Náimon y el estigma

Capítulo 5

Habían pasado las primeras tres primaveras para la princesa, el rumor sobre la aparición del estigma no hacía más que expandirse y eso apenas dejaba a Alec con energías. Habían varios custodios que le apoyaban en la protección, pero no dejaba de ser algo abrumante.

Alec solo pensaba en que la humana llegara a la suficiente edad para sellar aquel poder que los ocres le habían ofrecido. Quizás, hasta en ese momento, la princesa podría vivir con tranquilidad. Pero, ese era un problema que tardaría en solucionar, por otra parte, aquel demonio continuaba usurpando su tranquilidad.

Era demasiado silencioso, tampoco respondía ninguna de sus preguntas. No había atacado a la princesa y eso le parecía algo intrigante, no conocía las razones de su audacia. Solo lo veía mantener esa azul mirada sobre la humana cada vez que descansaba, por más que quisiera confiar en esa presencia, era un demonio. No podía permitir que nadie interfiriera en su deber de protección, había jurado eterna lealtad hacia el bienestar de la infante que parecía ir creciendo poco a poco.

Y no solo debía estar pendiente de aquellos demonios que osaban atacar cada noche, sino que también debía estar alerta ante esa inquietante presencia al lado de la alcoba de la princesa.

—Lo digo con completa seriedad, no sé lo que planeas, pero no te resultará. Como intentes colocar un dedo sobre la infante, te aprisionaremos para entregarte al incipiente sol.

El sermón de Alec parecía intimidante, su ceño fundido y la espada en su mano eran una advertencia ante cualquier movimiento del demonio. Las veces que había intentado atacarlo, simplemente se desvanecía y eso le era tan tedioso.

Se puso alerta cuando lo vio mover una mano, el demonio se observó la punta de los dedos con gran esmero.

—Nada de eso servirá —musitó con una apacible voz, era la primera vez que Alec lo escuchaba y ese tono le estremeció.

La mirada del demonio recayó en las flores que descansaban como adorno al lado de la alcoba, apenas acarició los pétalos cuando se convirtieron en cenizas. Alec sintió su propio corazón palpitar, nunca había visto algo similar en persona. Solo los demonios más poderosos podían hacer todo cenizas con el tacto.

Entendió que, si aquel ser lo hubiese querido, la princesa estaría reducido a simples cenizas.

—No me cansaré de preguntar, ¿qué es lo que quieres? —quiso saber.

Le parecía mucho más inquietante desconocer sus propósitos para con la princesa, tenerlo tan cerca de ella y estar alerta a cada movimiento.

Como en otras ocasiones, no obtuvo respuesta. El ser le parecía tan intrigante, aunque eso no quitaba el peligro que presentaba. Debía buscar la manera de mantenerlo alejado de la princesa, después de todo, era su deber.

Cuando el demonio se puso de pie para marcharse, Alec se dirigió a él una vez más.

—En verdad ignoro tus propósitos, aunque no pretendo atacar a seres que no han cometido algún perquirió, haré a excepción si apareces una vez más cerca de ella.

Podía observar la espalda del demonio perfectamente, siempre cubierto por mantos oscuros. Percibió la azul mirada visualizarlo de reojo y lo vio insinuar una sonrisa.

—No se abstenga. Quizás sea lo que busque.

Y desapareció. Alec estaba demasiado agotado y confundido como para intentar descifrar esas palabras.

Pasaron cinco días sin la perturbadora presencia. Había cierta tranquilidad en Alec, pero el resto de los demonios seguían insistiendo. Todo tenía un respiro durante la presencia del sol, después de todo, los demonios jamás podrían permanecer ante los días despejados, fácilmente serían consumidos por los rayos hasta volverse cenizas.

Eso le hizo pensar de nuevo en aquel demonio. Aquella capacidad que le había mostrado tenía intriga por saber si cualquier objeto que fuera entregado a su tacto tendría el mismo destino.

—¿Han averiguado algo de ese demonio? —interrogó el rey Elvard.

Permanecía sentado en el trono mientras recibía noticias del bienestar de su primogénita. En su mano derecha sostenía una copa de vino, la otra mano era apoyada a los bordes del trono reluciente en plata y oro.

Alec volteó hacia Dáesh, a quien nuevamente le había encomendado informarse del tema. El arquideo flexionó una rodilla ante el humano.

—Hemos hecho todo lo posible, esperemos tener indicios al final de la temporada.

El rey lo observó sin ningún destello en su mirada, la pérdida de su amada reina le había arrebatado la luz. La benevolencia había quedado al olvido con aquella ausencia, ahora solo había un soberano que necesitaba proteger a su descendencia.

—No podemos esperar demasiado, en cualquier momento puede volver y hacerle daño —agregó rasgando un poco su cansada voz.

Alec dio un paso al frente para interferir.

—He jurado lealtad hacia la protección de la princesa Haydeé, no debe preocuparse por su seguridad, su majestad.

Los marrones ojos del rey recayeron sobre el castaño que había cuidado de él en tantas ocasiones, el arquideo que lo había protegido desde su nacimiento.

—No dejes que le hagan ningún daño, Alec.

Entonces el rey dio por finalizada la conversación yendo a ver a su primogénita. La princesa que ya había aprendido a hablar y a quien se le empezaba a incursionar en las normas de la nobleza.

Alec observó la luz que se adentraba por los altos ventanales, las tonalidades anaranjadas que daban paso a un grandioso atardecer. Sintió la silueta de Dáesh incorporarse a sus espaldas.

—No quería comentarlo ante el rey, pero si hemos tenido indicios del origen de aquel demonio —las palabras del custodio le hicieron voltear en su dirección.

El arquideo con armadura le entregó un pergamino, al extenderlo pudo visualizar el dibujo de una iglesia en llamas en medio de un bosque abrazado por la blancura de la nieve.

—La iglesia Sant Joan de Arthies —leyó la traducción de la lengua romance.




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