buena vez – de nuevo parece perderse en sus pensamientos -. Ni siquiera me molestaré en pagarles a esos estúpidos. Con todo lo que reciba, incluso puedo hacerme una nueva vida en… - se detiene de repente y me observa -. Bueno, eso es algo que a ti no debe interesarte, ¿verdad? Así que olvidemos eso.
>> Sólo necesitas saber que pronto vendrá tu amiga por ti, y no nos volveremos a ver jamás.
Eso deseo.
Así estuvimos por lo que se sintieron horas.
Aunque Dante salió un par de veces, no volví a intentar deshacerme de las cadenas. Me había desgarrado la piel al hacerlo, y esperaba que pronto pasara lo que él había dicho.
- Se acerca la hora – anuncia al entrar de nuevo -. Pronto esto terminará.
Un rato después, se escucha que un vehículo se acerca.
Dante se asoma con cuidado por una de las ventanas tapiadas del costado.
- Es ella – se aleja de nuevo de donde estamos.
Un momento después regresa escoltando a Belinda.
- Como te dije, ahí está tu amiga – ella comienza a correr hacia donde estoy sentada, pero él la detiene -. No, no, no – la sostiene de un brazo -. Primero dame el dinero, y luego te doy la llave.
Belinda asiente, pero sus movimientos parecen realizarse en cámara lenta, por lo que no sé qué es lo que se propone. Yo en su lugar, ya se lo habría entregado lo antes posible.
No es hasta que veo movimiento cerca de la pared frente a mí, que me doy cuenta del por qué.
Apenas Dante toma la maleta, el caos comienza.
Cuando la policía se hace presente, Dante se enfurece y le reclama a mi amiga por haberlos traído cuando específicamente le había dicho que no lo hiciera. Sabiamente, ella se había alejado de él unos segundos antes.
No sé cómo, Dante dispara hacia donde los agentes se encuentran, pero demasiado alto como para que les diera, o eso pensé, ya que, con ello, logró que parte de la casa les cayera encima.
Después se escuchó movimiento, gritos, cosas derrumbándose; mientras que yo sólo intento hacerme lo más pequeña posible para no salir lastimada entre todo lo que pasa.
En algún momento, alguien se acerca a mí, pero no logro enfocar su cara entre tanta penumbra y polvo, así que instintivamente, me hago hacia atrás, alejándome de él.
- Tranquila, voy a soltarte – dice el hombre.
Saca una herramienta y tarda un poco antes de que las cadenas cedan.
En seguida me cubren con una manta antes de tratar de que me ponga de pie. Tropiezo un poco, pero el hombre me sujeta así que no caigo.
Soy trasladada a una ambulancia donde me revisan superficialmente.
- ¿Dónde está Belinda? – le pregunto al paramédico que me estudia -. Había otra chica ahí conmigo, ¿dónde está?
- Lo siento señorita, sólo me informaron de que usted estaba herida y que viniera a atenderla.
Algo en su mirada me pone en alerta. Así que, sin decir otra cosa, trato de ponerme de pie y alejarme de él.
Necesito buscarla para ver cómo está.
El paramédico no me deja ir, por lo que forcejeo con él.
Quiero ir con mi amiga ya.
Necesito verla.
Este hombre no parece entender mi desesperación y llama por otro para que lo ayuden conmigo.
De algún lado salen mis papás, quienes vienen hacia mí y me abrazan cuando estos tipos se los permiten.
Ellos me hablan, pero no logro entenderlos, en especial a mi mamá que no para de llorar. Pero mi atención se enfoca a los padres de mi amiga.
Estos no la están abrazando, en cambio, lo hacen entre ellos. El señor Huerta le grita a uno de los oficiales, a la vez que sostiene a su mujer que llora desconsolada. Y un poco detrás de ellos, está Simón, ensimismado.
No es hasta que escucho que mis padres me repiten que me calme, que me doy cuenta que estoy gritando.
Uno de los paramédicos se acerca con una jeringa, y yo por fin me detengo.