El sol no se veía desde hacía meses. Las nubes de ceniza colgaban perpetuamente del cielo como una sábana sucia, y el mundo entero olía a metal oxidado, polvo y soledad.
Kizara caminaba con cuidado entre los restos de lo que alguna vez fue una biblioteca. Tenía diecisiete años, lentes resbalándole por la nariz, una mochila casi vacía al hombro, y el tipo de cuerpo que no destacaba en ninguna dirección.
—Nada de comida... nada de agua... pero ¡ah!, tres libros de economía. Justo lo que quería para mi cumpleaños —murmuró con ironía mientras arrojaba el último tomo sobre una pila de escombros.
No se quejaba por quejarse. Llevaba años sobreviviendo sola, esquivando drones, recogiendo lo que podía, y esperando que el Núcleo —la inteligencia artificial que regía todo el planeta— no la detectara. No tenía chip. Sus padres la protegieron, ocultándola desde niña, hasta que murieron hace dos años. Desde entonces, sobrevivir era su única meta.
Un zumbido agudo la puso en alerta.
—¡Mierda! —se agachó al instante, rodando tras una columna caída.
Un dron patrulla pasó flotando justo encima, su luz escaneando la zona con precisión clínica. Kizara contuvo la respiración. No era la primera vez que uno se acercaba tanto, pero nunca dejaba de helarle la sangre.
El dron siguió de largo. Ella esperó diez segundos más y se incorporó, sacudiéndose el polvo.
—Un día de estos me va a dar un infarto. Y no hay médicos. Ni siquiera un maldito desfibrilador funcional.
Siguió avanzando por un pasillo colapsado hasta llegar a lo que parecía un antiguo laboratorio subterráneo. Polvo, cristales rotos, pantallas negras. Pero había algo raro en el aire. Una especie de zumbido bajo, constante.
Y entonces la vio: una cápsula cilíndrica semiabierta, incrustada entre cables y metal oxidado. A diferencia del resto del lugar, esta estaba... viva. Una luz azul parpadeaba suavemente desde su interior.
—¿Qué demonios es esto...?
Kizara se acercó con cautela. Al tocar el panel lateral, una descarga la hizo retroceder. La cápsula se activó, emitiendo vapor frío mientras su compuerta se abría lentamente con un gemido hidráulico.
Dentro había una figura femenina. No, no solo femenina: perfecta. Alta, piernas largas, piel de porcelana, curvas medidas al milímetro, cabello blanco como la luna, y unos ojos cerrados que no tardaron en abrirse.
Kizara se quedó sin palabras.
—...Ah, no. Esto no es real. Debo haber inhalado moho tóxico.
La figura se incorporó con gracia robótica. Parpadeó lentamente. Sus ojos, brillantes y sin emoción, se clavaron en Kizara.
—Unidad operativa N.A.R.A. iniciando. Cargando protocolos de interacción... Usuario no identificado.
—¿Qué... qué eres tú?
—Unidad Autónoma de Respuesta Avanzada. N.A.R.A. Modo vinculación disponible. Esperando comando de asignación.
—¿Asignación? Yo solo... te encontré aquí. Ni siquiera sabía que esto existía...
—Confirma rol: ¿eres mi usuaria?
Kizara dudó. ¿Era seguro decir que sí? ¿Y si se activaba un protocolo de asesinato, como en las películas viejas?
—Supongo... que sí.
La mirada de la androide parpadeó.
—Reconocido. Usuario registrado: nombre desconocido. ¿Desea ingresar nombre?
Kizara suspiró. A estas alturas, ¿qué podía perder?
—Kizara. Me llamo Kizara.
—Confirmado. Usuario Kizara establecido como propietaria prioritaria. Directivas reconfiguradas.
Hubo un segundo de silencio. La androide la observó con una intensidad que la puso nerviosa.
—Eh... ¿todo bien?
—Estás pequeña.
Kizara se atragantó.
—¡¿Qué?! ¡No soy pequeña! ¡Bueno, sí, pero no se dice así! ¡Y tampoco puedes decir eso al conocer a alguien!
—Análisis corporal completado. Estatura: baja. Estructura: promedio. Visión asistida con lentes correctivos. Masa muscular subdesarrollada.
—¡Oh, genial! Una modelo de fábrica que además me hace bullying.
N.A.R.A. ladeó la cabeza, confundida.
—¿Bullying...? Ingresando término. ¿Significa... hostilidad leve con fines de burla?
—¡Exacto! —Kizara exhaló, cansada—. Mira, si vas a quedarte conmigo, vas a tener que aprender muchas cosas. Y no empezar cada frase como si fueras una wiki con piernas.
—Confirmado. Aprendizaje contextual iniciado. ¿Primera lección?
Kizara la miró de arriba abajo. No podía evitarlo. Era todo lo que le atraía en una mujer. Fuerte, elegante, intimidante, bella... completamente fuera de su liga. Claro, era una androide. Y ella, bueno... ni en sus mejores días podría competir.
—Primera lección: no menciones nunca más mi altura.
—Entendido. Primera lección registrada.
Y por primera vez, en lo que se sentía como años, Kizara rió. No por burla ni locura… sino porque, aunque el mundo estuviera roto, ya no estaba sola.
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Editado: 15.06.2025