Nadie te amo como yo

Capítulo 11

El tercer año que estamos separados piensa él

“Para mí querida Layla... perdón.

Mientras escribo esto tengo un nudo en la garganta, no entiendo cómo creí que hacer lo que mi familia me pedía para ayudarlos y al mismo tiempo podía obtener mi propia felicidad era posible. Nosotros fuimos engañados por esa mujer y lo único que gane fue perder la oportunidad de amar de nuevo y quitarle a mi hijo la oportunidad de tener a alguien a quien llamarle madre.

 

Sabes, no sabía cómo hacerte llegar está carta y aún lo desconozco, te he buscado hasta el cansancio pero siento que ya debo parar. No es sano para mí y quizás tú ya tengas una vida a la cual entregarte. Aún si eso es verdad, necesito en serio decir que lo siento, no considere muchas cosas y termine lastimándote pero aún con todo el egoísmo del mundo quiero que tú puedas vivir felizmente sin recordar tu pequeño viaje al extranjero que solo se hizo derramar lágrimas silenciosas. Incluso si me olvidaste, quiero velar por tu felicidad.

 

Sinceramente, Toru Hase."

 

— Listo — dijo después de releerla y busco un sobre. En el solo escribió el nombre "Layla Evans", considero que tenía un viaje a Canadá y podría hacerle llegar la carta a través de su tío. La miraba fijamente cuando escucho que la puerta se abrió.

— Toru, ¿tienes listo tu pasaporte? Mañana necesitamos salir. — dijo Stan yendo hacia él.

— ¿Porque tan pronto? — quiso saber dejando el sobre en la mesa.

— El clima, necesitan grabar unas escenas en la nieve y nos iremos antes de que inicien las fuertes nevadas o tendremos que grabar en Alaska.

— Es broma, ¿verdad? — dijo intentando reír pero se dio cuenta que Stan no compartía el ánimo así que supuso que era en serio. — ¿De verdad?

— Así es... ya conoces al director, es un loco extremista, si quiere una avalancha entonces tendrá una — contesto — Ahhh también... conseguí que vieras a Violeta en prisión.

— Ya era hora... me estoy cansando de buscar a Layla por mí mismo. — dijo y salieron del estudio. Stan sabía que Violeta no le diría nada que no supiera.

Una hora más tarde, estaban en una habitación solo para ellos lo que supuso Toru servían para dar un poco de privacidad. Cuando Violeta entro, ya no era la cantante famosa, hermosa y llamativa que recordaba, en su lugar había una mujer con ojeras y marcas de golpes en la cara.

— Hola, ¿para que querías verme? — dijo sentándose. Toru le había llevado algo de comida que pensó le gustaría, no era un soborno pero la prisión no era un lugar precisamente divertido y lleno de variedad de comida.

— ¿Donde está la casa de Layla? — pregunto sin rodeos.

— Yo no sé. — contesto.

Toru no podía creer eso.

— De verdad que no lo sé... — contesto — aunque viaja a visitarla solo estábamos en la casa de Montreal pero no sé dónde es su verdadera propiedad.

— Violeta, ¿porque mientes? Ya no te pasará nada si me dices la verdad o no...—

— No miento — dijo escupiendo restos de comida en su cara — Layla prácticamente vivía en el hospital.... sus profesores iban a ella con regularidad; ¡Yo de verdad no sé nada!

Toru seguía sin creerle.

— Violeta, de verdad no te odiaré por tus mentiras pero necesito encontrarla, de verdad... estoy desesperado — le dijo casi suplicando.

Ella lo miro y comenzó a llorar.

— Mira, lo único que sé es que se veía con el doctor Morgan Félix. No sé más... cuando ella comenzó a frecuentar hospitales yo inicie mi carrera musical y antes de eso solo nos veíamos en la casa de Montreal con la supervisión de mis tíos... si no me crees o piensas que te engaño entonces habla con mi tío Ciel Evans. —

Violeta se levantó y pidió salir. Toru aún tenía otra oportunidad para encontrarla localizando a ese doctor.

.

.

 

Pasaron dos meses mientras término de grabar las últimas escenas en la nieve y obligó a Stan a hacerle una cita con ese médico. Stan Moran lo encontró extraño pues lo había investigado con anterioridad y pues en realidad no había nada con lo que beneficiarse de su consulta. Afortunadamente estaban en Montreal cuando accedió a verlo.

El doctor Morgan Félix, era joven en comparación de sus colegas, quizás unos cuarenta años pero no más de cincuenta, había dedicado todas sus horas de estudio a la biología de la reproducción. Cuando Toru Hase lo vio por primera vez no sabía que pensaron de él.

— Eres Toru Hase, ¿verdad? Toma asiento — dijo al recibirlo en su consultorio.

Toru se sentó.

— Entonces ¿cuál es el problema? — pregunto. Parecía evidente que no había dormido pero Toru no podía saber que los últimos meses había viajado de Suecia a Canadá con frecuencia.

— Layla Evans — dijo cómo si nada.

— Lo siento, no conozco a nadie con ese nombre. ¿Es linda? ¿Es una actriz famosa?




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