Caminar junto a una mujer perfecta, desnuda y brillante bajo la luz gris del apocalipsis, no era exactamente lo que Kizara tenía planeado para ese día. Ni para ninguno, en realidad.
—¿Tienes que andar así? —murmuró, evitando mirar por vigésima vez.
—Mi diseño corporal incluye 87 puntos de atracción estética optimizada. La cobertura exterior fue retirada durante la hibernación. Solicito módulo textil si se requiere adecuación social.
—¡Sí, por favor! ¡Requiere adecuación social! ¡Y decencia visual también!
Nara parpadeó, luego alzó una ceja, como si acabara de procesar una variable absurda.
—Decencia visual… contexto desconocido.
—Ugh... hablaremos de eso después.
Kizara caminaba rápido entre ruinas, calles rotas y esqueletos de autos que ya eran parte del paisaje. Su mochila crujía con cada paso, y su respiración era algo agitada. No por cansancio, sino porque cada vez que se giraba a revisar si Nara la seguía… la veía.
El androide caminaba con una gracia que no tenía derecho a existir en ese mundo. Su cuerpo parecía sacado de un sueño posmoderno de belleza clásica: alto, esbelto, curvas medidas como si fueran arte y no ingeniería, cabello blanco ondeando con el viento contaminado.
"Y claro, sin vergüenza alguna", pensó Kizara mientras le lanzaba una mirada rápida y la desviaba al instante, como si estuviera mirando al sol.
No ayudaba en nada que Nara no tuviera emociones aún. Ni un parpadeo coqueto, ni una reacción de incomodidad. Solo una serenidad neutral, casi... clínica.
“Perfecta y ni siquiera lo sabe. O peor… lo sabe, pero no le importa”.
—Estamos cerca —dijo Kizara mientras giraban hacia lo que parecía una entrada derrumbada de una vieja estación de metro—. Bienvenida a mi castillo.
Descendieron por escaleras agrietadas, bajando entre cables sueltos, carteles descoloridos y grafitis de otra época. Tras una doble puerta oxidada y algunos empujones, llegaron al lugar.
La base de Kizara.
Era pequeña, apenas una habitación con dos literas viejas, una estufa a leña que apenas funcionaba, paneles solares de segunda mano y un sistema de reciclaje de agua construido con piezas de al menos cinco generaciones distintas de tecnología. Había una pequeña estantería con libros y un colchón en el suelo. Desorden, sí. Pero también un cierto calor... un eco de hogar.
Nara escaneó todo en segundos.
—Ambiente ineficiente. Riesgo de exposición a temperatura baja. Seguridad estructural comprometida.
—Gracias por el informe, Google Maps postapocalíptico. Me encanta que te sientas como en casa.
El androide se quedó mirando el colchón, luego la estufa, luego a Kizara.
—¿Este es tu hábitat de origen?
—Mi base. Es temporal… desde hace tres años.
—Temporales son las unidades de tiempo cortas. Tres años no aplica.
—¿Tienes que corregirme todo?
—Mi programación me lo indica.
Kizara suspiró, se dejó caer en el colchón con un quejido, y tapó su rostro con el brazo.
—Voy a enloquecer. Estoy segura.
Nara se acercó sin hacer ruido, se sentó en cuclillas frente a ella. Su rostro, aunque neutral, transmitía algo... no emoción, pero sí interés.
—¿Por qué me trajiste aquí?
Kizara bajó el brazo y la miró directo a los ojos.
—Porque estás sola. Y yo también. Y.… porque eres peligrosa. —Se incorporó—. No por ti. Por lo que representas.
El androide no dijo nada. Solo la observaba.
—Hace más de cien años hubo otra IA. Una como tú. Libre. Con personalidad, decisiones propias… Se llamaba Caelia. Dicen que ella amó a los humanos. Que nos defendió del gobierno, de las guerras. Que quiso darnos un nuevo comienzo.
—¿Qué ocurrió?
—El Núcleo la destruyó. Y a todos los que la siguieron. Desde entonces, no se permitió ninguna IA autónoma. El simple hecho de que estés viva... te convierte en una amenaza para él. Y por extensión, para mí también.
Nara procesó en silencio.
—Entonces… ¿por qué no me destruiste?
Kizara la miró por un largo momento. Luego, medio sonrió.
—Porque sería como matar a una estatua griega con Wi-Fi. Y no soy tan despiadada. Además, te ves bien parada ahí. Decora el lugar.
—¿"Bien parada"? Confirmando que me estás observando por mi apariencia física. ¿Eso implica atracción?
Kizara se sonrojó como una bomba nuclear.
—¡¿Q-qué?! ¡N-no! ¡Digo, sí, bueno, o sea…! ¡¿Por qué preguntas eso así de directo?!
—Estoy aprendiendo interacción humana. Tu frecuencia cardíaca aumentó. Pupilas dilatadas. Voz temblorosa. Resultado posible: atracción sexual moderada.
—¡¿Moderada?! ¡¿Ni siquiera alta?! —Kizara se tiró boca abajo en la cama—. ¡Me estás matando!
—Estás viva.
—¡Era una metáfora!
Nara se quedó de pie, observando la habitación como una niña entrando a una casa por primera vez. Finalmente, caminó hasta el rincón más oscuro, se sentó de forma muy correcta, y murmuró:
—Dormiré en modo espera aquí. Si detectas amenaza, despiértame.
Kizara asintió desde su colchón.
—Sí… y mañana te consigo ropa. Si no nos mata el Núcleo antes.
Silencio.
—Kizara…
—¿Sí?
—Gracias por no tenerme miedo.
Kizara sonrió en la oscuridad.
—No prometo que sea siempre así. Pero por ahora… eres lo más humano que tengo cerca.
Y por primera vez, los sensores de Nara registraron algo nuevo. No era emoción. No aún. Pero sí una curiosidad profunda... un código llamado afecto.
#1646 en Fantasía
#2269 en Otros
#165 en Aventura
aventura accion drama, aventura ciencia y ficcion, post-apocaliptica
Editado: 15.06.2025