Después de la conversación, Kizara se levantó y fue a una caja vieja junto a la pared. La abrió con cuidado, removiendo polvo y escombros hasta encontrar un paquete envuelto en plástico amarillo amarillento.
—Aquí tienes algo —dijo, tendiéndole a Nara una prenda cuidadosamente doblada—. Es el único uniforme que encontré que podría ajustarte. No es mucho, pero...
Nara lo tomó con sus manos delicadas y lo examinó detenidamente: un traje clásico de maid, impecablemente conservado, con delantal blanco y falda plisada que parecía salida de una cafetería de antaño.
—¿Esto es un uniforme social? —preguntó con genuina curiosidad—. ¿Cuál es su propósito?
—No sé, algo para cubrirse… para no asustar a la gente, supongo. Pero para ti es más como un vestido de gala con efectos secundarios.
Kizara no pudo evitar apartar la mirada cuando Nara se lo probó. La tela ajustaba perfectamente, resaltando la figura impecable de la androide.
—Oh, vamos, no mires así —dijo Kizara, sintiendo un calor extraño subirle por la cara—. Solo es... un uniforme.
Nara sonrió levemente, como si disfrutara el hecho de usarlo, aunque sin comprender del todo por qué.
—¿Puedo preguntar por qué me llamas Nara? ¿Qué significa?
Kizara sonrió con un dejo de tristeza.
—Bueno, no tengo idea. Encontré ese nombre grabado en la cápsula. Y la verdad... me gusta cómo suena. Así que eres N.A.R.A. ahora. Mi compañera, mi… mi compañera maid.
Nara la miró con atención.
—Entonces, soy… un raro en un mundo raro. Quizá juntos podamos cambiar eso.
Kizara la observó un momento y luego murmuró:
—Eso espero, Nara. Eso espero.
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Editado: 15.06.2025