Nadie puede ser fuerte si no sabe antes lo débil que es

No todo lo que acaba bien lo está

            Leila Guilburt era una chica de alta clase social, tenía dinero a barrer y no le faltaban cosas innecesarias que acumular. Su madre era asistente social y su padre un afamado abogado del mejor bufete de la ciudad. La chica no podía pedir más o, bueno, en realidad sí. Pese a tener todas aquellas cosas nunca fue de apreciar lo material, prefería poder pasar tiempo con su familia a salir con sus amigos y amontonar todas aquellas cosas que sus padres le compraban para compensar el tiempo que no estaban con ella. Pero no se arreglaba de esa forma, estaban tan centrados en el dinero, la visión social y sus trabajos que ni se molestaban por pasar unos minutos a su lado. Tampoco se preocupaban por si sacaba buenas o malas notas pues creían que con el dinero su futuro estaba asegurado, aún así ella se esforzaba; mucho menos conocían a la gente con la que salía. Mara, a pesar de ser su mejor amiga, casi como hermanas, era su vecina. Se habían criado juntas y a sus padres apenas les sonaba el nombre cuando la mencionaba.

Leila había soñado muchas veces con un cambio de vida, algo modesto y con tiempo para compartir, algo que fuera real y no solo una apariencia para la vista de los demás. Nunca creyó que sus más deseados sueños podrían convertirse en su peor pesadilla.

Ella era muy inocente, creía que la amistad, el cariño hacia su novio, hacía su mejor amiga eran reales, pero todo se vio turbado cuando Jonhas Guilburt cometió el mayor error de su vida. El blanqueo de dinero.

Los rumores no tardaron en extenderse por el instituto privado de Leila y la gente comenzaba a mirarla todo el rato, cuchicheando. Eso la ponía de los nervios, lo odiaba. A medida que pasaban los días, la investigación avanzaba y con ella las pruebas de que Jonhas era culpable. Las personas del círculo de amigos de su hija también cuchicheaban y cada vez la gente se molestaba menos en disimularlo cuando ella estaba cerca. Según había más pruebas de la culpabilidad de su padre sus "amigos" se fueron distanciando hasta que solo le hablaban Mara y su novio, Sean.

Cuando el hombre fue condenado, Mara y Sean se relacionaban bastante menos con su amiga, pero pocos días después decidieron cortar por lo sano. Mara cambió de mejor amiga y se fue con Samantha, Sean la dejó por Melanie, dejaron de responder a sus llamadas, a sus mensajes y hasta comenzaron a evitarla. Las cosas iban de mal en peor y creyó que su vida no podría ser más desastrosa. Aquellas personas tan cercanas e importantes para ella se habían alejado sin remordimientos, su padre era un delincuente, la prensa los presionaba y otra gente los criticaba y/o humillaba. La situación era denigrante hasta que la jueza dictó la sentencia final. Jonhas Guilburt debía entregar la parte que tuviera del dinero y pagar una gran suma de fianza para no pasar siete años de su vida en prisión. En total la suma ascendía a un número con más de cinco cifras, lo que los obligó a ofrecer la casa con los muebles y mudarse a un barrio de clase media con un saldo medio-bajo en su cuenta bancaria, pero ya nada volvería a ser como antes, todos la conocían, y conocían su historia. Todos la juzgaban sin ni siquiera conocerla.

Empezó el nuevo instituto. Uno público en el que estaba sola, en el que la humillaban y agredían verbalmente y en el que se había convertido en un infierno para ella. Había soñado mil y una veces con aquella vida, una "normal", pero nunca en conseguirla de aquel modo tan fatídico.

Se sentía perdida, indefensa, débil y pequeña ante los demás. Había tocado fondo. Se acostumbraba a la idea de pasar su vida sola mientras alguien, aunque fuera solo una persona, le recordaba el delito que había cometido su padre y que los había llevado a aquella situación. Daba igual, cuando ya nadie hablase del tema, una vocecita en su cabeza se lo recordaría día y noche. Estaba segura.

[...]

Jonhas trabajaba en unas oficinas locales como administrador de empresa tras no haber encontrado nada mejor. Nadie imaginó que, cuando las cosas por fin empezaban a volver a la normalidad, un cáncer avanzado se manifestara en el cerebro de su mujer. Padre e hija estaban destrozados. Quizás fuera el destino o el karma, pero desde el mal acto de su padre, cada vez que las cosas comenzaban a mejorar algo peor los invadía.

Intentaron por todos los medios ayudarla, salvarla, pero pocos meses después acabaría muriendo.

Esto no es tocar fondo, esto es cavar un hoyo en él y caerse sin remedio ni final, pensó Leila, y en cierto modo tenía razón. El hecho tan devastador como el que habían vivido no lo superarían rápidamente y mucho menos solos. La chica comprendió que su desastre de vida no tenía arreglo cuando su padre se alcoholizaba cada noche para intentar olvidar la pérdida de su mujer, ya ni siquiera reparaba en ella.

Entonces comprendió que debía ser fuerte por los dos. Era imposible que las cosas empeoraran y ahora el deber de mantenerse mutuamente unidos le correspondía ella.



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En el texto hay: muerte

Editado: 21.05.2019

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