Con un poco de suerte, todos lograron exponer el proyecto de física, con mocos, estornudos y tos. El profesor les sacó una buena nota, en especial por las pegatinas de Shiva que la hermana menor de los gemelos le pegó cuando estos se descuidaron y que por supuesto, fue después de finalizar la maqueta.
Al día siguiente los únicos del grupo de amigos, que asistieron a la escuela fue el recuperado de Heimdall y el enfermo de Niels. Este último lucía tan fatal y de verdad lo estaba, que no podía tan siquiera tomar notas decentes de las clases que tenían. Heimdall estaba preocupado por él y de eso no cabía duda; a pesar de que se lo expresara con acciones como taparlo con su suéter, “explicarle” a los profesores, ayudándolo a cargar su bandeja de comida, entre otras cosas, no se sintió satisfecho. Algo faltaba, pero ¿qué? ¿o estaba haciendo algo mal? Tratando de hallar una respuesta a sus inquietudes, lo observó fijamente y Niels volteó a verlo, debido a que era imposible no sentir sus ojos recorrer su cuerpo y estacionarse en su cara por prolongados momentos.
—Sí te preguntas qué hago aquí en vez de haber faltado con el resto, te diré que lo hice porque sería lo mismo que quedarme en casa. No hay nadie que pueda atenderme, ni a quien le importe.
Heimdall pensó: “Pero a mí de verdad me importas” y lo demostró parándose de su lugar, luego ayudándole a levantarse y, por último, le avisó a la profesora que volvería enseguida. Ella lo entendió o algo así. Tal vez lo hizo porque la cara demacrada de Niels, provocada por el resfriado, lo respondía todo.
Ambos llegaron al a enfermería y afortunadamente encontraron al encargado, el mismo enfermero del otro día. Hablaba con un trío de chicos sobre qué videojuego del año era mejor, así que demoró alrededor de cinco minutos en atenderlos. Lo primero que les dijo fue que el enfermo tomara asiento en la camilla y Heimdall lo ayudó a subir. Niels se sentía como si cargara pesas de 20 kg en cada extremidad suya, hasta en su cabeza. Primero revisó su boca, luego sus ojos y después tomó su temperatura. Tenía un poco de fiebre, no era demasiada.
—Es un resfriado. ¿Qué haces aquí? No puede ser tu madre tan cruel como para mandarte al instituto con esa cara de muerto viviente tuya.
—Lo es tanto, así como para salir de mi vida.
—¿Y tu padre? ¿O tus abuelos?
—Preferiría no enfermar a mi abuela y mi padre está en el trabajo.
—Lamento destrozar tus buenas intenciones, pero vas a tener que llamar a tu abuela. No puedes seguir estudiando, a menos que quieras reposar en la enfermería las horas restantes.
La culpa no tardó en caer con bastante fuerza sobre Heimdall; recordó cómo el viernes vinieron a su casa y deseó enfermar a Niels para poder cuidarlo, cuando lo único que logró fue enfermar a todo su grupo de amigos y que su amor platónico recordara una vez más que estaba solo en situaciones como la que estaba pasando. Quiso ayudar con algo, mantener la idea de cuidarlo, así que sacó su móvil y le mostró el contacto de Einar. Al momento en el que Niels leyó ese nombre, su piel se erizó. La última vez que se encontró con Einar no fue muy agradable y estaba la posibilidad de que esta vez ese joven supiera lo que quería saber: si Niels gustaba o no de alguien. Aunque ahora que lo pensaba, se preguntaba “¿Por qué diablos quiere saber eso?”.
—No quiero enfermarlos.
Su amigo negó con la cabeza, en señal de que no ocurriría nada de eso. Einar tenía unas defensas sorprendentes ¿y qué decir de sus padres? Ellos no estaban casi todo el día, así que había escasas probabilidades de que ellos se enfermasen. Niels aceptó con la condición de que solo fuera un rato y lo hicieran en su propia casa, más que nada para no ensuciar o causarles problemas dentro de su vivienda. Heimdall no tuvo otra alternativa más que aceptar el trato. Más o menos un cuarto de hora más tarde, Einar llegó por Niels y lo llevó a casa. No pudo hacerle más preguntas como la última vez que se encontraron, pues el adolescente de aspecto rebelde quedó dormido en el asiento delantero en cuanto subió al auto. Al llegar a su residencia, prefirió esperar algunos minutos más, no quería despertarlo todavía, así que lo observó. Se preguntó qué era aquella cosa que a su hermano le atraía tanto y por lo que no lo soltaba, considerando que había más personas en el mundo que lo verían como él quería que Niels lo hiciera. Tal vez era su voz o la imponencia que dejaba su aspecto, quizá eran sus ojos, su manera de ser o su sonrisa… ¿Qué era?
Niels se despertó por sí solo y abrió la puerta del auto. Antes de salir, talló sus ojos y volteó a ver al mayor.
—Muchas gracias por traerme a casa y perdona si hice aburrido el viaje.
—Tranquilo, no lo hiciste. Sí no te conociera y viera tus ojeras, considerando tu estado, creería que es porque estás enfermo y en teoría también puede ser por eso que empeoraron. Sí crees que te voy a dejar solo, no lo haré. Se lo prometí a mi hermano y ninguno de sus amigos estará desamparado, yo estaré ahí para él.
—Puedo con esto solo, de verdad. Gracias.
—Calla y entra. Mientras te recuestas en tu cama, voy a ver si tienes algo congelado que pueda bajarte la fiebre.
Una vez más, la autoridad de Einar pudo con él y el hizo caso. Subió a su habitación y entró en su cama. El frío que recorría su cuerpo en forma de frecuentes escalofríos, trató de deshacerlo cubriéndose con dos mantas, no obstante, cuando Einar subió con una bolsa de zanahorias rebanadas y congeladas, se deshizo de todas las cobijas y le coloco la bolsa en su frente.