La identificación escolar de Heimdall permaneció perdida durante los últimos cuatro meses. Temía pedírsela al chico, además, no tenía ni la menor idea de cómo lucía su rostro, porque si alguna vez en ese espontáneo encuentro, se miraron, su rostro fue borrado por el terrible temor que lo invadió en ese momento. Por suerte pudo reponerla dentro de poco y su vida dentro de Green Tree siguió normal, como siempre; acompañada de sus amigos, soñando con el día en el que pudiera confesarle sus sentimientos a su primer amor y que este le correspondiera.
Einar comenzaba a cansarse de insistirle que se declarara de una vez por todas. Le recalcaba una y otra vez que estaban en su último año escolar y que, si ellos salían tan pronto como supieran que su amor era correspondido, la universidad les impediría estar juntos. Heimdall se refugiaba en la idea de que le confesaría sus sentimientos tras graduarse por la misma razón, ya que, si era rechazado, la escuela los distanciaría y no sus sentimientos en sí. Aunque si sus sentimientos resultaban ser correspondidos, haría todo lo posible para asistir a la misma Universidad.
Esos cuatro meses llenos de sueños y planes a futuro no solo se trataron de eso. Algo que notó absolutamente nadie del grupo de amigos o tan siquiera Einar, fue la presencia del chico que se hizo de la identificación de Heimdall. Siempre estaba detrás de él, lejos, pero observándolo en los recesos o cuando surgía la oportunidad en la que caminaba frente a su aula. Siempre estuvo ahí, con una sonrisa de bobo, la misma que Heimdall hacía por Niels. Tenía amigos de su aula, pocos, y esos pocos sabían sobre los sentimientos que él tenía por el muchacho que era más grande que él por dos años. Su nombre era Hrimthur Nilsson, mejor conocido como Thur.
Aprovechando que el Día de Todos los Corazones (que se festejaba el 14 de febrero) estaba a la vuelta de la esquina, tres días antes asistió al centro comercial con su mejor amigo al que apodaba Bernt. Su plan era confesarle sus sentimientos a Heimdall y llevar consigo algún regalo que le fuera de utilidad, nada de dulces o chocolates, ni tazas con bombones rancios. Su amigo trató de ser optimista ante la situación, no obstante, el simple hecho de que solo una vez se hubiese cruzado con Heimdall, no ayudaba mucho y se lo dijo. Le propuso salir de ahí y no gastar en regalos de utilidad, no porque Heimdall no valiera la pena, más bien, porque se podían prensar dos cosas: Que Thur era un acosador y por eso sabía que era perfecto para Heimdall (porque su plan era comprar un suéter negro y sabía la talla) y que no aceptara nada porque no estaba listo para salir con él.
Aquella salida abandonó el propósito principal y terminó convirtiéndose en una salida a una cafetería. Mientras bebían y comían sus órdenes, Bernt le propuso escribirle una carta y dejarla en su lugar durante el receso, para que al entrar al aula la encontrara y supiera sobre sus sentimientos. La idea sonó brillante, la mejor de todas, más no tuvo que pasar un minuto para que Thur la despreciara.
—¡El sabor está en que yo se lo diga en persona! —rezongó.
—¿Te has puesto a pensar en sí a él le agradará recibir una confesión en persona? No lo conozco bien, pero por lo que me has contado, me parece que decírselo en persona es una forma de matarlo.
—¿Por qué?
—Porque ni siquiera te ha pedido su credencial… —hizo una pausa y golpeó el costado de su puño contra la palma de su mano— ¡Eso es!
—¿Qué pasa?
—Déjale una carta diciéndole que tienes su identificación y que quieres verlo para entregársela.
—Suena como un secuestro.
—Entonces dile que venga acompañado.
—Le confesaré mis sentimientos en una carta.
La carta comenzó a ser escrita esa misma tarde, en esa cafetería, y fue terminada hasta el domingo por la media noche. Tuvo tantos borradores y todos sonaban tan mal para los dos chicos, a excepción del último, pues la hermana de Bernt les ayudó un poco a perfeccionar la carta. El resto de los intentos fallidos las utilizó para el bote de basura; dejó un montón de hojas dentro del bote para que cubrieran la base y así contuvieran la humedad.
Al llegar el lunes, esperó que en el receso saliera su amor platónico. Los nervios que anunciaba con fuerza los latidos de su corazón y que podía escuchar retachar en su cabeza, no le permitió ver más allá; todos los amigos de Heimdall, a excepción de Niels y Emil, habían salido del aula. Los tres se miraron las caras. Thur los atrapó en una escena romántica y Niels junto a Emil también lo atraparon en una escena romántica.
—¿Podrían decirle a su amigo que quisiera verlo en la salida? Solo no le digan quien soy.
—Tranquilo —sonrió Niels—, tampoco es como que te conozcamos.
—¡Muchas gracias!
Fue raro para todos y lo mejor fue no decir nada de lo que vieron. La carta se quedó en el escritorio de Heimdall y fue descubierta por él hasta que el receso terminó, y todos tomaron asiento. Estaba extrañado, pero más que nada, lleno de felicidad. Lo primero que pensó fue que era de Niels, hasta que la abrió y notó que la letra no era de él, ni siquiera se parecía. Aquella carta decía lo siguiente:
Realmente no sé cómo empezar. Tengo tantas cosas en mi mente sobre ti que, me será muy difícil mencionarlas de una en una, en una simple y pequeña hoja de papel, pues lo que siento por ti es indescriptible…