Érase una vez, no... Fueron muchas las ocasiones en las que recordé que esto no es un cuento de hadas. En mi día libre siempre iba a platicar con la misma persona, lo recuerdo como si fuera ayer. Siento que han pasado muchos años, siento que todo lo que ocurrió en ese entonces fue solo un sueño y al mismo tiempo quiero creer que jamás desperté. Si me siento un poco asustada, solo acaricio mi vientre para saber que esto es real, mi familia es real y es todo lo que merezco.
Sucedió hace siete años.
Yo solo era una asalariada en un banco. Fui buena estudiante, no muy amable y apenas tenía personas cercanas a las cuales llamar amigos. Cuando salía de mi casa, me gustaba pasar por la zona comercial, mirar los escaparates y creer que lo que estaba en las vitrinas un día podría tenerlo, cómpralo y presumirlo con inmensa felicidad. No hablo de ropa, ni juguetes, libros o comida... siempre me dirigía a una zona en especial... dedicada a niños, bueno, a los bebés.
Les contaré un poco, a cierto esto es mi monólogo... todo es mental, yo nací con un padecimiento muy extraño que me fue diagnosticado durante mi adolescencia. Imaginen mi shock al enterarme. Mis padres jamás me explicaron realmente lo que era pero yo sabía que mi cuerpo era diferente. No había nada inusual en el solo era diferente, lo sentía. Lo que debía suceder en tal edad no sucedió y estaba asustada, tan asustada para hablar que al mencionarlo mi madre se puso furiosa pensando que en realidad quería ocultarlo; días más tarde ella llegó con los papeles de divorcio y se fue.
Creo que era mi culpa pero poco después, papá llevo de vuelta a su primera esposa... una mujer dulce y amable como un ángel. Con ella pude hablar tranquilamente y jamás dudo en llevarme a los mejores especialistas que analizarán mi condición.
Al tener un diagnóstico conciso, entendí que mi sueño jamás se haría realidad. Sentí que estaba maldita. Lloraba cada noche, lloraba hasta quedar dormida y estaba cansada de tener que lidiar con ello, no podía más y sentía que debía irme de este mundo. La gota que derramó el vaso fue mi prima Violeta, quien me dijo que yo era un bebé probeta.
No lo entendí al principio y menos aun cuando todos en mi escuela lo sabían. Decían que fue creada en un laboratorio como los monstruos de los libros y por lo tanto no era humana, no se imaginan cuánto llore y mientras huía de sus miradas burlonas, caí de las escaleras pensando que estaría bien jamás levantarme. Ansiaba el día en que me despedía de este mundo.
Según mi madre, estuve dos meses en coma.
Papá regaño a su hermano por no educar bien a Violeta, mi tío estaba avergonzado pero no borraba el hecho de que yo ya estaba herida. Papá me explico que yo nací por milagro. Con dulces palabras me explico que mamá no podía quedar embarazada naturalmente así que fueron a buscar otros métodos, me aseguro que crecí en el vientre de ella y no en un laboratorio con un científico loco. No estaba menos calmada, de ninguna manera, fui hecha con amor por ellos.
Mi madrastra me explico que ella siempre quiso tener una niña, estaba frustrada por no quedar embarazada pensando que había un problema entre los dos pero no fue el caso. Era ella el problema así que se divorció después de cuatro años juntos y se sorprendió la rapidez con la cuál su ex marido se volvió a casar.
Cuando se reencontraron esos sentimientos no estaban muertos pero ambos sabían que no podían estar juntos otra vez hasta que él se volvió a divorciar. Decidió darse otra oportunidad, yo era la hija que siempre deseo.
Para mis padres fue difícil aceptar ese hecho, aceptar que era una enfermedad genética pero yo no podía entenderlo. Cuando iba a la sala de recién nacidos, los bebés que miraba siendo tan lindos y caía en la realidad de que jamás tendría un bebé en mis brazos. Las noches llenas de lágrimas regresaron. Mamá estaba preocupada así que busco ayuda psicológica; íbamos bien... acepte que no era mi culpa nacer de esta manera. Lo entendía hasta que en la preparatoria, todos sabían de mi maldita condición.
Cansada de las burlas y ser llamada hombre, ya no aguantaba la presión, solo había una salida.
Papá me encontró. Junto a sus asistentes lograron salvarme y decidieron que era mejor mudarnos a un lugar donde nadie nos conociera. Señaló muchas veces que sabía que Violeta siempre fue así de maliciosa pero exponer un hecho doloroso, privado sin medir las consecuencias… como si nada... eso no lo deseaba ni a su peor enemigo. Mi psicólogo y psiquiatra me recomendaron con su colega. Al principio no quería hablar de nada. Lo admito, no fue mi último intento por dejar este mundo pero todo cambio cuando mamá quedó embarazada.
He de admitir que yo nací cuando papá solo tenía 25 años, él y mi mamá biológica solo llevaban un año de casados cuando yo llegué a este mundo. Él anteriormente se casó a los 18 con mí ahora madrastra y se había divorciado de ella a los 24 años, haciendo cuentas ambos tenían 41 años cuando se enteraron de la existencia de mi hermanito.
Fue muy extraño, al principio querían enviarla a otra casa para que no me ocasionará más estrés, pero desde el momento en que vi la imagen del feto, solo quería quedarme a su lado y protegerlo. Me esforzaría por quitar esas absurdas ideas de mi cabeza y avanzar lentamente.
Mi hermanito nació. Era tan lindo y pequeño que lo adoraba todos los días sin embargo, mi madrastra enfermó gravemente y casi no pude verla. Antes de que se fuera, me pidió que por nada del mundo atentara contra mi vida, quizás tendría la suerte de encontrar a un hombre que me amara con tanta intensidad que esos pequeños problemas serían irrelevantes.
Editado: 23.12.2022